Carlos GIL Analista cultural
La cinta
Están prohibidas las inauguraciones durante el periodo electoral. Los candidatos buscan otras fotos de campaña. Es rentable inaugurar un edifico, aunque dentro no exista nada más que una instalación eléctrica provisional para encender los focos de las televisiones. Cortar la cinta es un acto inmobiliario, una acción propagandística, un señuelo que se suele vender como una muestra de lo que se supone es un modelo de ciudad. La ciudad se hace con edificios que llamen a la participación programando actividades que ayuden a una inmensa mayoría de los ciudadanos a conocer, disfrutar y gozar del arte y de la ciencia.
No hay nada más patético que una obra singular destinada a la exhibición de cultura en vivo y en directo convertida en un edificio fantasma. Lo que hoy se vende arquitectónicamente como una modernidad con valor de mercado se convierte en una chatarra en tres inviernos. Para no confundir la inversión con la acción cultural, depuremos las responsabilidades y para no amontonar más singularidades espaciales de diseño caprichoso, hagamos una buena cartografía cultural, para saber dónde están los museos, los teatros y los palacios de congresos.
Comprobemos su uso actual, calculemos las necesidades de futuro y emprendamos la distribución de la poca riqueza existente de manera equitativa y sensata. Primero llenar de contenidos adecuados este jugoso muestrario de edificios ya existentes más allá de las municipales cuando se aventura un vacío total por falta de recursos. Después cortar cintas, pero de la capa estudiantil de algunos ediles muy castizos.