Víctor Moreno Escritor y profesor
Premio europeo para una Literatura Europea
El Premio Austriaco de Literatura Europea, otorgado al escritor Javier Marías «por una obra de auténtica dimensión europea», sirve al autor para afirmar, parafraseando a Baudelaire, «no tengo el gusto de conocerla», y preguntarse qué significa y qué es lo que verdaderamente se premia. Critica que son fallos sin ninguna argumentación basada en la literatura. Y, a pesar de que «cierta prensa» considere mejores escritores a los calificados como cosmopolitas o apátridas, vender a estas alturas esa «leyenda» es un insulto a la propia condición creativa humana, que ni es europea ni apátrida, sino tan sólo eso, humana, «con sus particulares abismos».
Otorgar premios, incluso a quienes no se los merecen, es fácil. No lo es tanto justificar razonablemente dicho fallo. Semejante incapacidad va pareja con el ejercicio de la crítica. La novela es buena, pero el crítico, en lugar de mostrarlo con razones objetivas textuales, saca a pasear su poderoso talento para cultivar tópicos y adverbios terminados en mente.
Dicho estado de cosas ya no constituye un problema excitante, porque es toda la crítica la que se sumerge en esta especie de atonía valorativa. Por lo tanto, nadie se estira de las meninges al escuchar que un escritor ha sido premiado porque es, ha sido y siempre lo será, «la conciencia crítica de Europa». ¿Conciencia? ¿Y crítica? ¿Y Europa? Parafraseando a Baudelaire, uno diría: «No tengo el gusto de conocerlas. ¿Quiénes son?».
Yo pensaba que esto de la conciencia y Europa, y de la conciencia europea para qué contar, era pura abstracción con el fin de atormentar el juicio y el euro de los ciudadanos.
Pero, hete aquí, que me topo con la noticia de que a Javier Marías se le ha otorgado el Premio Austríaco de Literatura Europea por «una obra de auténtica dimensión europea, donde combina la reflexión sobre los abismos de la naturaleza humana con el pensamiento sobre la moral, la historia y la política».
Leyendo esta justificación y sin saber el nombre del galardonado, no sería extraño que alguien pensara que el receptor de estas palabras fuese un filósofo, un ensayista, un moralista o un maestro zen; en fin, uno de esos cerebros con denominación de origen que se ha echado el mundo a la joroba de su espalda para redimirnos de nuestros delitos de indiferencia hacia Europa y su conciencia.
Sin quererlo, dicha justificación pretende resaltar más la capacidad intelectual del galardonado que su capacidad narrativa.
Hasta se podría establecer un canon de escritor y de novela siguiendo el reguero de esas apelaciones a entidades más o menos abstractas, y en las que de forma modélica sucumben desde hace muchos años los fallos de los jurados. Se premia un escritor por ser conciencia de su tiempo, por poseer integridad moral, por mantenerse coherente con los principios de quienes mandan, por su lucidez siempre cervantina, y, ahora, como no podía ser de otro modo, por «poseer su escritura una auténtica dimensión europea». A la vista de lo cual, uno se pregunta: ¿cuándo premiarán estos fallos la literatura?
Para mayor ofuscación, el texto del fallo habla de «auténtica dimensión europea». Auténtica. Lo que hace suponer que quienes se expresan de este modo poseen la concepción verdadera de Europa. ¡Qué pena que no viva el escritor Bernhard para escuchar sus piadosos comentarios al respecto! ¿Tienen los miembros que han otorgado a Marías una concepción de Europa verdadera? ¿Cómo saberlo? De ningún modo. La razón es simple: ¿acaso existe Europa?
Decía Marías que estaba muy contento con este premio, porque viniendo de fuera, del extranjero, «está más centrado en lo literario y menos sujeto a simpatías y antipatías personales». Seguro. ¡Vas a comparar un premio otorgado por la parroquia de Chamberí que por los maestros vieneses! Y sin embargo... Los juicios literarios en ese fallo son invisibles. No hay en sus frases ninguna argumentación basada en la literatura. Sí queda claro que Marías es escritor de «auténtica dimensión europea». Como dirían los críticos de la falange y de las Jons, «un escritor de raza europeo». Enhorabuena.
Ahora bien. Supongo que reflexionar sobre las simas de la condición humana, mezclando moral, historia y política, no será condición específica, exclusiva y excluyente, de lo que se pretenda como «genuinamente europeo», ¿no? Una novela china, pongo por caso, que reflexionara sobre la condición humana, evidenciando sus dimensiones éticas y blablaba, ¿podrá ser considerada como hecho significativo de estar trabajando, aunque sea sin saberlo, por la dimensión auténtica europea?
¿Existen valores literarios que sean específicos de esa dimensión? Quienes lo saben, deberían dar un paso hacia Estrasburgo y decirlo a los cuatro puntos cardinales que son dos, norte y sur. Si lo hacen, es posible que ayuden a muchos desnortados a la hora de afrontar su próxima novela.
Pero cuidado, porque si una novela transmite europeísmo, ¿por qué no ha de ser tildado éste como ideología, algo que la intelectualidad biempensante rechaza como peste bubónica?
¿Por qué los valores humanos que defiende esa Europa auténtica han de ser mejores que quienes se refugian en lo local, lo particular y lo nacional? ¿Puede ser un ciudadano europeo sin saber quién es Yourcenar, Duras, Peter Handke o Bernhard? ¿Pueden serlo sin haberlos leído?
¿En qué consiste ser europeo? ¿Y escritor europeo? ¿Cómo se mide la influencia de una trayectoria genuinamente europea en el comportamiento de la ciudadanía?
He leído a Marías desde su primera novela -si no, cómo iba a tener prejuicios, nada europeos supongo, sobre su obra-, y nunca había reparado en que estaba leyendo a alguien con una tan potente conciencia europea literaria como la que podrían tener, qué sé yo, Claudio Magris, Ítalo Calvino o Sebald, quien sostenía que le «interesaban más los muertos que los vivos», lo que afirmarlo no sé si es europeo o gilipollez, una gilipollez europea, entiéndase.
Cada escritor hace lo que puede dentro del abanico de sus posibilidades. Tener conciencia patriótica o europea -¿no es lo mismo a fines de intendencia?-, nada tiene que ver con poner un adjetivo detrás de un sustantivo sin arrugarlo.
En los tiempos que vivimos, existe cierta prensa que considera que los escritores calificados como cosmopolitas o apátridas son mejores escritores que quienes no lo son, y, por no ser, no son nada, geográfica y mercantilmente hablando.
Vendernos a estas alturas la leyenda de que son mejores escritores, porque son más europeos que el polvo del toro que fecundó a su madre y más cosmopolitas que un cuento de Borges, es un insulto a la propia condición creativa humana, que ni es europea ni apátrida, sino tan sólo eso, humana, con sus particulares abismos, tanto en Viena como en Chamberí. ¿Alguien lo duda? Mírese dentro de sí mismo.