CRíTICA cine
«Código fuente»
Mikel INSAUSTI
La historia se repite: cineasta joven con una brillante ópera prima de producción independiente sucumbe a los imperativos comerciales de Hollywood nada más poner un pie allí. Duncan Jones no es una excepción, y el ser hijo de David Bowie tampoco le supone ningún privilegio en el mundo del cine. Uno siempre cree que las cosas pueden cambiar, pero “Moon” había sido un homenaje a las películas de ciencia-ficción de los 70, y hoy en día es imposible hacer algo así en una industria de guiones cerrados según un patrón establecido. Y el de “Código fuente”, escrito por el mediocre Ben Ripley, no permite libertades creativas o toques personales. Es un refrito de ideas muy explotadas en otros argumentos fantásticos sobre paradojas espaciotemporales, al que se añaden las convenciones del thriller con atentados contra la población civil en un medio de transporte público, elementos de la moda “Avatar” para trasladar la mentalidad del marine heroico a otro cuerpo que no es el suyo, sicoanálisis barato de traumas familiares y el obligado desenlace romántico metido con calzador.
El título del decepcionante segundo largometraje de Duncan Jones alude a un programa experimental del ejército de los Estados Unidos, lo que podría haber dado lugar a una crítica al modo en el que la estrategia militar ha trasladado el sacrificio inútil de las vidas de los jóvenes soldados del campo de batalla al laboratorio. En lugar de establecer una correlación entre la destrucción física y la manipulación sicológica bajo el mando militar, tal como hizo Dalton Trumbo en “Johnny cogió su fusil”, se aprovecha la circunstancia de la actividad puramente cerebral del combatiente caído bajo el fuego enemigo para ponerla al servicio de un mensaje patriótico, dependiente de la paranoia generada a raíz del 11-S. La teoría, tirando de la física cuántica, es que se podrían generar alteraciones temporales, breves, pero suficientes, para investigar sucesos violentos antes de ser llevados a cabo o en su justo momento.