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Crónica | Refugiados: otra cara de la revuelta

«Los negros en Libia no somos seres humanos»

Los refugiados que escapan de Libia procedentes de países como Ghana o Mali denuncian las agresiones padecidas durante su huida y el robo de teléfonos móviles y material informático. Su relato pone de manifiesto las condiciones de semiesclavitud en las que trabajaban dentro del país dirigido por Muamar Al-Gadafi.

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Alberto PRADILLA Enviado especial a Túnez

«Vinieron dos policías, me quitaron todo lo que llevaba encima. Cuando intenté escapar para que no me robasen el dinero, uno de ellos intentó acuchillarme en el cuello. Logré apartarme, pero me alcanzó en el pecho. Me quitaron los 100 dólares que llevaba». Nana Knof, de 26 años y originario de Ghana, se abre la camiseta y muestra una cicatriz.

Los hechos que relata ocurrieron hace dos semanas en Trípoli, la capital de Libia. Ahora puede contarlo porque el miércoles por la noche logró cruzar la frontera de Ras Jdir, en Túnez, y se ha sumado a la larga lista de refugiados que abarrotan el campo de Choucha, a tres kilómetros de la aduana.

Los desplazados subsaharianos, los últimos en escapar de los combates y quienes más dificultades presentan para ser repatriados, han añadido otra visión sobre qué es lo que está ocurriendo actualmente en el país gobernado por Muamar Al-Gadafi. Y lo que relatan son agresiones y robos a manos de milicianos, militares o policías libios que, según aseguran, tienen la consigna de arrebatarles los móviles, ordenadores y tarjetas de memoria. Cualquier tipo de material que pueda sacar imágenes al exterior.

Sus testimonios, además, evidencian el régimen de semiesclavitud en el que se encontraban miles de trabajadores procedentes de Ghana, Mali o Somalia, muchos de ellos con una larga travesía a sus espaldas. «Los negros no somos seres humanos en Libia», asegura Knof.

«Me golpearon en la nariz con la culata de la pistola y me robaron todo», Immanuel Fusu, también de Ghana, sostiene en sus manos una camiseta con restos de sangre. Su compañero, Osman Kleta, de Mali, tiene la cara todavía hinchada. Ambos llegaron el domingo al campo que gestiona una misión de los Emiratos Árabes Unidos. Como Fusu o Kleta, la historia que relatan todos y cada uno de los refugiados en Ras Jdir es siempre la misma.

Comienza hace aproximadamente un mes, con los primeros días de manifestaciones y enfrentamientos. En ese momento, dejaron de cobrar lo poco que se les pagaba. Los más afortunados, entre 300 y 400 dinares libios (entre 174 y 232 euros). Los menos, sólo la comida.

Luego llegaron los tiroteos y los asaltos. Así que se encerraron en casa. Pero tampoco ahí se encontraban seguros. «Ellos están armados y nosotros no. Pueden entrar tres libios en una casa en la que estemos 300 y se llevarán todo. Porque no teníamos ni siquiera cuchillos para defendernos», explicaba Danpo Prince, de Mali. Ante estas condiciones, decidieron huir.

Durante el camino, repleto de checkpoints, se repite la historia. En este punto, según su relato, no se salvan ni los fieles al líder libio ni los rebeldes. Estos últimos sospechan de todas las personas de raza negra después de que diversos medios de comunicación internacionales publicasen que el coronel libio había contratado mercenarios procedentes de Chad, Nigeria, Guinea y Sudán.

«Vosotros, los medios internacionales, también sois responsables de la persecución que hemos sufrido en Libia», denuncia un joven eritreo que ni siquiera se atreve a dar su nombre.

Los relatos sobre detenidos y desaparecidos también son recurrentes. Muchos insisten en que todavía quedan centenares de personas en las inmediaciones del aeropuerto de Trípoli, e insisten en que otros han sido arrestados y se desconoce su paradero.

Los kilómetros previos a la frontera de Ras Jdir son el último escenario de la huida. El punto donde, según relatan los propios refugiados, se han colocado numerosos controles militares donde se examina concienzudamente que nadie pueda sacar ningún tipo de material informático.

«Ali baba»

Quienes no hablan inglés ni francés ya han encontrado una forma de denunciar lo sucedido. «Ali Baba», repiten, mientras se llevan las manos a los bolsillos.

Diariamente, entre 2.000 y 3.000 personas cruzan el borde que une Libia con Túnez. La mayoría de ellos, procedentes del sur de África. Pero también de Bangladesh. Actualmente, más de 17.000 personas se hacinan en el campo (que la Organización de Naciones Unidas, ONU, califica como «transitorio») de Choucha, a tres kilómetros de Ras Jdir.

Las cifras cada vez son mayores y los problemas también se multiplican rápidamente ya que hay refugiados, como los procedentes de países como Somalia o Costa de Marfil, que no pueden ser repatriados. Porque ellos no tienen un lugar donde ponerse a salvo más allá de las tiendas de campaña.

 

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