Laurent Gbagbo, Presidente de Costa de Marfil que se negaba a ceder el poder a su rival Alassane Ouattara, reconocido internacionalmente como vencedor de las elecciones presidenciales, fue capturado -supuestamente por comandos especiales franceses, aunque ellos lo nieguen- y entregado a las fuerzas de la oposición. Con el pretexto de proteger a la población civil de los «tormentos» de un presidente batido que se aferra al poder, la «política del cañonazo» está de vuelta en el menú. Aplicar un tratamiento de choque, con un cóctel de obuses de tanque y misiles desde helicópteros que preparan el terreno a una columna de blindados que atacan el palacio presidencial para cazar a su presa, no es algo novedoso en África. Con fuerzas militares desplegadas sobre el terreno desde la independencia de Costa de Marfil en 1960, el Estado francés -como en los viejos tiempos de la Françafrique resplandeciente- toma el control de su antigua vitrina económica en África y manda un mensaje fuerte a un continente con 17 elecciones presidenciales previstas para este año y, sobre todo, de cara a las próximas presidenciales francesas.

La crisis marfileña va más allá de un conflicto de poder entre el licenciado en la Sorbona, Gbagbo, y el antiguo responsable para África del FMI, Ouattara. A Sarkozy no le preocupa la seguridad de los civiles marfileños, -ni la de los libios-. Hay razones de política interna, externa, y geoestratégicas. En Libia es el petróleo, en Costa de Marfil el café, el cacao y el mantenimiento de la Françafrique. En un mundo donde los países emergentes están rediseñando el mapa geoestratégico, los envejecidos y en declive países occidentales buscan reconquistar el terreno. Por ello es muy significativo dilucidar quién arrestó a Gbagbo y cómo ocurrieron los hechos. Si Ouattara es percibido como un presidente puesto en el poder por los franceses, será considerado como un muñeco de Sarkozy, que nada podrá negar a su amo imperialista y neocolonial.

África es un continente de tierras cargadas de historia milenaria y de pueblos con memoria de elefante donde no hay nada peor que la sospecha de injerencia y parcialidad.