UNA MARCHA ANUNCIADA
Otra despedida condicionada por el fracaso en Euskal Herria
Ramón SOLA
El 16 de marzo de 2004, este periódico publicaba un reportaje titulado «El fracaso en la política en Euskal Herria, catalizador de todos los relevos en La Moncloa». En aquel momento, muchos habrían apostado a que Zapatero cambiaría esa tendencia histórica, más aún cuando unos días después ordenó la retirada de las tropas españolas de Irak y luego, en junio de 2006, anunció la apertura oficial de diálogo con ETA y dijo estar dispuesto a respetar la libre decisión de la ciudadanía vasca. Aquel proceso se pudrió después de que los enviados del presidente, según han admitido ahora en la Audiencia Nacional, utilizaran «medias verdades» y «mentiras» en la negociación con ETA.
Pese a ello, Zapatero ha sido quizás el único que ha tenido una segunda oportunidad. En la actualidad, en su despacho sigue intacta la opción de una resolución del conflicto, más sencilla que nunca después de que la izquierda abertzale haya emprendido una nueva vía y haya abierto por su cuenta un proceso democrático. Sin embargo, esta misma semana ha vuelto a hacer gala de inmovilismo. Mientras el independentismo ha hecho autocrítica de su estrategia en el anterior proceso, Rubalcaba dice sentirse «orgulloso» de lo que hicieron. Y Zapatero se despide acogotado por el PP, con quien firmó en 2002 un «Pacto Antiterrorista» que cierta vez situó como una manera de garantizarse capacidad de maniobra para el día en que llegara a La Moncloa, pero que ha terminado siendo una trampa para él mismo.
Aquella obcecación se convirtió en todo un harakiri para el PP. La victoria de Mariano Rajoy se daba por absolutamente segura en todas las encuestas y la única duda estribaba en saber si retendría o no la mayoría absoluta. De hecho, el pronóstico seguiría manteniéndose en los dos días posteriores a los atentados, en los que la patraña de Aznar y su ministro Acebes coló para muchos millones de españoles. No fue hasta el sábado, la víspera electoral más extraña, cuando la mayoría ciudadana advirtió la tergiversación de los hechos y mucha gente salió a la calle a lanzar gritos como «con los muertos no se juega» dirigidos a un gobierno que precisamente había edificado sobre este pilar toda su teoría política contra el cambio en Euskal Herria.
Hechos como el encarcelamiento de Rafael Vera y José Barrionuevo fueron convertidos por el PP en sonoras algaradas en el Congreso. González cayó, y Aznar llegó con una hoja de ruta resumida en una frase: «Actuaremos con la ley, no hay atajos». Luego, en 1999, metió este manual en un cajón para mandar a sus emisarios a reunirse con ETA. El proceso no cuajó y Aznar terminó ahogado en su propia impotencia.
Antes, Adolfo Suárez también había sucumbido por su inoperancia para afrontar la cuestión vasca. Medidas como la amnistía dejaron intacto el meollo del conflicto, con lo que las cárceles volvieron a llenarse pronto y los atentados se recrudecieron. La tensión política en Euskal Herria alcanzó su máximo apogeo en febrero de 1981 con episodios como el secuestro y posterior muerte de José María Ryan, ingeniero de Lemoiz, el fallecimiento en comisaría de Joxe Arregi, los secuestros de cónsules... En aquel contexto, Suárez dejó el relevo a Calvo Sotelo en una sesión interrumpida por el «tejerazo». UCD no sobrevivió a la inestabilidad de lo que entonces se llamaba «guerra del Norte». Un conflicto que 30 años después sigue acelerando el adiós de los inquilinos de La Moncloa.