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Georgia siente en su propia piel las dificultades de ser independiente

El 9 de abril de 1991 Georgia declaró su independencia de una URSS agonizante. El país ha pasado por dos guerras y su futuro despierta más dudas que respuestas. GARA abre una serie de artículos sobre los países surgidos de la URSS, coincidiendo con el veinte aniversario de la disolución del gigante comunista.
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Pablo GONZÁLEZ

Georgia es una nación del Cáucaso Sur de aproximadamente cuatro millones de habitantes. Se encuentra junto a Armenia y Azerbaiján entre Rusia, Turquía e Irán. Es uno de los países más pobres de la Europa estrictamente geográfica, pero es al mismo tiempo uno de los países más avanzados del ex bloque comunista en cuanto de ciertos avances sociales y económicos se trata. Su presente y futuro próximo están condicionadon por su corta historia reciente como país libre.

La independencia de Georgia fue una de las más tortuosas de todos los países de la ex URSS. Las luchas internas, unidas a la intervención directa e indirecta de las tropas rusas, hicieron que el país no recobrará una cierta calma hasta mediados de los noventa, cuando se estableció un Estado muy poco democrático presidido por el que fue ministro de Exteriores de la URSS Eduard Shevarnadze. Esta difícil independencia dejó en la nación problemas sin solucionar que han condicionado su posterior desarrollo.

Los problemas territoriales entre las regiones de Abjasia, Osetia del Sur y Adjaria, por un lado, y el Gobierno central de Tbilisi, por otro, no son nuevos. En la época comunista existían tensiones en estos territorios entre la comunidad georgiana, mayoritaria en todas ellas antes del conflicto de la primera mitad de los noventa, y las otras etnias. Fue, sin embargo, con la desaparición de la URSS cuando Moscú vio como vastos territorios salían de su control y utilizó estas tensiones para seguir controlando partes de Georgia mediante estados alegales. No ayudó a solucionar la situación el gusto de Tbilisi por intentar utilizar la fuerza para recuperar el control de esas provincias.

Tras una sangrienta guerra en los primeros años 90 se llegó con un empate técnico a 2003. Ese año Georgia vivió la llamada revolución de las Rosas. Mediante este movimiento prácticamente pacífico llegó al poder el actual presidente, el prooccidental Mijail Saakashvili. Fue bajo su mandato cuando Georgia vivió sus mejores años. Reformas políticas, sociales y económicas unidas a una importante ayuda internacional hicieron que el país se modernizara significativamente en un periodo relativamente corto. Georgia es, gracias a esas reformas, uno de los países del mundo donde es más sencillo empezar un negocio. La burocracia típica de la época soviética ha dejado paso a un número significativamente menor de trabajadores jóvenes, más eficientes y menos corruptos.

Parte de ese buen hacer de los primeros años de la Administración Saakashvili fue la resolución pacífica del conflicto en la región separatista de Adjaria. Eso fue todo. A partir de ese momento, Saakashvili, influenciado por el apoyo político y económico de la Administración Bush, se fue creciendo en su faceta más bélica. Algunos analistas cifran en como mínimo 8.000 millones de dólares el dinero que recibió Georgia de EEUU y algunos países europeos y que invirtió íntegramente en sus fuerzas armadas en vez de intentar modernizar la economía esencialmente agrícola del país.

La OTAN y la UE como objetivo

La Georgia de Saakashvili siempre ha tenido claros sus objetivos: entrar en la OTAN y en la UE. Ninguna de las dos admite a día de hoy a países que tengan disputas territoriales, como es el caso de Georgia con Abjasia y Osetia del Sur. Por eso, Tbilisi decidió que la manera más rápida de solucionar sus problemas de fronteras era un rápido golpe militar con sus recién estrenadas y modernas Fuerzas Armadas. Tanto es así, que Georgia fue uno de los países que más soldados envió por petición de Bush a Irak con el deseo de agradar a Washington y de paso recibir una valiosa experiencia bélica. Hasta 2.000 soldados georgianos han llegado a servir en ese país del golfo Pérsico, mientras que países miembros de la OTAN como el Estado español u Holanda no llegaron a enviar más de 1.300 uniformados.

Todo ello fue en vano. La experiencia de lucha contra insurgentes iraquíes de poco le sirvió al Ejército georgiano cuando se topó con el Ejercito ruso en Osetia del sur. Desde luego, la guerra que inició Tbilisi en 2008 con la intención de recuperar el control de la rebelde región fue un duro golpe, tanto moral como económico y, sobre todo, político para el país.

La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca y el cambio en política exterior que ello supuso junto al rechazo de los líderes europeos a raíz del conflicto de 2008 han dañado seriamente el prestigio del presidente georgiano. A esto se une la crisis económica mundial, a consecuencia de la cual las inversiones extranjeras en Georgia se ha reducido drásticamente.

La deuda pública asciende a más de un tercio del PIB. El paro es de aproximadamente el 20%, llegando a ser del casi 40% en las grandes ciudades. La mitad de la población se dedica a la agricultura, parte importante de ellos a la agricultura de subsistencia. La producción industrial es, en su mayoría, obsoleta y no para de disminuir desde el desmembramiento de la URSS. Ante este panorama, es cada vez más importante el dinero que llega del cerca del millón de georgianos residentes en el extranjero, la mitad de ellos en Rusia. Cifras no oficiales sitúan que el capital procedente de otros países supone la mitad del PIB georgiano.

Tras veinte años de independencia, y ante este sombrío panorama, el ciudadano georgiano de a pie sigue siendo optimista. Si bien algunos de ellos reconocen que echan de menos la estabilidad social y económica que les proporcionaba la Unión Soviética, nadie duda de que ser independientes es la mejor solución y que con tiempo, trabajo y ayuda de los países desarrollados finalmente saldrán adelante.

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