GARA > Idatzia > Mundua

Análisis | Revueltas árabes

La especificidad siria en el marco de las revueltas del mundo árabe

El peso de Siria en la escena internacional, con su política de pactos transversales en la región, es otra carta a favor del régimen. Pero no deberíamos ser tan ingenuos como para olvidar las «ganas» que EEUU puede tenerle a Siria, junto con Libia y Líbano uno de los tres únicos estados a orillas del Mediterráneo que no tiene relación alguna con la OTAN.

p020_f01.jpg

Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Por su génesis dispersa y por la coyuntura del país, no es en absoluto equiparable la situación en Siria a la de otros regímenes árabes caídos o en barrena. Lo que no impide, a juicio del autor, que agentes como EEUU se vean tentados de presionar para forzar una crisis total en el país.

La coyuntura y las protestas en Siria no son equiparables a las de otros estados de la región, aunque algunos no dudan en utilizarlas para sacar provecho y emprender una campaña por un «cambio de régimen», como han hecho importantes voces de la esfera neo-con de EEUU.

En Deraa, epicentro de la llamada revuelta cercano a la frontera con Jordania, la detención de varios menores por hacer unas pintadas provocó las protestas locales en esa localidad y en las vecinas Jassem e Inkhil, una región mayoritariamente suní y donde la estructura tribal es muy fuerte.

Posteriormente, también hubo protestas en Baniyas, donde la polémica en torno a escuelas mixtas y algunos rumores en torno a contratos eléctricos -de los que se beneficia una familia ligada al antiguo viceprimer ministro sirio, Abdul halim Khaddam, hoy en el exilio y enemigo declarado del presidente Bashar al-Assad- provocaron manifestaciones. Por su parte, las pequeñas manifestaciones de Damasco tenían relación con asuntos mercantiles y en demanda del fin de la corrupción.

Esas piezas dispersas han servido para que algunos intenten impulsar una supuesta coordinación opositora para poner fin al régimen, al tiempo que ocultan las impresionantes manifestaciones de apoyo al régimen en las principales ciudades sirias.

Siria vivió en la década de los ochenta algunos acontecimientos que pusieron en peligro la continuidad del sistema: la rebelión de los Hermanos Musulmanes, la enfermedad del entonces presidente, Hafez al-Assad, y las ansias de poder del hermano del actual presidente, Rifat, responsable de la masacre de Hama en 1982 y actualmente en un lujoso exilio en Londres. No obstante, tras superar esos momentos delicados, y con una oposición doméstica debilitada, Siria entró en una fase de cierta estabilidad, a pesar de que algunos auguraban la rápida desintegración de régimen, sobre todo a la sombra de los acontecimientos internacionales de esos años: desaparición del espacio soviético, la primera Guerra del Golfo o el conflicto entre Israel y Palestina.

La llegada al poder de Bashar abrió nuevamente el espacio para las especulaciones, y sobre en torno a la «supuesta incapacidad» de este médico que nunca había mostrado ansias políticas. Desde un primer momento, el nuevo dirigente sirio supo maniobrar y jugar sus cartas. En primer lugar, se fue rodeando de una red de colaboradores (familiares, parte de la nomenclatura, consejeros y amigos y otras fuerzas del régimen) que le han aportado seguridad y capacidad de actuación.

En segundo lugar, se decantó por incorporar nuevos valores políticos frente a la «vieja guardia», ya en el punto de mira durante los últimos años de mandato de su padre. Bashar al-Assad no dudó para ello en utilizar retiros incentivados, incluso purgas o exilios forzados. Así, potenció el acceso al círculo de colaboradores de nuevos cuadros del partido Baaz, la «segunda generación» de los aparatos de seguridad y militares, algunos hijos de miembros de la vieja guardia, y titulados en Occidente que eran sus amistades antes de recibir el poder.

En su discurso inaugural, señaló la necesidad de «modernizar» el país y tolerar una «crítica constructiva» (un guiño hacia algunos sectores de la oposición), al tiempo que insistía en la lucha contra la corrupción e impulsar la transparencia. Insistió en que el camino que debería tomar Siria no debía ser marcado por Occidente en base a experiencias y sistemas ajenas a «nuestra experiencia, cultura, historia y civilización».

Los pilares del poder actual en Siria se sustentan en el sistema de apoyos tejido durante estos años y en los poderosos aparatos de seguridad y militares. Una compleja red de lazos familiares, estructuras del partido Baaz, junto a otros poderes regionales y comunales, así como algunos miembros de la vieja guardia, han contribuido a mantener firme el sistema actual. Evidentemente, y al igual que en otros países de la región, el papel de los militares y del abanico de aparatos de la seguridad también ha sido claves.

También ha desempeñado un papel muy importante el partido Baaz. Su ideología ha calado profundamente en amplios sectores de la población. A pesar de que algunos de los principios ideológicos han ido poco más allá de la plasmación teórica, todavía la apuesta por la unidad el conjunto de la nación árabe; la libertad ante el imperialismo y el colonialismo; el secularismo; el socialismo «particular», basado en las tradiciones árabes; o la modernidad, la igualdad de géneros o los derechos humanos siguen pesando en el país.

Frente a ello encontramos una oposición dividida. Son diferentes agentes y sectores, que al igual que en otros estados de la región, mantienen agendas e ideologías muy dispares, con escaso eco entre la población, y sujetos a una férrea vigilancia y represión del régimen.

Por un lado está la oposición islamista, en torno a los Hermanos Musulmanes (HM), que tras la brutal persecución de los ochenta han tenido que mantener una postura más pragmática y moderada, abandonando oficialmente la lucha armada. Al mismo tiempo, ya en tiempos de Hafez al-Assad, éste logró un acuerdo con los dirigentes de Arabia Saudí, arrancándoles el final de toda colaboración con los HM a cambio de permitir la apertura de más mezquitas y centros religiosos. Ello ha llevado a que en el país se comiencen a ver en los últimos años manifestaciones en el vestir ligadas al islamismo saudí (aunque no son algo generalizado) y al mismo tiempo ha posibilitado al régimen un cierto control sobre esa esfera religiosa y política.

En los últimos años, al hilo de la coyuntura internacional, se ha venido detectando también la presencia de organizaciones o militantes jihadistas, así como algunos clérigos que defienden esas tendencias. De hecho, en torno a los incidentes de estos días algunas fuentes locales señalan la presencia de grupos armados ajenos a la población que buscarían el enfrentamiento con las fuerzas policiales, así como algunos discursos incendiarios por parte de algún clérigo originario de Qatar.

En segundo lugar, encontramos también sectores opuestos al presidente en el propio régimen y sobre todo entre algunos miembros de la «vieja guardia» que todavía conservan cierto poder e influencia pos sus lazos militares o familiares y tribales. La pérdida de peso en el país, las cuentas pendientes con el presidente, las viejas rencillas o la propia crisis económica son algunos factores que pueden movilizar a estos sectores. A todo ello cabría añadir la influencia de la situación en Líbano, donde el affaire Hariri ha puesto nervioso a más de uno.

Otro sector está formado por la llamada sociedad civil, donde encontramos desde los partidarios de una intervención extranjera para acabar con el régimen, los llamados «internacionalistas», algunos en el exilio, hasta los que apuestan por una serie de reformas que permitan algunas mejoras políticas y sociales, los llamados «gradualistas». La diversidad de este sector impide una acción común, pero en su mayor parte se declaran nítidamente contrarios a cualquier apoyo hacia la política «imperialista de Estados Unidos y sus aliados».

Finalmente otro actor opositor importante lo representa la minoría kurda, perseguida y excluida. Los acontecimientos en Turquía o Irak han incentivado en ocasiones las demandas kurdas locales y la respuesta del régimen siempre ha sido la violencia y la represión. Mientras otras minorías, como los drusos, ismaelitas o cristianos han logrado un estatus especial en Siria (fruto de las alianzas forjadas por Hafez al-Assad), jugando un importante papel en el ejército las dos primeras y en la economía la tercera, los kurdos siguen siendo ciudadanos de segunda.

La fotografía actual de Siria presenta claroscuros. El apoyo a la causa nacional palestina, el rechazo a la injerencia imperialista en la región, el respeto hacia algunas minorías religiosas, el secularismo (frente al auge del hunismo wahabita y jihadista de la región) e incluso un cierto balance social (sobre todo si lo comparamos, por ejemplo, con Egipto) son aspectos positivos.

Sin embargo, no faltan elementos negativos, entre los que destaca el deterioro económico, en el que un conjunto de factores se alinean contra el régimen (la producción petrolera, la crisis agrícola ligada a las sequías y al control del agua, los movimientos migratorios hacia las ciudades, el desempleo). A ello hay que sumar los problemas medioambientales (desertificación, polución, deforestación), a lo que se une además los problemas de vivienda, agravados por la llegada masiva de refugiados iraquíes.

Además, se está produciendo una relativa pérdida del control de las regiones periféricas, quizás debido a la ambigüedad de la autoridad, ya que todavía las estructuras tradicionales y locales tienen su peso; existe también una corrupción caótica (frente a la anterior corrupción «organizada»), y sobre todo no hay visos de acuerdos con la oposición, ni con la progresista ni con la minoría kurda.

El peso en la escena internacional es una carta a favor de Siria. El importante papel que ha venido desempeñando en la región, con alianzas clave (Irán, China o Rusia), el apoyo a la causa palestina (que sigue generando importantes simpatías dentro y fuera del país), su injerencia en Líbano, su postura firme ante Israel (con los Altos del Golán de por medio), o los acuerdos con Turquía e Irak, e incluso con Arabia Saudí -que junto a Qatar acaba de mostrar su apoyo a Al-Assad- le confieren un protagonismo clave. Por ello no extraña que Hillary Clinton haya apuntado a que el presidente sirio es un «diferente» en comparación con otros dirigentes árabes. Pese a ello, no deberíamos ser tan ingenuos como para olvidar las «ganas» que EEUU puede tenerle a Siria.

Siria ha ido apoyándose en uno u otros para mantener su liderazgo y centralidad. Así, es el principal interlocutor en Líbano, juega un papel central en los procesos de paz en Palestina, se apoyó en Irán para contrarrestar la amenaza de Irak o rechazar a Israel, y busca el apoyo económico y político en sus relaciones con Arabia Saudí.

De momento parece poco probable que Bashar al-Assad siga el camino de Mubarak o Ben Ali, ya que todavía cuenta con el respaldo de buena parte de la población siria, y algunos le consideran como parte de la solución y no el problema. Pero no debemos perder de vista las maniobras que algunos actores pueden estar gestando para lograr un objetivo común, que Siria se una a la lista de «cambios de régimen» para producir un nuevo equilibrio en la región.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo