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El Arriaga se despoja de secretos y misterios en su 25º aniversario

No sobrevivió al incendio de 1914 y fue víctima del paso del tiempo. Tampoco se libró de las inundaciones de 1983, que provocaron su cierre. Pero en 1986 renació, elegante y majestuoso, el Teatro Arriaga de Bilbo tal y como lo conocemos actualmente. Ayer, abrió sus puertas al público para conmemorar los 25 años de su renacimiento.

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Oihane LARRETXEA

Acudir a un teatro significa que el espectáculo está asegurado. Deseándose «mucha mierda», al escenario suben actores y actrices, bailarines y músicos que ponen todo su empeño para que todo salga tal y como debe de salir; para hacer que el espectador vuele sin moverse de la butaca. El Teatro Arriaga de Bilbo sin embargo, fue más allá. Si bien el 25º aniversario de su reapertura se cumple el próximo 5 de diciembre, ayer celebró una jornada de puertas abiertas, donde, además de mostrar rincones que hasta ahora jamás se habían abierto al público, se sorprendió a los asistentes con espectáculos. Éste es un recorrido por el Arriaga. Pasen y vean.

Las particularidades del interior comenzaron nada más pisar la entrada porque la alfombra roja que se extiende por las escaleras principales es una alfombra única que se tejió en la Real Fábrica Nacional de Tapices ubicada en Toledo. Según explicó la responsable de prensa del Arriaga, Cristina Angulo, se fabricó de una sola pieza «aunque cuando la trajeron y para poder colocarla, hubo de cortarla en varias partes para después volver a unirlas todas a mano».

Subiendo una a una las escaleras, el granate y el color dorado de la decoración iban en aumento, una combinación que dotó de fantasía el ambiente. Para acentuarlo, en el Foyer se dispusieron en unos maniquíes los vestidos que protagonistas de las producciones del teatro bilbaino han llevado sobre el escenario. Destacaba el de color coral, realizado a base de sujetadores y que curiosamente, llevó un actor, un hombre. «Fue con la ópera bufa `Les mammelles de Tirésias' -recordó Angulo-. Era un matrimonio interpretado por María Bayo, que hizo de Tirésias, y Troy Cook, quien se mete en la piel del marido. Ambos se revelan y hacen un cambio de papeles, de sexo. Por eso él vistió este traje hecho con sostenes». Y al lado, los no menos impresionantes vestidos de «La viejecita», «Chateau Margaux» o de la zarzuela «Katiuska» que llevó Maite Alberola.

Y más escaleras. A diferencia del resto de teatros, en el Arriaga el patio de butacas se encuentra «excepcionalmente» en la segunda planta y no en la primera, como en el resto de teatros. La razón es que antaño, la primera altura se destinó al comercio, aunque después los negocios desaparecieron.

Lo desconocido

Allí, en las butacas -también granates-, llegó una de las sorpresas que la organización había preparado. Espectáculos de corta duración donde la iluminación y el decorado se transformaban en un abrir y cerrar de ojos. Era el turno de Begoña, una joven trapecista. Para su actuación atenuaron las luces, desplegaron una cortina negra, brillante como un manto de estrellas, e iluminaron el fondo con una gigantesca luna llena. La acróbata, que enredaba su cuerpo alrededor del trapecio, quedaba suspendida en el aire, amarrada sólo por un pie. Cada vez que parecía pender de un hilo se oía el silencio, la expectación, el miedo que el mismo público rompía en mil pedazos con los aplausos.

También la sala conocida como Orient Express mostró sus intimidades pues este espacio no está acostumbrado a recibir la visita de curiosos. Se trata de una sala reservada para las personalidades que entre acto y acto prefieren estar «resguardados». En su día la utilizaba el lehendakari José Antonio Ardanza, mientras que Patxi López, confesó Angulo, opta por quedarse en su butaca. Su decoración recuerda mucho a un antiguo vagón de tren, con sofás cubiertos de terciopelo y muebles oscuros. Entrar en ella resultó ser un pequeño viaje.

De la sala privada por excelencia, a otro espacio más íntimo si cabe: los camerinos. Los cuartos, que levantaron gran expectación, se asemejan mucho al de las películas: grandes espejos rodeados de bombillas y un precioso diván rojo donde el artista puede descansar durante un rato.

Con tanta sorpresa, a más de uno le resultó imposible elegir. «Es que el teatro es, en sí, un tesoro», decía María Altube. Montxo, nacido en Bilbo, estaba nostálgico; había ido a recordar viejos tiempos. «He recorrido su interior desde que tengo uso de razón. Hace años que vivo fuera y quería revivir aquellos recuerdos». Con estas valoraciones se cumplen las intenciones de la iniciativa: «Hacer que el teatro sea parte de la gente», según el director Arriaga, Emilio Sagi.

¿sabías que?

Madera vs hierro

El entramado y los elementos sustentantes del edificio se realizaron en hierro para escapar de un problema habitual de los teatros del siglo XIX: los incendios. Además, en lugar de ocultar el material, el arquitecto municipal Joaquín Rucoba, optó por dejarlo al descubierto como un detalle ornamental de gran belleza. Empleando el hierro, se impulsó una de las principales actividades económicas del Bilbo del momento.

Dime quién eres...

Y te diré cual es tu puerta de acceso. Las diferencias sociales quedaban al descubierto también en el teatro. Se construyeron puertas independientes para al menos dos tipos de público. Por la fachada principal entraban los más adinerados, y los que se sentaban en el «paraíso», -la zona ubicada en la parte alta del patio de butacas-, entraban por los lados. Estos accesos además, nunca conectaban con el resto de entradas y conducían directamente al quinto piso, es decir, al último.

15 pesetas

El 31 de mayo de 1890, y exactamente a las 20.00, se levantó por primera vez el telón del teatro bilbaino. La ópera elegida fue «La Gioconda» de Amilcare Ponchielli. Los aficionados pudieron disfrutar de la función desde casa gracias al teléfono y pagando las quince pesetas que costaba la audición.

El visto bueno

El Ayuntamiento de Bilbo convocó un concurso público para reconstruir el teatro después del incendio y el proyecto elegido fue el de Joaquín Rucoba. Sin embargo, los vecinos de Bidebarrieta se opusieron al emplazamiento inicial del Arriaga, ubicado más cerca del Arenal, porque tapaba la boca de la calle. Al final, los vecinos se salieron con la suya.

Luz eléctrica

La inauguración de 1890, estaba prevista para 1989. El Ayuntamiento, no obstante, decidió posponerlo porque en un año llegaba la luz eléctrica a la capital. La iluminación del patio de butacas dicen que fue espectacular.

Boicot al amarillo

El actor y dramaturgo francés Molière (1622-1673) murió vestido de amarillo mientras actuaba sobre el escenario. De ahí que los actores vean en este color un mal augurio. Curiosamente, el alicatado de los baños del Teatro Arriaga es amarillo, algo que los artistas no pudieron superar. Para evitar los malos presagios, se cambiaron los azulejos de los baños ubicados en el pasillo de los camerinos. Y así todos contentos.

A escondidas

En el interior del patio, existen dos patios ocultos, casi desconocidos. Se trata de dos espacios pequeños de color negro conocidos como «los balcones de la viudas». Camufladas en la oscuridad, desde allí disfrutaban de las obras las mujeres que habían enviudado. Evitaban así ser vistas, y por lo tanto, criticadas, en una época en la que la mujer debía quedarse en casa guardando luto. Hoy en día estos espacios son utilizados por los técnicos de iluminación para colocar los focos.

Más vale prevenir

Los artistas tienen prohibido utilizar tanto antes de la función como entre los actos de una obra el ascensor. Porque, ¿y si se quedan atascados? Nunca ha ocurrido nada pero más vale prevenir.

Prohibido pisar

Se rumorea que uno de los directores del Teatro prohibió pisar la alfombra roja que cubre la escalera imperial a dos manos. Su sucesor, en cambio, permitió caminar sobre ella.

Una última vez

Los camerinos han sido testigos de muchos momentos, muchos inconfesables. Allí fue donde se le vio por última vez al poeta Federico García Lorca (1898-1936) con Margarita Xibú, su actriz favorita, antes de que ella partiera a EEUU.

¡vaya tela!

El telón de terciopelo rojo que abre y cierra cada función debe de cubrir los más de diecisiete metros de altura que hay desde el escenario al techo. Eso se traduce en cien kilos de tela.

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