Raimundo Fitero
El conejo de Kate
Antes se hablaba de la publicidad subliminal como aquella que no es detectable por el ojo humano, por ejemplo, pero sí era captada por los sistemas de detección de impulsos de nuestro cerebro. Es decir, estabas viendo un programa, una serie o una película y de repente te entraban unas ganas incontenibles de tomar una marca de refresco. Entonces se buscaba en las cintas pasadas a otra velocidad de emisión y se encontraban esas imágenes que iban conformando lo que se llamaba publicidad subliminal. De tal forma que está prohibido su uso.
Existen otros tipos de publicidades traicioneras, reguladas o no, estáticas o movibles, que entran en nuestras pantallas sin quererlo, sin pagarlo, sin permiso, y reciben muchos nombres. En las retransmisiones deportivas de TVE aparecen publicidades estáticas o en movimiento de los patrocinadores. En RNE se hacen sorteos de instancias en hoteles o de billetes en ferrocarriles y demás maneras de introducir mensajes comerciales. Y estoy hablando no de las publicidades que aparecen en los campos, pistas, estadios o deportistas-anuncio, sino que son las que se necesitan de alguna voluntad expresa para que aparezcan. Todo parece regulado, acotado, pero las excepciones son tantas que las denuncias se pierden en el sumidero de la inoperancia.
Pero a mí me gustaría saber quién y a quién se paga la publicidad presentada como noticia, colocada en los espacios informativos. Los estrenos de las películas son su máxima expresión, pero lo más espectacular es cuando, por ejemplo, dicen que tal jugador de fútbol es la imagen de una marca de calzoncillos, o la supuesta novia del mismo jugador está haciendo otra campaña de ropa interior sugerente. O el último que ha logrado una gran repercusión y que se conoce como «El conejo de Kate Moss», un spot publicitario en el que la modelo seduce de manera muy explícita a un gran conejo vestido con un esmoquin. Desde luego es impactante lo que nos ofrecen, pero esa muestra forma parte de la propia campaña de la marca, de eso no cabe la menor duda y aparece, en casi todas las cadenas en sus noticiarios, sean públicas o privadas. Demasiada coincidencia.