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CRíTICA | Danza

Inmóvil silencio

 

Carlos GIL

Es una toma de postura. La bailarina y creadora Héla Fatoumi con una niñez y crianza educacional árabe-musulmana, se cuestiona desde la madurez al uso de cualquier prenda que signifique una sumisión o servidumbre de la mujer, se enfunda a un vestido que cubre todo el cuerpo, realizado con unos materiales especiales que le permite desarrollar sus movimientos, y es desde esa invisibilidad, o esa visibilidad mediatizada, desde la que emprende una investigación del movimiento, una especial manera de comunicación desde una interioridad mermada, ya que solamente vemos unas manos, unos ojos, el resto lo intuimos, y durante algunos tramos, es la inmovilidad de ese cuerpo la que nos perturba, la que nos incomoda, nos deja sumidos en una reflexión inducida desde el silencio. Una experiencia.

La pieza evoluciona, se usa de manera inteligente el vídeo pregrabado para contextualizar, para mostrarnos escenas cotidianas de mujeres árabes; el espacio escénico se va cargando de significados, el ritmo, los movimientos y la música van tejiendo un cuadro en el que debemos penetrar, posicionarnos. Cuando la bailarina se occidentaliza, nos recuerda que en nuestra cultura también hay un uso machista del vestuario. Es un apunte al que debe añadirse muchos matices. La danza demuestra que no todo debe ser forma, sino que debe implicarse en una realidad tan lacerante. Y lo hace desde una perspectiva artística solvente, con un lenguaje muy depurado en cuanto a control de gestualidades y energías, al uso de los espacios y los elementos.

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