ANÁLISIS | LA CRISIS EN LIBIA
Ante la guerra de propaganda y de posiciones, injerencia o negociación
Transcurridos 15 días desde el estallido de la crisis libia, la situación parece anclada en una foto fija. Benghasi, desde el principio el centro de la revuelta, se ha convertido en la capital de la «Libia liberada». Gadafi resiste en su feudo de Trípoli y está lanzando guiños a la revuelta en un intento de negociar o ganar tiempo ante un eventual escenario de intervención militar extranjera.
Dabid LAZKANOITURBURU
En Benghasi, la segunda ciudad del país y capital de la histórica y oriental Cirenaica, ondea la bandera tricolor del rey Idris I, colocado por los británicos tras la II Guerra Mundial y depuesto en 1969 en el golpe de Estado liderado por el entonces oficial Gadafi.
Este último, que lleva 41 años en el poder, se ha prodigado en los últimos días en declaraciones desde su feudo de Trípoli. Su primera aparición, hace hoy una semana, desde su búnker de Al Bazizia, permitió alimentar la idea de un líder acorralado y aislado en su refugio en las afueras de la capital. Desde entonces se ha prodigado en apariciones en la Plaza Verde, en pleno centro de la ciudad, y no ha dudado en conceder entrevistas a periodistas occidentales en plena calle.
¿Asistimos a los últimos alardes propagandísticos de un Gadafi en sus últimas horas o días? El destino del líder libio es una incógnita que se decidirá pronto, no en vano estamos asistiendo a una especie de guerra de posiciones previa, como siempre, al desenlace. Lo de la propaganda va de suyo, pero cada vez es más evidente que no es el régimen el único en utilizarla como instrumento de guerra.
Bombardeos sobre civiles
La crisis estalló el 16 de febrero con motivo de la represión de una protesta-conmemoración en Benghasi por la matanza, en 1996, de 1.200 prisioneros políticos, la gran mayoría islamistas, amotinados en la cárcel de Abu Salim, cerca de Trípoli. Muchos de ellos eran originarios de la Cirenaica, concretamente de las tribus sa`dais de la región.
Desde el primer momento, los alzados denuncian sufrir bombardeos perpetrados por cazas y ataques desde helicópteros artillados contra la población civil opositora. El régimen lo niega una y otra vez e insiste en que el objetivo de sus ataques son las bases y los depósitos de armamento situados en las zonas que van zafándose de su control.
El propio Gadafi, en su famoso y sin duda histriónico discurso desde el búnker de Al Bazizia -bombardeado en su día por EEUU a las órdenes de Ronald Reagan, acción en la que murió una de las hijas del líder libio-, airea sus amenazas e insiste en que todavía no ha hecho uso de su potencia de fuego, pero a la vez advierte de que lo hará si la revuelta prosigue.
La prensa mundial no duda en hacerse eco de las denuncias contra el régimen de Gadafi -cuya política de apagón informativo no ayuda precisamente a discernir entre realidad y propaganda- mientras comienza a enviar a sus corresponsales a las zonas liberadas a través de la frontera egipcia.
Una semana después, las imágenes de esos supuestos bombardeos siguen brillando por su ausencia y los reportajes de la prensa internacional se limitan a recoger el temor pero a futuro de las localidades liberadas a una contraofensiva militar del régimen libio. Estos temores se conjugan con insistentes anuncios de una marcha desde la zona oriental del país con destino a Trípoli.
Algo similar ocurre con la cuestión de las víctimas. Testimonios franceses desde Benghasi dan cuenta de más de 10.000 muertos sólo en esa ciudad. Balance que estaría en consonancia con la denuncias de bombardeos indiscriminados. Frente a estas cifras, el régimen insiste en hablar de alrededor de 300 muertos, un centenar de ellos militares y policías. Otras fuentes sitúan en torno a la horquilla de 600-1.000 el balance de víctimas mortales.
En espera de que se aporten pruebas de esos bombardeos y masacres, la «comunidad internacional» no ha dudado en darles carta de naturaleza, presentándolas como la base para aislar al régimen y para aludir ya abiertamente a un «abanico de opciones» -en palabras de Obama-, que van desde el establecimiento de una zona de exclusión aérea en el este del país, similar a la que se impuso a Irak en torno a Kurdistán Sur y al sur chií del país, a una intervención militar directa.
Este último escenario, que pone los pelos de punta y provoca asimismo disensiones en el seno de los aliados, ha comenzado a generar nerviosismo en el seno de los sublevados. El Consejo Nacional de Benghasi ha advertido a la OTAN de que ni se le ocurra pisar tierra libia. La rebelión contra Gadafi necesita, sin duda, apoyo internacional. Nada mejor para ello que denunciar, exagerando o no, los indudables crímenes del régimen. Pero pedir ayuda al lobo puede provocar que este último se decida a aprovechar el caos para entrar en el rebaño. Y huelga decir que las consecuencias de tal intervención en el complejo y a la vez inestable conglomerado de obediencias y traiciones en el que se mueve la estructura tribal del país serían incalculables. Varios barcos estadounidenses fueron avistados ayer frente a la costa de la ciudad de Al Baida, en el noreste de Libia, afirmó a la cadena Al-Jazeera el coronel libio Hamad Abdalá al-Hasi, que se ha unido a los opositores al régimen.
Con la estratégica Sirte, ciudad natal de Gadafi y región controlada por su tribu de los Gadhaffa, como dique para un avance desde el este hacia Trípoli, no es descartable que el líder libio esté intentando ganar tiempo en previsión de que las tornas podrían cambiar si Occidente opta finalmente por la injerencia militar abierta. Otra cosa es que EEUU, al fin y al cabo el único país con capacidad para ello, esté actualmente en condiciones de asumir semejante aventura.
Mientras las fuerzas leales al régimen tratan de controlar la situación en zonas del extrarradio de la capital levantadas contra el régimen -todo apunta a que lideradas por sectores juveniles depauperados-, Misrata, con su estratégico aeropuerto, y las localidades occidentales de Zauiya, Nalut y Zenten, en manos igualmente de la oposición, se preparaban asimismo para una contraofensiva del Ejército. El objetivo del régimen sería romper el creciente cerco en torno a su bastión tripolitano.
«Mercenarios extranjeros»
En este escenario, tantas veces anunciado, de preguerra civil, otro de los elementos que ha marcado la agenda informativa sobre Libia ha sido el supuesto papel de los mercenarios extranjeros enrolados en el llamado Batallón Disuasorio (32ª Brigada) en la represión del movi- miento opositor.
Su existencia no es un secreto y responde a la propia deriva de Gadafi y su régimen. Si en los ochenta no dudó en reclutar una «legión islámica» para sus campañas en el interior del continente (Chad, Uganda, Tanzania...), a mediados de los noventa el otrora líder panárabe acentuó su perfil africanista enrolando a inmigrantes subsaharianos en sus fuerzas militares de élite.
Muchas han sido las denuncias en torno a masacres cometidas por esas fuerzas «foráneas» que, siguiendo con la lógica de un Gadafi acorralado, serían las únicas de las que se podría fiar el líder libio ante un Ejército en deserción o reacio a reprimir a su propia población. No obstante, este dibujo ha quedado matizado en los últimos días por las denuncias de organismos nada sospechosos como la Comisaría de la ONU para los Refugiados (ACNUR), cuyos responsables han denunciado razias contra inmigrantes subsaharianos a manos de las fuerzas opositoras. Miles de ellos estarían aislados en sus casas, sin comida ni agua y con miedo a salir a la calle por temor a ser confundidos con mercenarios o, simplemente, a convertirse en carne de cañón de ambos bandos en conflicto.
La cuestión de la fuerte inmigración registrada por Libia en los últimos tiempos -casi dos de los seis millones de habitantes son oriundos de los países vecinos- introduce así otro elemento de tensión en un país en el que la zona menos beneficiada económicamente de los ingentes recursos energéticos del país ha sido precisamente la que se ha puesto al frente de la rebelión. Y ya se sabe que el mejor caldo de cultivo para la xenofobia se cuece entre la población empobrecida de un país.
Pero hay un elemento definitivo y que no engaña a la hora de evaluar la situación por la que atraviesa el régimen libio: su disposición a negociar. Gadafi ha enviado emisarios a Zauiya y a la propia Benghasi. El hijo de Gadafi, Saif el Islam, reconoció hace días que no habría alternativa a una solución dialogada.
Con ese objetivo, el régimen ha comenzado a hacer gestos. Aunque en un principio se presentó como otro síntoma de la desintegración del régimen, la destitución del jefe de los servicios, Abdullah Sanusi, responde a un intento de lanzar un guiño a los opositores. No en vano es considerado el responsable de la masacre en la cárcel de Abu Salim, cuya conmemoración fue el detonante de la insurrección.
El Gobierno interino de Túnez legalizó ayer al grupo islamista Ennahda, que estuvo prohibido durante el régimen del depuesto mandatario Zine al-Abidine Ben Ali, y autorizó su constitución como partido político, según informó la agencia estatal de noticias TAP, citada por Europa Press.
Por otra parte, y tras la dimisión el domingo del primer ministro interino Mohammed Gannouchi, ayer fueron los ministros de Educación Superior y de Desarrollo General, Ahmed Brahim y Ahmed Chebbi, respectivamente, quienes comunicaron que dejan sus cargos. Poco antes, había presentado su dimisión el titular de la cartera de Reformas Económicas y Sociales, Elyes Jouini, según informó la emisora privada FM. El lunes, fueron el ministro de Industria y Tecnología, Afif Chelbi, y el de Cooperación Internacional, Mohamed Nuri Juini, quienes dimitieron. GARA