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Prohibido invadir el propio país

Dabid LAZKANOITURBURU

Siempre se superan a sí mismos. Visto que la situación libia se ha convertido en un empate ad infinitum que corre el riesgo de beneficiar, a largo plazo, al régimen de Gadafi, los «voluntarios de la coalición» occidental -Estado francés y Gran Bretaña, con la ayuda de la aviación estadounidense y el dinero de las demócratas petromonarquías del Golfo-, han decidido pisar el acelerador y hablan ya de «exprimir al máximo» la resolución 1973, la que sirvió para soltar las anillas de las bombas llamadas «humanitarias».

Vistos los antecedentes de las últimas semanas en lo que a interpretar ese texto se refiere, es hora de agarrarse fuerte. Más desde que el ministro de Exteriores francés, Alain Juppé, se muestra contundente al exigir a Gadafi no ya sólo que dimita sino que antes se retire de «las ciudades y pueblos invadidos (sic)». ¿Cómo es posible que un régimen, por muy execrable que sea, invada pueblos y ciudades de su propio país? Parece que vivimos una época en la que hasta los más intangibles conceptos de la filosofía política saltan por los aires. Pero estos siempre acaban soplando hacia el mismo lado.

La soberanía nacional se ha convertido en un chiste y la ONU, convertida en un paraguas paralegal para justificar los proyectos más inconfesables, ya ni siquiera produce lástima por su deriva en los últimos años, como ha quedado patente en el operativo francés para derrocar a un dictador marfileño para colocar a otro, éste sin duda más proclive a sus intereses.

Nostálgico, uno echa incluso de menos los encendidos debates en torno a la legalidad internacional que generaron a principios de 2003 los planes estadounidenses para invadir Irak. Qué lejos quedan las apelaciones del mundo a la legalidad internacional emanada de las Naciones Unidas contra Bush y su «coalición de voluntarios» coliderada por Blair y Aznar.

Cierto es que de nada sirvió entonces la oposición a la ilegal ocupación de Irak. El mismo destino al que parece condenada la exigencia, por parte de casi todo el mundo, (si sumamos las cinco grandes potencias emergentes -BRICS-, la Unión Africana, la Liga Árabe y la Conferencia Islámica) de un alto el fuego inmediato y a una salida negociada a la crisis libia.

El mundo parece condenado a asistir, como espectador, a la repetición de viejos errores. Desde Bagdad hasta el desierto libio, pasando por la costa marfileña.

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