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CRíTICA cine

«Águila roja» Sin cortes publicitarios

 

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Mikel INSAUSTI I

El estreno cinematográfico de «Águila roja» viene muy bien para ilustrar el debate sobre las diferencias entre la televisión y el cine, porque cada vez son más las voces que defienden un concepto globalizador del negocio audiovisual. A la vista de productos como éste, los que propugnan una fusión total de medios deberán esperar, al existir todavía un gran abismo entre lo que es una serie televisiva y un largometraje o película.

Hay una distancia insalvable entre la actitud del telespectador que, provisto de un mando en su mano, accede de forma parcial y fragmentada al espectáculo que se le ofrece, y la del espectador que en la sala de cine contempla esa misma producción de principio a fin, entera y verdadera. Esto vale excepto para los fieles seguidores en la pequeña pantalla de «Águila roja», que son los únicos que pueden hablar con propiedad al respecto. La mayoría restante, entre la que me encuentro, no hemos seguido los capítulos tan al detalle, por lo que nuestro juicio de la película se vuelve inevitablemente más exigente.

El desequilibrio observado en la adaptación cinematográfica de «Águila roja» es mayor si cabe por la propia naturaleza degenerativa de unas aventuras de capa y espada que no lo son, en cuanto que beben más de la fuente del cómic que de la del cine a la hora de reinventar la historia, tomándose todas las licencias posibles para introducir en el siglo XVII guerreros ninja y coreografías de las películas de artes marciales orientales. El público, hoy por hoy, tolera mejor tales anacronismos fantasiosos en la pequeña pantalla. El productor Daniel Écija ha confiado demasiado en la millonaria audiencia televisiva alcanzada, invirtiendo lo justo para que la versión sea un capítulo alargado.

El presupuesto se queda a todas luces corto, con unos decorados y una ambientación que chirrían mucho en la pantalla grande. Para disimular esas carencias la duración se va hasta las dos horas pasadas a fuerza de un rellenado con imposibles intrigas palaciegas.

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