Se sabía que el cine de Susanne Bier tiene calado, tiene hondura, pero ahora también sale a flote su disposición para fomentar el debate. «En un mundo mejor» es una película que toca sensibilidades en primera instancia, y que después provoca la discusión a la salida de la sala de proyección. La realizadora danesa entrega al público una obra abierta a todos los foros, al conectar la violencia y el pacifismo dentro de un mismo mensaje, lanzado a través de la ilustración de una serie de ejemplos prácticos sacados directamente de la vida real. Por supuesto que la acumulación de hechos que relata no puede ocurrir en un único entorno familiar, y, aunque sería impensable, es una licencia que le permite construir una ficción en el más amplio sentido de la globalidad. La figura del cooperante de Médicos Sin Fronteras hace posible una conexión entre los conflictos africanos y los de la Europa desarrollada, distintos en su configuración política y social, aunque reveladores por igual de los instintos primarios del ser humano.

Susanne Bier combate la violencia extrema con el pacifismo radical, porque de otra manera no habría una confrontación en condiciones de la que extraer conclusiones positivas o esperanzadoras. Mientras el hijo fabrica bombas caseras y participa en conspiraciones escolares o vecinales, el padre intenta ser un ejemplo para él como militante activo de la «no violencia». Los arriesgados métodos del progenitor, que están a punto de costarle caros, no le sirven para cambiar las cosas en el continente negro, a no ser por la simple recompensa de la sonrisa de los niños y niñas a los que ha curado. Sin embargo, en su hogar danés consigue una pequeña gran victoria, que podría significar el principio de un avance moral. Ahora bien, hay que constatar que la educación no funciona en una sociedad que no es justa, siendo la propia vida la que se encarga de enseñar con sus trágicas experiencias a las nuevas generaciones el camino a seguir para la coexistencia pacífica.