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Raimundo Fitero

Haciendo números

Catorce millones de telespectadores huyeron de la intoxicación mediática de los agitadores del odio político y la persecución total a todo aquello que simplemente no les cuadra con su idea totalitaria y cayeron en manos de la metadona futbolera, en esta ocasión tan peligrosamente utilizada en TVE por los verdaderos españoles que utilizan el fútbol y su equipo de bandera, el Real Madrid, para hacer españolismo del más barato, o del más vendido, que es el populista, el que roza eso que si sucede en Finlandia, llaman extrema derecha.

El segundo partido del siglo de esta quincena asfixiante se solventó con un audiencia descomunal, convirtiendo el partido del siglo más visto de la historia de los partidos del siglo, y en la emisión de mayor audiencia del año, es decir, esos catorce millones, representa que en ciertos momentos, más del sesenta por ciento de las personas que se encontraban delante de un televisor estaban viendo el partido del himno colocado en los altavoces con un volumen que rozaba el dolor, según dijeron sus responsables. Manipulación sonora, mucho ruido para acabar con la música de viento de los aficionados no monárquicos. Aquí también se contaron los números de la mesa de control. La obsesión es mentir. Hacer creer que todos están encantados con el rey nombrado por Franco y todo el sistema que lo sustenta.

El resultado final, tras dos horas de batalla en el césped, parece satisfacer a los monstruos españolistas. Ya se está entrando en el orden deseado. El Real Madrid, por lo civil, lo penal o lo militar debe ganar, debe ocupar la fuente de La Cibeles, debe ser el equipo del régimen que se quiere instaurar otra vez, si es que alguna vez se fue. Los fanatismos futboleros son tan dignos de entenderse como patologías, como cualquier otro fenómeno sectario. De todos los equipos, en todos los órdenes de graduaciones, pero cuando se establece esa rivalidad en el terreno de la concepción política, partidista, patriótica o racial, el asunto empieza a ser muy difícil de concebir y bastante ingobernable porque se juega con los instintos básicos. Estamos ante un gran fenómeno de masas universalizado.

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