Maite SOROA | msoroa@gara.net
Las frustraciones de Pedro J. Ramírez
Después de treinta y un años -se dice fácil- han tenido que poner en libertad a José Mari Sagardui y los elementos más levantiscos del unionismo hispano no terminan de digerir que, en ese caso, la venganza ha tocado a su fin. Por eso se revuelven como parásitos rociados con líquido desinfectante.
Este domingo, en «El Mundo» publicaban un editorial barnizado con hiel en el que lo mezclaban todo. Absolutamente todo. Lean lo que sigue: «En el festejo de ayer en Amorebieta en honor del asesino de dos personas había varios miembros de esa izquierda abertzale que ha apadrinado a Sortu. Es el caso de Tasio Erkizia. El portavoz de Batasuna fue quien negoció con los agentes de la Ertzaintza los términos del acto ilegal». Pues pienso yo que será mejor negociar que liarse a pelotazos y pedradas. Tal vez el editorialista de «El Mundo» hubiera preferido lo contrario.
Y de ahí, el escriba de Pedro J. Ramírez corre al escenario electoral: «¿Cómo va a confiar la Democracia en la palabra de quienes dicen estar dispuestos a respetar las reglas de juego si ya antes de llegar a las instituciones demuestran su desprecio por la Ley celebrando manifestaciones prohibidas expresamente por las autoridades?». Seguramente el escribiente se cree la personificación misma de la Democracia. Por eso habla en su nombre. ¡Cuanta petulancia!
Y tampoco Zapatero se libra de la andanada: «Ese empeño por ver brotes verdes entre los violentos no sólo se contradice con el homenaje a Gatza, sino con las investigaciones de la Policía y de los jueces». Ya ven que de las torturas denunciadas por los detenidos, ni pío.
Luego empieza a fabular sobre un texto que ni siquiera ha leído entero: «Por otra parte, los etarras se jactan en su boletín de ser ellos quienes tutelan cada paso de la izquierda abertzale, desmienten actuar `obligados' por Batasuna y califican de `ensoñación' la posibilidad de que haya un final de la banda como consecuencia de la victoria policial». A eso, mi profesora de piano le llamaba «tocar de oído».
Lo que está claro es que en Zornotza estuvieron quienes quisieron; que no se puede impedir el sentimiento del cariño y que las frustraciones no se deben expresar en un editorial.