El 19 de marzo de 1962 entró en vigor el alto el fuego acordado entre el gobierno de De Gaulle y el FLN argelino. Finalizaba una guerra de ocho años en la que París despilfarró miles de vidas en un empeño por mantener una colonia que se volvió tremendamente apetecible tras el descubrimiento de hidrocarburos en su subsuelo. Y mientras Argel, en el 49 aniversario de esa fecha, reprime con fuerza una manifestación organizada para reclamar cambios políticos profundos en el país, el actual heredero del gaullismo sella la intervención militar en la vecina Libia, uno de los mayores productores de petróleo de África. Conmueve el compromiso democrático de Nicolas Sarkozy para con el pueblo libio. Como conmovió el que mostró George Walker Bush hace años liberando al pueblo de Irak. Ahora, como entonces, ya habrá quien malintencionadamente piense que detrás de estas acciones humanitarias se esconde únicamente el interés por el petrodólar. Pero nada más lejos de la realidad. Quien conozca a Sarkozy sabrá que no es ése el combustible que mueve su ánimo, sino la libertad, la igualdad y la fraternidad. Otra cosa será que, una vez Gadafi y sus secuaces fuera de circulación, empresas francesas puedan disfrutar de contratos ventajosos con el próximo gobierno libio. Como los que disfrutarían en Argelia si no fuera por los golosos norteamericanos que todo lo quieren y todo lo cogen sin respetar lo ajeno. Pero esta vez será diferente. Lo de Libia está casi hecho. Esta vez Sarkozy se ha adelantado y es él quien lidera la guerra por la libertad. Entre explosión y explosión, se alzan las plegarias: petróleo nuestro que estás en los cielos...