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Crónica | Desde Libia

En las afueras de Bengasi ya se escuchan las ametralladoras

El jueves fue un día confuso en Bengasi. Las maniobras de propaganda de uno y otro bando hacían mella en la población y periodistas por igual. Poco antes de las 20.00 al centro de prensa de la revolución llegaba el rumor de que Ajdabaiya había caído en manos de las tropas y mercenarios pagados por el coronel Muammar al-Gadafi.

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Manu BRABO

Decenas de milicianos del Ejército del 17 de de Febrero se afanaban en instalar baterías antiaéreas de pequeño calibre en la cornisse, centro neurálgico de la revolución. Las calles se habían vuelto mucho más tranquilas que en los últimos días y la tensión se reflejaba en los rostros de los pocos que aún se mantenían en la calle o en sus puestos, ya fueran militares o funcionarios del Gobierno insurrecto.

La rueda de prensa convocada a las 20.00 por el Estado Mayor de las fuerzas revolucionarias en el hotel Tibesti, tuvo que ser trasladada por motivos de seguridad. En ella, el coronel Ahmed Fatah, no sólo anunció que aún se resistía en Ajdabiya, sino también un ataque certero sobre posiciones de artillería de los leales a Gadafi ejecutado por los dos aviones Might que desertaron a Malta hace días. Además, se anuncio la incorporación a las fuerzas rebeldes del antiguo regimiento del coronel Fatah, formado por 8.000 regulares muy bien entrenados.

Pero en la calle, no había indicios de ningún avance o golpe por parte de la revolución. Más bien todo lo contrario. En las afueras de la ciudad comenzaba a escucharse el tableteo intenso de ametralladoras y en el cielo comenzaban a verse las estelas rojas de los proyectiles antiaéreos. También se veían decenas de milicianos que tomaban posiciones con sus pick-up, yendo de un lado al otro a gran velocidad.

Las azoteas de cada edificio alto se artillaban con antiaéreos y a los hoteles de la prensa comenzaban a llegar milicianos armados con kalashnikov que montaban guardia en la puertas. A las 22.00, los tiroteos y las detonaciones cobraban intensidad, los leales a Gadafi que habían aguantado escondidos durante semanas en la ciudad parecían haberse levantado al saber la proximidad de las tropas del dictador.

Sobre las 23.00, los combates dejaban paso a una repentina explosión de júbilo y la gente, civiles normales y corrientes, inundaban las avenidas del centro pertrechados con banderines tricolores, fotos de mártires y símbolos de la revuelta. Al grito de «Allahu akbar» (Dios es grande) y haciendo sonar los cláxones de sus coches, padres, madres e hijos acudían a la cornisse para celebrar el supuesto ataque kamikaze de uno de los Mights sobre el búnker de Gadafi.

Los kalashnikov y las ametralladoras antiaéreas volvían a rugir con más fuerza, si bien ahora se hacía por motivos bien distintos. La celebración, que convocó a unas 4.000 personas en la Plaza de la Revolución, duró hasta bien entrada la noche. A su término, ninguna de estas informaciones había sido confirmada. Y los pocos corresponsales que quedábamos en Bengasi, teníamos las maletas en el hall, navegando en la desinformación generada por ambos bandos. Lo que si está claro es que los tiroteos habían cesado, dando a Bengasi, la primera noche sin el eco de las detonaciones en muchos días.

El levantamiento del 17 febrero parece estar más cerca de su fin que de su consolidación. Su incapacidad militar se ha puesto de manifiesto desde que la semana pasada perdieran la ciudad petrolera de Ras Lanuf. Desde entonces han ido encajando derrota tras derrota y perdiendo todas las ciudades en el camino a Bengasi. Pese a su superioridad numérica, la terrible falta de entrenamiento de los milicianos y la inferioridad de su armas y equipos, hace inútil toda su voluntad y fe en el movimiento instalado hace un mes en toda Cirenaica y algunos enclaves del oeste del país. La ferocidad con que Gadafi está tomando cada población, los bombardeos indiscriminados sobre las ciudades y el orden con el que se mueven sus tropas, además de su superioridad armamentística y los apoyos extranjeros de países como Siria y Argelia, hacen más que predecible una derrota del joven movimiento democrático que ha estallado en Libia.

 

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