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Josebe Egia

Sexo/Género

Estos días de mítines, la igualdad entre los «géneros» es una de las propuestas más aireadas y no hay programa electoral que, con mayor o menor fortuna, no la recoja. Poco importa que en la mayoría de los casos no se haya respetado la paridad de las listas -que es el indicador clave para saber si se cree realmente en la igualdad- el «genero» sigue campeando en las bocas de unas y otros.

Lo grave es cuando, ni unos ni otras, distinguen entre la igualdad entre los sexos -es decir entre mujeres y hombres- y las cuestiones que por razón de género impiden justamente esa igualdad. De forma general -como una moda- se ha tendido a equiparar sexo a género, lo que induce a errores que, aplicados a las políticas que se proponen, pueden ser garrafales. No tengo espacio para explicar en toda su complejidad esta diferencia y sus consecuencias, pero aunque sea de modo esquemático, voy a intentarlo.

Una de las clasificaciones que han sido más determinantes en la organización social de todos los pueblos ha sido la división entre lo femenino y lo masculino, clasificación que tomaba como referencia las diferencias sexuales entre hombres y mujeres. Sobre esas diferencias biológicas -sexo- las sociedades construyeron socialmente un conjunto de roles, valores, atributos, prohibiciones, prescripciones, derechos y obligaciones -género- que se atribuyeron a hombres o mujeres, tendiendo a considerarlas como «naturales», sin distinguirse aquello que era producto de procesos sociales. Precisamente, el enfoque de género comienza por distinguir las diferencias biológicas entre hombres y mujeres: sexo, de aquellas construidas social y culturalmente: género. Es decir, si bien todas las personas nacemos con un sexo biológico, nuestras sociedades y culturas nos van formando y socializando en torno a sus concepciones sobre lo masculino y femenino. Desde que nacemos se nos ubica y trata en base a una cadena de asociaciones entre nuestro sexo y las versiones de masculinidad o feminidad social y culturalmente elaborada.

Esto se ve claro cuando se analizan los roles asignados a mujeres y hombres por razón de sexo. La clasificación más conocida para distinguir los roles es la que observa dos grandes esferas que envuelven el trabajo humano y sobre las que precisamente se han asentado los roles de género: la productiva, que se expresa en la obtención, transformación e intercambio de bienes, asignada tradicionalmente a los hombres. Y la esfera reproductiva que se refiere al conjunto de actividades orientadas a garantizar la continuidad de la vida cotidiana y la reproducción del grupo, asignada tradicionalmente a las mujeres. Lo que a su vez tiene su reflejo en la esfera pública y privada.

La buena noticia es que, dado que los roles asignados a mujeres y hombres son construcciones sociales sujetas a cambio, éste es posible.

Ello dependerá en gran parte de la política que se lleve a cabo, lo que exige analizar todas y cada una de las medidas que se propongan desde la perspectiva de género. De ahí la importancia de distinguir entre sexo y género cuando se habla de lograr la igualdad.

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