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Josu MONTERO Escritor y crítico

Apagón

S i en el original de Ibsen, la obra se cierra con el famoso portazo liberador de Nora, la versión que el director argentino Daniel Veronese ha firmado de «Casa de muñecas» acaba con un angustioso apagón. «Tengo que hallar mi propio camino yo sola, pedazo de hipócrita, ahí te quedas tú y nuestros hijos», le viene a decir Nora a Thorvald, su marido; y éste se queda perplejo. Pero en la actualizada versión de Veronese, la violencia, sádica y sutilmente latente durante toda la obra, estalla. El marido cierra la puerta y arroja las llaves sobre la mesa; cuando una gimiente y llena de miedo Nora se acerca a cámara lenta y coge las llaves, la mano de él agarra súbita y brutalmente la muñeca de ella. Y ahí viene el apagón final. Cuando escasos segundos después la luz vuelve a hacerse y los actores saludan, serios, cuesta aplaudir. Esta versión de Veronese se titula «El desarrollo de la civilización venidera». Y entonces entendemos por qué. La obra pudo verse hace pocos días en la sala bilbaina con nombre de caja de ahorros; y desgraciadamente con un patio de butacas casi vacío.

Ayer comenzaba DFeria, un festival que ha tenido el buen criterio de elaborar su programación en base a un eje temático, bien sugerente además: «El cuerpo como campo de batalla». Varios de los espectáculos programados tienen mucho que ver, claro, con la llamada violencia machista o doméstica; obras que abordan tan peliaguda cuestión con una complejidad ajena a los simplismos al uso. «Duda razonable», de Borja Ortiz de Gondra, a cargo de Vaivén; «No me hagas daño», de Rafael Herrero, por Tanttaka; u «Hotel Splendid», de la norteamericana Lavonne Mueller, por la coreana Cho-In Theatre, engañoso título tras el cual se esconde el sangrante asunto de las esclavas sexuales en tiempos de guerra.