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Fede de los Ríos

De la hilaridad en el trabajo

El 1 de abril en muchas empresas celebraron el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo. Como lo oyen. Los parados y paradas se lo perdieron y pasaron el día apesadumbrados

Dicen los periódicos del reino de España, donde manda un Borbón y por consiguiente es un sistema democrático, que el pasado 1 de abril en muchas empresas se celebró el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo. Como lo oyen. Los parados y paradas se lo perdieron y pasaron el día apesadumbrados. Si he de ser sincero, algo percibí el viernes.

Nada más coger el coche para dirigirme al trabajo, y habiendo sorteado las innumerables columnas del parking, instaladas por doquier por algún creativo arquitecto al objeto de que los inquilinos de las VPOs comiencen con diversión la jornada laboral y la satisfacción que produce el sortearlas sin recibir ni un solo rasguño en el todavía sin pagar artefacto llamado automóvil. Bien, prosigo que me lío.

Una vez colocado mi automóvil en lo que denominan vía pública, noté en el resto de conductores cierta celeridad e incluso ansia desenfrenada por llegar lo más pronto posible al trabajo. Mi pobre y maltratado cerebro, (víctima del tabaco, del colesterol, de mi innata intolerancia y natural inclinación a la violencia y al delito contra la propiedad, amén de mi animadversión a la rojigualda, las sotanas y a la no práctica del reciclaje ni del deporte), en las horas del alba funciona aún peor y pensé que era que llegaban tarde al curro. Ahora entiendo mi error. Lo que deseaban aquellas gentes que conducían de aquella manera tan desaforada era llegar cuanto antes a sus lugares de trabajo para pasárselo de puta madre produciendo mercancías. ¿Qué tipo de mercancías? preguntará algún tiquismiquis ¡Qué más da! Lo importante es divertirse. Partirse el culo (de risa) aumentando la producción. Imagino a los de la Volkswagen en torno a las cadenas sin fin, atornillando y desternillándose al unísono, rac, rac, já, já, rac, rac, já, já. Y a los liberados de CCOO y UGT (antaño sindicatos de clase y ogaño sindicatos con clase) en corro, cronómetro en ristre, jaleándoles entre vítores. ¡Hay que salir de la crisis con cachondeo! Produciendo más, ¡Venga! ¡Venga! durante más horas, ¡Ánimo! durante más años. Con menor salario y menos pensión ¡Con dos cojones! y alegres como castañuelas.

El Día de la Diversión en el Trabajo es internacional. Cómo no intuir el desmadre de los operarios en la central de Fukushima. Sí, ya sé que debido a nuestra visión occidental y por sus rasgados ojos resulta difícil distinguir en un japonés cuando ríe, cuando sufre de estreñimiento o cuando presta atención. Pero el viernes pasado sea desescombrando o chapoteando entre plutonio y uranio, se lo pasaron de miedo bailando el rap de los de Garoña.

Que el trabajo dignificaba, lo sabíamos, nos lo habían dicho los obispos. Y ellos, en su humildad y sacrificio, se volvían indignos por dejárnoslo a nosotros.

Que nos hacía libres, lo habíamos leído en la entrada del campo de Auschwitz. Los nazis nos quisieron libres.

Ahora, gracias a psicólogos y publicistas, sabemos que además nos estimula y divierte.

Banqueros y obispos ríen de siempre; ríe el Rey, ríen jueces, políticos y militares. Ahora quieren que riamos con ellos. Es la divertida democracia.

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