Análisis | Revueltas en el mundo árabe
Gadafi declara el alto el fuego tras la amenaza occidental
Sus antiguos aliados se muestran dispuestos a mandar tropas tras la resolución de la ONU, que se aprobó tras un mes de revuelta. Gadafi se apresura a anunciar un alto el fuego unilateral y su ministro de Exteriores concreta que renuncian a ocupar Bengasi, último bastión de la revuelta.
Dabid LAZKANOITURBURU
Tras un mes de revuelta libia y de amenazas de la «comunidad internacional», Occidente, o mejor dicho parte de él y con desiguales ímpetus, ha decidido dar un salto adelante forzando la aprobación por parte del Consejo de Seguridad de la ONU de una reso- lución que da vía libre a la tutela aérea total sobre el cielo libio.
La resolución da por buenas en su preámbulo las insistentes acusaciones contra el régimen de Gadafi, concretamente los «ataques sistemáticos contra la población civil» y la «utilización sistemática de mercenarios por las autoridades libias».
Con esos mimbres, y dando categoría de pruebas a unas acusaciones que el régimen niega una y otra vez, el Consejo de Seguridad aprobó, con la renuncia del derecho a veto por parte de las potencias nucleares china y rusa y la abstención significativa de Alemania -junto a la de India y Brasil, potencias emergentes-, un texto lo suficientemente contundente como para equipararlo a una declaración de guerra en toda regla pero que puede a la vez ser interpretado con la suficiente -valga la redundancia- laxitud para permitir una salida negociada. Y es que, además de excluir explícitamente una ocupación terrestre del país -condición inexcusable para lograr la abstención de Beijing y Moscú-, incluye un llamamiento a un alto el fuego.
El régimen de Gadafi, que durante estas cuatro semanas ha mostrado una fortaleza interna y un cálculo político bastante superior a los de sus vecinas y vencidas dictaduras tunecina y egipcia, decidió mover esa ficha y se apresuró a anunciar un alto el fuego unilateral. Ello no fue óbice para que denunciara una resolución que da carta blanca al empleo de la fuerza militar extranjera, lo que a juicio de Trípoli «va en contra de la Carta de Naciones Unidas y supone una violación de la soberanía nacional de Libia».
El propio Gadafi fue más allá y amenazó con el Armagedón. «Si el mundo actúa como un loco, nosotros haremos lo mismo. También haremos de su vida un infierno», aseguró el líder libio, quien para hacerse perdonar por Occidente no dudó en indemnizar a las víctimas de atentados como el de Lockerbie en los años 80.
Con la respuesta táctica del alto el fuego, conjugada con su ya conocido lenguaje amenazante, el régimen libio intenta ganar tiempo y alimentar las visibles discrepancias en el bloque occidental. Y es que la fotografía de la votación en el Consejo de Seguridad vuelve a dejar a ras de suelo la credibilidad de la UE como institución unívoca.
La abstención de Alemania ha evidenciado, más si cabe, el impulso parcial de esta iniciativa, capitaneado por un Estado francés que ha perdido en los tres meses de revueltas árabes su escasa credibilidad internacional y que busca en Libia redorar sus deslucidos blasones. París, que ha visto caer a aliados tan insustituibles como el dictador tunecino Ben Ali e incluso el egipcio Hosni Mubarak, decidió desde el inicio de la crisis cobrarse la deuda con Gadafi. La exigencia de este último al presidente francés, Nicolas Sarkozy, de que le devuelva el dinero con el que aquél asegura financió la campaña de este último a El Elíseo, ha funcionado como un acicate para las prisas francesas por deshacerse del mismo coronel para quien hace meses desplegaba la alfombra roja en París.
Tampoco los EEUU de Obama se han mostrado excesivamente entusiastas tanto en la promoción de la resolución como en su defensa. Con la campaña afgana abierta y ante las dificultades que afronta para cumplir su compromiso de completar la retirada de Irak antes de que expire el año, el Pentágono no está en las mejores condiciones para afrontar una campaña de consecuencias impredecibles.
Con su negativa a reconocer a la oposición en Bengasi como una suerte de Gobierno libio legítimo, Obama ha mostrado hasta ahora una contención en la que insistía ayer, cuando exigió a Gadafi que cumpla con las exigencias de la resolución y advirtió de que EEUU no enviará en ningún caso tropas terrestres. Todo apunta a que EEUU ha decidido dejar que sea Europa la que capee la cuestión, con los riesgos que ello conlleva. Por de pronto, París tiene un aliado firme en la Gran Bretaña de David Cameron, quien no tiene empacho alguno en seguir la senda marcada en su día por su rival laborista Blair.
Frente a un presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, que se apresuró a señalar que «no nos vamos a dejar engañar otra vez por Gadafi», las reacciones en la UE tras el anuncio de alto el fuego de Trípoli alimentan la sensación de que estamos asistiendo, de momento, a una suerte de juego del gato y el ratón.
Merkel calificó de «esperanzador» el anuncio, «digno de ser examinado», en palabras de la representante de la diplomacia de la UE, Catherine Ashton.
Mientras Italia y el Estado español -este último va más allá y comprometerá tropas- se han apresurado a anunciar su disposición a ceder sus bases para el establecimiento del apagón aéreo en Libia, otros países como Portugal se han desmarcado completamente de la iniciativa.
Tampoco bajan claras las aguas en la OTAN. Turquía, como miembro de pleno derecho de la alianza, se ha limitado a «tomar nota» de la resolución aunque insiste en abogar por una salida negociada y sin el recurso a la fuerza. Por de pronto, fuentes aliadas se limitaron a señalar que los preparativos para poner a punto la operación proseguirán como poco hasta el domingo aunque no está claro que vaya a hacerse en nombre de la Alianza Atlántica.
En esta tesitura, el Estado francés ha convocado para hoy mismo una reunión en París a tres bandas entre la UE, la Liga Árabe y la Unión Africana. Ante las discrepancias, Sarkozy ha invitado «a quien quiera venir». Merkel reaccionó anunciando que no faltará a la cita «porque Alemania tiene mucho que aportar». La Unión Africana parece muy lejos de pensar siquiera en situarse al lado de la coalición anti-Gadafi. No ocurre lo mismo con la Liga Árabe como institución, que ratificó ayer su apoyo al establecimiento de una zona de exclusión aérea aunque volvió a advertir contra interpretaciones extensivas del mandato de la ONU.
Un mandato cuya resolución apela, en clave justificatoria, a la posición de los regímenes árabes, críticos con su par libio.
Sorprende, en este sentido, el cinismo de unos regímenes contestados por sus poblaciones y que no están dudando en utilizar la represión contra sus movimientos de protesta internos. La cleptocracia de Qatar ya ha comprometido su participación en el operativo contra libia y se esperaba un anuncio similar por parte de los Emiratos Árabes Unidos. Lo único que falta es que Arabia Saudí, que no ha dudado en enviar a sus soldados para ayudar a sofocar la revuelta en Bahrein, se animara a participar para socorrer a la revuelta libia.
La apelación a los regímenes árabes en este contexto de crisis no es exclusiva de las potencias occidentales que han promovido la iniciativa. China justificó precisamente su abstención por la posición tanto de la Liga Árabe como de la Unión Africana. Una referencia con la que Beijing mantiene su aureola de potencia autónoma y respetuosa con las opiniones de lo que en su día fue el bloque de los No Alineados pero que responde, en esencia, a la estrategia de diplomacia tranquila que caracteriza al gigante asiático. Poco hay que decir respecto a la posición de Rusia, un país que, pese a sus veleidades y subidas de tono, acostumbra cada vez más a dejar hacer en este tipo de crisis, dando muestra de su verdadera fortaleza, o debilidad.
Más allá del papel de los distintos actores internacionales en este pulso, el momento elegido por la «comunidad internacional» para dar un puñetazo encima de la mesa y poner contra las cuerdas a Gadafi está alimentando toda una suerte de teorías contrapuestas.
Hasta la tarde del jueves -medianoche en Euskal Herria- en que se aprobó la resolución, primaba la consideración de que la iniciativa era un intento tardío de salvar la cara ante el regreso del estatus quo en Libia.
Esta tesis venía reforzada por el hecho de que las tropas de Gadafi habían llegado ya a las puertas del feudo de la rebelión en un avance imparable.
Hay quien sostiene, por contra, que ha sido ese vuelco en la situación militar el que habría forzado a Occidente a pisar el acelerador.
No es descartable una tercera, teoría, más o menos a mitad de camino entre ambas, que sostiene que los promotores de la solución militar en Libia habrían esperado precisamente a que la oposición del país estuviera contra las cuerdas y rogara, a la desesperada, una intervención sin estar ya en condición alguna de poner condiciones.
Por de pronto, el Consejo Nacional Transitorio denunció ataques del Ejército libio en zonas en disputa como Misrata, Ajdabiya y algunos reductos de la rebelión en el oeste. El régimen negó estas acusaciones, que tildó de «parte de su campaña de propaganda». De confirmarse esas informaciones, planearía el fantasma de la guerra de Bosnia, donde una medida similar no detuvo los combates e incluso las masacres, como las protagonizadas por las milicias serbias contra la población bosnia.
Mientras tanto, asistimos a una guerra de nervios en la que la gestión de los tiempos se revela como decisiva. Habrá que esperar a que a nadie se le vaya finalmente la mano. Una intervención aérea en Libia recuerda con desgraciada semejanza a los años de presión contra el Irak de Saddam. Y todos sabemos cómo acabó. El antes aliado de Occidente terminó colgado de una cuerda. Pero su país está totalmente destrozado.
EEUU anunció el envío el próximo miércoles de un portahelicópteros y dos navíos militares al Mediterráneo, en principio en tareas de relevo pero, en su caso, para participar en una misión de vigilancia de las costas y el cielo libios.
El régimen libio ha pedido a Turquía y a Malta -que ha rechazado ceder sus bases a la operación militar- que supervisen su alto el fuego. En este sentido, denunció que no encuentra interlocución en el Consejo de Seguridad para que contraste su tregua.