En un acto que provocó un escándalo mundial, los talibanes que dominaban Afganistán destruyeron con dinamita los Budas gigantes en marzo de 2001. Las monumentales estatuas esculpidas hace 1.500 años en los riscos de Bamiyán, un puesto de comercio e intercambio dentro de la Gran Ruta de la Seda, fueron consideradas por los talibanes, en una estricta interpretación del Islam, representaciones artísticas de seres vivos. Y por lo tanto, bajo la acusación de idolatría y blasfemia, un patrimonio de la humanidad material y espiritual fue reducido a escombros en una acción televisada que amplificó un sentimiento de impotencia.

Científicos alemanes de la Universidad Técnica de Munich, en palabras del profesor Erwin Emmering, han afirmado que el más pequeño de los budas -culminado a 38 metros de altura- puede ser «en principio» reconstruido, aunque se mostró menos optimista con la reconstrucción del más grande -de 55 metros de altura-. Hoy se inaugura la conferencia internacional organizada por Unesco para discutir cómo avanzar en el complejo proceso de restauración. Restituir a la humanidad uno de sus tesoros universales es una sabia decisión y un motivo de alegría.