Cuando las crisis llegan a Pakistán, no vienen como un solo soldado, sino en batallones
El ministro pakistaní para las minorías, el cristiano Shahbaz Bhatti, murió tiroteado ayer en Islamabad dos meses después de que el multimillonario gobernador del Punjab, Salman Taseer, fuera tiroteado por uno de sus guardaespaldas en medio de la polémica internacional por la condena a muerte por blasfemia de la cristiana Asia Bibi. Bhatti era conocido por su oposición a las draconianas leyes contra la blasfemia, y argumentaba que éstas eran utilizadas para perseguir a las minorías religiosas e imponer una interpretación rigorista del Islam que significaría la desaparición de los sectores más liberales y humanistas de Pakistán. La oposición estridente de los sectores más radicales a cualquier cambio en la legislación sobre la blasfemia, que llegaron a convertir en un «héroe» al guardaespaldas que mató a Taseer, presagiaba que seguiría su misma suerte. En mitad de una guerra abierta, con un gobierno paralizado que no legisla, con recortes crónicos del suministro de gas y electricidad y la carestía de la vida disparada, el nuevo «frente» de las leyes de blasfemia hace más explosiva la situación. Y, parafraseando a Shakespeare, cuando las crisis llegan a Pakistán no vienen como un solo soldado, sino en batallones