Maite SOROA
La angustia del falso secuestrado
La verdad es que, en ocasiones, resultan hasta graciosos. Ayer, Martín Prieto en «La Razón» nos regalaba una perla en relación a la puesta en libertad (por orden judicial) de Antton Troitiño.
Comentaba Martín Prieto que «hace pocos años en una prisión provincial encargaron a dos internos de confianza el encalado de las tapias exteriores. Sin custodia y armados de cubos de lechada y brocha fueron encalando durante días hasta llegar a la esquina del muro donde abandonaron sus utensilios, cruzaron de calle y aún los están buscando». Tiene gracia la cosa.
De ahí saltaba Prieto al asunto que le angustia: «Mandar a un preso que pinte la cárcel por fuera sólo se da en nuestros pagos. El infierno no está empedrado de buenas intenciones sino de garantías judiciales. La policía ha ido a buscar a su casa al carnicero etarra Antón Troitiño, donde lógicamente ni está ni se le espera».
Tampoco estaba Martín Prieto en su casa cuando Luis del Olmo dio la «exclusiva» de su secuestro. ¿Recuerdan? Hasta donde una alcanza a entender, la gente puede estar donde le de la gana y no donde le diga un columnista que debe estar.
Pero Martín Prieto esta muy preocupado porque, dice, «la banda no vive tan debilitada como presume el Gobierno y, en cualquier caso, dispone de documentación falsa, rutas de escape, el espacio abierto europeo, aguantaderos y pisos francos. El cafre estará en Irlanda con su cofrade De Juana Chaos o en Venezuela bajo el manto de Chávez». Y ahora se pone a sugerir que se salte la Ley. ¡No se lo pierdan!: «El Centro Nacional de Inteligencia hace lo que le mandan y también aquello que no le ordenan; ¿era tan complicado tender una red sigilosa de vigilancia en torno a Troitiño teniendo en cuenta su funambulismo penitenciario?»
A continuación, se inventa que «etarras excarcelados graciosamente vacacionan en Francia o salen del país para inseminarse o cruzar a su perra». Y carga contra la misma Audiencia Nacional: «es un corredor de injurias, maledicencias, transpapeleos, dilaciones y vanidades insatisfechas». A alguno no le hará gracia el comentario. ¿Por qué no vigilan «sigilosamente» a Martín Prieto por si le vuelven a volver las ganas de secuestrarse él solito?