Las cosas se suceden a una velocidad vertiginosa en la política vasca y a algunos la realidad les ha arrollado y escriben bajo los efectos del shock.

Juan Manuel de Prada, en «Abc», la emprendía contra tirios y troyanos y venía a decirnos que los magistrados del Constitucional se han vuelto locos.

No conseguía digerir lo de Bildu y se ponía trascendente al hablar de la Justicia española, «que desgajada de la verdad y el bien ha extraviado su razón de ser y su rectitud natural, para ponerse al servicio de intereses espurios y coyunturales, acicalada -eso sí- con los afeites del más escrupuloso rigor legalista. Así se explica la legalización de la enésima franquicia etarra, en la que vemos los efectos de una justicia loca que ha extraviado su sentido moral, su capacidad para distinguir el bien y el mal, para fundarse sobre una monstruosa moral autónoma que puede hacer cuanto resulte políticamente conveniente». ¡Chúpate esa!

Prada no se termina de resignar -le pasa como a Jon Juaristi- y no tiene reparo en aseverar que el Tribunal Constitucional ha legalizado a una formación política que defiende «el crimen contra la comunidad política, lo que los latinos llaman perduellio.

Y esto es lo que el Tribunal Constitucional ha hecho: legalizar una organización que defiende y persigue el perduellio, amparando a quienes desean atentar contra la comunidad política». Las amigas de Bildu deberían remitirle sus programas e invitarle a un mitin. A ver si el hombre vuelve en sí.

Vuelve a la carga, como Don Quijote contra los molinos: «haciendo un mal nunca se puede alcanzar un bien; pues, como afirma Sócrates, `el cometer una injusticia le reporta más perjuicio al responsable del acto que a mí mismo, a pesar de ser su víctima'. Los miembros del Tribunal Constitucional han infligido un grave perjuicio a la comunidad política, y a las víctimas de los etarras, consumando esta injusticia; pero es mayor aún el que se han infligido a sí mismos. Caiga sobre ellos, y sobre sus amos, la sangre de las víctimas». ¡Qué pintará el bueno de Sócrates en este barullo!