La comuna de Redeyef: el origen de la revolución tunecina
La revolución tunecina pilló a contrapié a Occidente. Como si no se lo esperara. Así que proyectó la imagen de una revuelta espontánea a través de Facebook en la que los jóvenes de las clases más instruidas reclamaban su derecho a votar después de 23 años de dictadura de Zine El Adibine ben Ali.Alberto PRADILLA
De este modo, se borraron todos los antecedentes que permiten explicar una rebelión social que comenzó en 2011 pero que tiene sus raíces tres años antes, en 2008, con una huelga en la cuenca minera que fue brutalmente reprimida. Redeyef, la ciudad más combativa de esta zona deprimida, se ha tomado su revancha. Expulsaron a policías y funcionarios y, desde hace dos meses, se autogestionan mediante un consejo municipal autónomo liderado por los sindicalistas que encabezaron las demandas sociales. Pese a todo, sus habitantes siguen a la expectativa. La revolución ha triunfado pero ellos no experimentan ninguna mejoría.
«Hemos logrado romper el muro de silencio. La gente en 2008 se quedó en casa, pero ahora ha dicho basta», asegura Hafnawi ben Othman, un profesor en paro que se metió a sindicalista después de que su participación en el movimiento estudiantil le condenase al desempleo de por vida. Junto a él, Ettayeb, Adelajan y Abid, compañeros en la UGTT, el sindicato tunecino. Todos sufrieron la represión de 2008, cuando 12.000 policías rodearon Redeyef, de 28.000 habitantes, y decretaron el estado de sitio para frenar las huelgas en la mina. «Utilizaron fuego real y mataron a cuatro personas. 35 resultaron heridas».
Durante aquellos seis meses de 2008, Redeyef se convirtió en un agujero negro. Nadie entraba, salvo los agentes, y nadie podía salir. Unos 300 vecinos fueron detenidos, torturados y sentenciados a penas de entre seis y ocho años de prisión. Los juicios y las visitas a la cárcel mantuvieron la zona en pie de guerra. Además, se produjo un fenómeno que abrió el camino al desmarque sindical de la dictadura: los líderes locales de la UGTT rompieron con su dirección nacional y encabezaron las protestas. Curiosamente, la sede de la central es uno de los pocos sitios donde todavía puede verse una foto de Ben Ali. Está en el piso superior, en el suelo, al final de las escaleras. Así que hay que pasar por encima de ella para acceder a alguna de las salas.
«Para comprender qué está ocurriendo es necesario visitar la cuenca minera», asegura Lotfi Hajji, corresponsal de Al-Jazeera en Túnez. Fakhem Bokkadous, un periodista encarcelado por cubrir las revueltas en la zona, insiste en que no es casual que localidades como Redeyef se levantasen en 2008. Desde principios del siglo XX, la zona depende casi exclusivamente de la extracción del fosfato. Sin apenas recursos, el sueño de todo joven es lograr un puesto en la estatal CPC, la compañía estatal. Los empleos escasean desde que el trabajo comenzó a mecanizarse y la empresa se privatizó, siguiendo los consejos del FMI. «Sólo en esta mina llegaron a trabajar 14.000 personas. Ahora no llegan a 4.000», indica Ben Othman. Durante el régimen de Ben Ali, el reparto de puestos estaba marcado por el clientelismo y los sobornos. Tampoco se permitía el desarrollo de nuevas iniciativas, que debían pasar por la supervisión de algún Trabelsi, el clan de la mujer del dictador.
La inmolación de Mohammed Bouazizi en Sidi Bouzid (a unos 100 kilómetros de Gafsa, la capital de la zona) no pilló a los sindicalistas desprevenidos. Una semana antes del inicio de la gran revuelta, Redeyef vivió su enésima huelga. «Se hicieron manifestaciones, se quemó la comisaría de Policía. Pronto se pasó de reivindicar trabajo a exigir derechos políticos», relata Tarek Hlami, quien destaca que «no hubo venganzas» contra quienes instigaron la represión de las huelgas. Lo que no pudieron (ni quisieron, como reconocen entre risas), fue evitar que ardiese la comisaría, que sigue calcinada mientras deciden su uso.
Con el triunfo de la revolución, la fuga de policías y funcionarios fue masiva. Se quedaron solos. Y comenzaron a organizarse. «Hemos creado un consejo de nueve personas, 7 hombres y dos mujeres, que maneje el pueblo hasta las elecciones», señala Chraiti Bonjemau. Al frente, Adnan Hayi, el secretario local de la UGTT. Un hombre que todavía evidencia en su rostro las secuelas de las torturas sufridas a manos de la Policía política.
Todo el mundo en Redeyef coincide en que esta nueva etapa es sólo el primer paso. «La Constitución abrirá el camino de un nuevo Túnez», dice Ben Othman. Aunque queda mucho para el 24 de julio, cuando la población elija a la Asamblea Constituyente. Mientras tanto, los vecinos no disimulan cierta desilusión. Lideraron las protestas, las llevaron hasta la capital de Túnez y tumbaron al dictador. Pero han vuelto a casa y siguen sin trabajo, así que las huelgas y las sentadas ante las sedes del CPC son constantes. Mientras, se preparan para vigilar la elaboración de un texto constitucional. Será entonces cuando midan el verdadero alcance de las reformas o si, como otras veces, tienen que volver a salir a la calle.