Gloria REKARTE Ex presa
Libre de humos
Leyre Pajín se levantó como el arcángel Miguel y a espadazos y en tiempo récord nos liberó a todos del efecto nocivo del humo y nos hizo, por ley, mucho más sanos. Esta repentina y obligada salubridad ha hecho de nosotros, los fumadores, personas distintas. Ni mejores ni peores, simplemente distintas que se dice. Lucimos más aromáticos. Ya no llevamos a casa, pegado al gore-tex, la peste a tabaco, y tampoco -pese a ser ahora mucho más notorio-, aroma a frito de gamba: no paramos en el bar el tiempo suficiente para adquirirlo. Los vaqueros de las pelis se ventilan de un trago el güiski de garrafa, que de pensarlo te da escalofríos, agarran la puerta y se van; nosotros, de un trago, garimba y ración de rabas. Y puerta. Y sin pestañear. Con el cigarrillo ronroneando en el bolsillo. Nos estamos haciendo, por eso, más resistentes a los elementos. No hay bajocero ni aguacero que nos ate al caldeado y otrora acogedor interior tabernero, lo nuestro ahora es el aire libre, sortear pulmonías y ejercitarnos como expertos medidores de los metros que median entre el cigarrillo y el tobogán del parque público más cercano. Muy bueno para la vista. Muy buena también para la vista (y para el olfato) la reciente conversión de dueños, trabajadores y clientes de hostelería en chivatos acusicas a la caza y captura de la colilla abandonada o la voluta de humo mal disimulada que lleve a abonar las arcas del estado si la suerte acompaña y tercia la denuncia. Pura labor cívica. Sin los rebosantes ceniceros, las charlas se abrevian, las sobremesas se extinguen, el mus se muere y la hostelería se hunde sin remedio. Pero eso es que la ley anti-tabaco, además de purificar el ambiente, lo europeíza.