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Joxean Agirre Agirre Sociólogo

Mejor que contarlo, vivirlo

Además del terremoto y el desastre nuclear en Japón o las revueltas en varios países árabes, la presencia del juez Grande-Marlaska como «icono promocional» de Bizkaia en la Feria Fitur de Madrid ha llamado la atención de Agirre. Afortunadamente, sostiene, este país cuenta con otro tipo de representación, alejada del «perfil de vividor pancista» y comprometida con las personas objeto de todo tipo de vulneraciones, como los electos de Ipar Euskal Herria que acogieron a jóvenes independentistas sobre los que pesaba una euroorden.

En medio de la pesadilla nuclear de la central de Fukushima, cuando la tierra no deja de temblar en Japón y decenas de miles de personas permanecen desaparecidas bajo los escombros, mientras los pueblos del norte de África ocupan las plazas públicas y ponen en tela de juicio el poder absoluto del que hacían gala distintas clases de sátrapas y corruptos guardianes de los intereses de Occidente en la zona, he de reconocer que una de las noticias que más me ha llamado la atención esta semana ha sido la referida a la elección del juez Grande-Marlaska como icono promocional de Bizkaia en el Fitur madrileño.

Desde que en los noventa Rosa Díez pusiese de moda el «Ven y cuéntalo» para promocionar el turismo en la Comunidad Autónoma Vasca, un sinnúmero de personajes han buscado la forma de hacer el agosto en la capital del Reino de España con su imagen de vascos de bien. Algunos de ellos estuvieron entre los más de trescientos estómagos agradecidos que en enero llenaron el Palacio de Cibeles. No me sorprendió encontrar entre los convocados a Imanol Arias, leonés de cuna afincado en Ermua, y que sentó sus reales hace mucho tiempo en los platós de Televisión Española. Desde allí nos azota semanalmente con «Cuéntame cómo pasó», una crónica falsificada del último franquismo y de la transición española que lleva más tiempo en antena que lo que duró el propio período histórico en el que se inspira. El verano pasado se hizo un lugar entre los titulares de la prensa generalista con una sentencia contundente: «Tengo un profundo desprecio por el separatismo». Sin embargo, para zamparse los 16 pinchos regados con txakolí del lunch no tuvo reparos en confraternizar con los promotores jelkides del evento. Hace tiempo que olvidó que el papel que le lanzó a vivir de la farándula fue el de un joven vasco torturado en «La muerte de Mikel».

Hay otro género de sinvergüenzas que ha medrado a costa del gusto cortesano de dar acogida a los vascos furibundamente españolistas. Fernando Savater acaba de señalar que si no hubiera sido por el terrorismo, tras el fin de la dictadura se habría dedicado a sus «libritos» y a ser académico. «No solamente no estoy enojado, sino al contrario. Casi lo agradezco porque me han dado 15 ó 20 años más de juventud», concluía entre muestras de satisfacción. Lejos quedan sus seminarios contra la tortura en la facultad donostiarra de Zorroaga, o sus sesudas reflexiones acerca de los cuentos, cuando afirmaba que «por los cuentos y con los cuentos viaja nuestra alma, y también se arriesga, se compromete, se regenera». A la vista de sus últimas declaraciones, queda claro que ese viaje le ha convertido en un exhibicionista sin regeneración posible.

Pero la invitación al juez nacido en Bilbo y formado bajo la lumbre académica de Deusto rompe con el lema jesuítico de «Sapientia melior auro» («La sabiduría es mejor que el oro») para colocar bajo el calor de los focos promocionales al principal azote del independentismo en la Audiencia Nacional. El mismo magistrado que la madrugada del 1 de marzo ordenó la detención de cuatro jóvenes en Bilbo y que, cinco días más tarde, ni se inmutó tras escuchar el testimonio de Bea Etxebarria, la joven que denunció haber sido violada en un centro de detención por uno de los guardias civiles que la custodiaban e interrogaban. La tortura y el cuento una vez más entrelazados en la vida de un vasco censado en Madrid, por más que «vivir para contarlo» parezca el único juego de palabras oportuno para sobreponerse a la helada mirada del togado favorito de la Dirección de Promoción Turística vizcaína.

Hay, por suerte para este país, otro tipo de paisanaje comprometido con la realidad que le circunda y, sobre todo, con las personas objeto de todas las vulneraciones imaginables. Gente poco amiga de cuentos y cuentas, alejada del perfil de vividor pancista que nos evocan los ágapes organizados por José Luis Bilbao en la villa y corte. Dotadas de una sensibilidad humana especial y de altas cotas de responsabilidad política cuando ve amenazadas las libertades más básicas: las suyas o las de quienes no piensan del mismo modo.

En medio de la maraña mediática, de las disquisiciones jurídicas y de la escandalosa impostura de algunos agentes importantes en torno al registro y, de momento, no legalización de Sortu, electos de diferente ideología han hecho un impecable ejercicio práctico en Ipar Euskal Herria de cómo defender los derechos de todas las personas, acogiendo en sus casas a los jóvenes independentistas con requisitorias y órdenes de arresto a sus espaldas. Abertzales y no abertzales, de la costa y del interior, de pueblos diminutos o tan conocidos como Kote Ezenarro, miembro del Consejo General y ex alcalde de Hendaia del PSF, son capaces de defender todas las ideas de todas las personas atendiendo únicamente al dictado de su conciencia. Si hicieran lo mismo en Hego Euskal Herria, Grande-Marlaska o algún otro juez ordenaría derribar de madrugada la puerta de sus casas, y los electos conocerían de primera mano cómo se las gastan Garmendia o El Comisario en los dominios de la Guardia Civil.

¿O no? Y éste es el quid de la cuestión. ¿Qué más necesitamos para articular un movimiento amplio, no de parte ni tutelado por la agenda política de particulares, que haga inviable la represión y se erija en catalizador de una respuesta civil, masiva, pacífica y sin precedentes?

Nos hacen falta personas dispuestas a enfrentar decididamente la prepotencia del Estado. De la esfera pública y de la privada, de todas las edades, ideologías, religiones; mujeres y hombres dispuestos a ejercer de cortafuegos ante cualquier pretensión de incendiar el nuevo escenario. La distensión y el pluralismo deben ser dos ejes fundamentales, pero el compromiso radical con la libertad y la defensa de todos los derechos debe ser el tercero. Me consta que miles de personas aguardan a que esa pluralidad tantas veces esgrimida para no abordar el trabajo en común se convierta en un paso al frente de intelectuales, sindicalistas, periodistas, músicos, integrantes de redes sociales y activistas para tejer una complicidad a la altura de los nuevos tiempos.

Con esa vocación está trabajando el Movimiento por los Derechos Civiles en Euskal Herria, y desde ese convencimiento invoca a todo el espectro social y político del país, y en especial a su ciudadanía, a comprometerse con dinámicas de avance democrático: movilización, denuncia, conquista de espacios públicos, suma de fuerzas, alianzas y autoafirmación de nuestros derechos. De todos sin excepción, incluyendo el derecho a decidir.

Acoger a Irati Tobar en nuestra casa. Sentir lo ocurrido a Bea Etxebarria como un ataque sin paliativos contra toda Euskal Herria. Convertir la plaza de nuestro barrio en un espacio inviolable, como Tahrir en Egipto. Ser personas de bien, sin las franquicias del pasado ni el patrocinio de todos los que siguen viviendo del cuento. Construir un nuevo consenso social en esos términos, optando por ser sujeto y no objeto. Ésas y no otras son las claves del cambio. Vivirlo, mejor que contarlo.

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