Iker Bizkarguenaga Periodista
Mucho mejor solos que con mentirosos descarados
En Madrid algunos están poniendo toda la carne en el asador en un momento en el que se mezcla la próxima contienda electoral, el debate sucesorio en el PSOE y el proceso abierto en Euskal Herria. Las dos principales cabeceras del panorama mediático español se han enzarzado en una guerra de guerrillas donde, todo hay que decirlo, la munición es mercancía averiada. Porque, oigan ustedes, lo que ocurrió en el proceso negociador de hace cuatro años ya lo había publicado este diario casi antes de que estallara la crisis. Y ha llovido mucho desde entonces.
Pero bueno, en esas estamos, con el diario señera de la derechona disparando al que dicen sucederá a Zapatero al frente del PSOE, y el padrino mediático del agraviado saliendo en defensa de su delfín. Al final, intentarán que la factura la paguemos los vascos, como siempre.
De todo este sainete, sin embargo, se puede extraer también alguna lección. Porque tanto los medios cercanos al PSOE, como los miembros del Gobierno, con el propio Rubalcaba como protagonista estelar, están esgrimiendo en su defensa, frente a las acusaciones de haber colaborado con ETA -quién le iba a decir al Maquiavelo de Solares-, que hicieron justo lo contrario.
Que en aquel proceso no cumplieron nada de lo pactado, que siguieron deteniendo y encarcelando, que no se movieron un milímetro en las cárceles y que la negociación estuvo trufada de «medias verdades y mentiras descaradas». «Yo les ordené apretar más que nunca» admite el alquimista de la política española, respecto a un momento caracterizado por la tregua de ETA y en medio de un proceso de negociación. Fueron incluso más duros que Aznar, argumentan los progresistas sin rubor.
Esta incontinencia verbal es esclarecedora respecto al valor de la palabra de toda esta gente y casi una advertencia a futuro:: negociar condiciones y garantías con un interlocutor que abiertamente reconoce que «todo es reversible» no parece buena apuesta. Bien al contrario, definir y desarrollar una estrategia propia, sin ataduras, con capacidad de desbordar a ese Estado que se jacta de no cumplir sus compromisos, parece más eficaz, en la medida que aquél no puede frenar ni condicionar lo que no está en sus manos.