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«La capacidad de negociación de las mujeres en este país es mucho mayor que la de los hombres»

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observadora de la vida en sociedad

Teresa del Valle

Catedrática de Antropología Social. Dedica sus energías a investigar y difundir el conocimiento del ser humano en sociedad. De la vida, en definitiva. En Micronesia o en Euskal Herria. Y con una atención especial hacia la mujer. Fue pionera en algunos ámbitos y ejerce el feminismo como actitud vital, pero nunca ha militado en grupos organizados. Su deseo es transmitir la sabiduría y la reflexión. Y lo ha conseguido; sus obras son referenciales de una época y de una situación histórica. Con ella acabó el mito de un matriarcado vasco idealizado pero inexistente.

Texto:  Fermin MUNARRIZ  • Fotografías: Andoni CANELLADA

Existe un incremento de la presencia de la mujer en la política, en la cultura, en el deporte, en la ciencia... Sin embargo, en los núcleos de poder y decisión parece existir todavía el techo de cristal...

Lo más definitorio ha sido la entrada de la mujer en el mercado de trabajo, donde sí podemos decir que está representada en casi todos los campos. También ha sido importante la entrada en el medio universitario, el acceso y la permanencia en el ámbito del conocimiento. Ocurre que romper con el techo de cristal es mucho más difícil. Unas mujeres lo pueden hacer y lo hacen, pero cuando pasamos revista a cuántas están en cargos importantes en la economía, en la política, en la educación... vemos que eso ya está copado.

Lo más difícil es lo relacionado con el modo en que se organiza la sociedad; tiene mucho que ver con los tiempos. Mujeres que están en la empresa o en la política hablan de lo difícil que es compaginar los tiempos, organizarlos, porque los de ellas están muy mediatizadas por las responsabilidades como madre, como hermana, como hija... El tema más escabroso y difícil de solucionar es la conciliación; es muy difícil de romper todavía.

Treinta años de feminismo como actitud vital, investigando el papel de la mujer y planteando nuevas pautas para la igualdad y, sin embargo, no ha pertenecido nunca a un grupo feminista. ¿Por qué razón?

Es curioso... Igual ha sido no querer entrar en algo ya estructurado, aunque el movimiento feminista no tuviera una macroestructura.

Por otra parte, mi formación académica y mi experiencia como antropóloga me llevaban a desear hacer partícipes de ese conocimiento a otras mujeres. Cuando volví de EEUU podía ofrecer una excelente preparación académica y una experiencia bastante singular; entonces vi que podía desarrollar la propuesta feminista desde el medio académico. Yo no tenía experiencia de militancia en EEUU, había sido más de reflexión.

También había una dificultad teórica por mi parte. El movimiento feminista hablaba mucho del concepto de patriarcado. A mí nunca me ha parecido que, tal como se definía ese concepto, tuviera un sustrato o una apoyatura, porque desde la antropología, precisamente, el concepto del patriarcado también se había criticado. En aquel momento se hablaba del patriarcado como algo homogeneizador, como si toda la humanidad hubiera estado dominada siempre por hombres. A mí, como antropóloga, me costaba mucho admitirlo.

Por otra parte, yo era feminista y tampoco necesitaba que alguien me lo convalidara. Mi apuesta fue trabajar desde el conocimiento y poner ese saber a disposición de quien quisiera.

Usted dirigió un trabajo de referencia en el feminismo y en la antropología, «Mujer vasca, imagen y realidad» (1985), que supuso el cuestionamiento del mito del matriarcado vasco y de la idealización del poder de la mujer en la sociedad. ¿Qué constatación alcanzaron?

En aquellos momentos había una creencia muy arraigada de que las mujeres teníamos muchísmo poder en Euskal Herria, de que éramos las que mandábamos... Fue precisamente en el contexto universitario, durante un curso de antropología que yo impartía en la facultad de Zorroaga de la UPV, cuando mujeres y también hombres empezamos a reflexionar al respecto y vimos que aquello no se correspondía con la realidad. Investigamos la realidad de las mujeres en aquel momento en la costa, en el medio urbano y en el medio rural.

Hablar de matriarcado nos llevaba a hablar de la capacidad decisoria de la mujer, de poder, y compararlo con el de los hombres, también en los ámbitos donde se llevaban a cabo esas decisiones. Y vimos que el matriarcado vasco se refería a una ideología acerca de un poder que no se correspondía con el real de las mujeres en aquellos momentos, y también con lo que las mujeres iban descubriendo como poder, que era incidir también más allá del ámbito doméstico.

Sin embargo, todavía hoy algunas voces siguen alimentando ese mito. ¿Por qué razón?

Es curioso. Es algo que me sigue sorprendiendo. A veces estoy dando una conferencia y me preguntan sobre el matriarcado. Creo que la idea del matriarcado vasco, que también ha deconstruido Juan Aranzadi en el libro que escribió sobre el mileranismo, se corresponde con una idealización, que se da más en hombres que en mujeres, aunque también hay mujeres. Es como algo fuera de lo habitual: pensar que las mujeres somos muy poderosas se erige en una especie de elemento diferenciador. Pienso que a mucha gente le emociona como algo que puede darnos prestigio.

¿Podría ser un recurso de los procesos de construcción de la identidad?

Así es. En aquellos momentos el mantenimiento del mito estaba muy apoyado también por toda una ideología del nacionalismo vasco, que llevaba a enfatizar la idea de la familia, la idea de la mujer muy poderosa y responsable de la cohesión familiar. Estaba muy en armonía con pensamientos muy presentes entonces.

¿La evolución del nacionalismo ha influido también en determinada imagen de la mujer vasca y en el papel atribuido en cada etapa?

Sí. Ha sido así en el contexto vasco y también en otros. En el contexto del nacionalismo radical, por ejemplo, la aportación de la excelente antropóloga Begoña Aretxaga, que estudió los funerales de este espectro politico, vio cómo en determinados momentos rituales la figura de la madre cobraba una importancia tremenda. Había una conexión entre la figura de la madre y la figura del militante, mientras que el padre no aparecía. Creo que eso también fue muy importante.

También en el nacionalismo ha habido evoluciones y luego ha aparecido la figura no de la mujer-madre, sino de la mujer que se compromete o de la mujer a la que le interesa la política, de la mujer que milita o de la mujer que va ascendiendo puestos, sobre todo, en el ámbito tan difícil de solucionar como es el de la conciliación. Eso es todavía muy difícil de romper.

¿Existen maneras diferentes de hacer, de actuar, en función del género?

El género es un constructo social; esa ha sido una aportación importante desde las ciencias sociales y desde la perspectiva feminista. En la mayor parte de las sociedades suele haber una diferenciación respecto a cómo actúan los hombres y las mujeres, pero lo importante es ver las apoyaturas culturales que han dictado eso. Yo no soy biologicista, en absoluto, yo soy mucho más culturalista. Para mí es mucho más importante cómo desde la cultura interpretamos las diferencias biológicas. Hay sociedades en las que las diferencias culturales están muy enraizadas en el hecho de la dicotomía entre hombre y mujer, pero creo que se va modificando en la medida en que se va tomando una mayor conciencia de la igualdad; es decir, las diferenciaciones biológicas van minorizándose, para comprender las desigualdades, en la medida en que se adquiere conciencia.

¿Cómo somos los vascos y las vascas en el terreno de las relaciones de género?

Diría que hay grandes diferencias; yo lo llamo «el espíritu del txoko». Hay una ideología de la igualdad, que tiene que ver con el mito del matriarcado vasco, y, al mismo tiempo, estructuras y grandes diferenciaciones entre hombres y mujeres. Esto, por ejemplo, se veía en el estudio del libro «Mujer vasca, imagen y realidad»; en la distribución de las tareas estaba muy claro.

En la actualidad todavía domina una separación de lo que pertenece a la mujer y lo que pertenece al hombre, aunque los cambios están presentes. Yo diría que todavía es una sociedad en la que los espacios físicos están muy marcados; también muchas actividades y formas de expresión. Por ejemplo, el mundo de la expresión emocional está mucho más vinculado a la mujer. Todavía nos sentimos orgullosos de que el vasco apenas exprese sus emociones. Eso forma parte de esa diferenciación.

¿La consolidación de relaciones de igualdad genera energías?

Sí. Conforme se va perdiendo la dicotomía, se van creando sinergias, ya puede ser en la universidad como en la socialización de los niños y las niñas, en las escuelas o en las cuadrillas. Los hombres expresan más sus emociones. Las mujeres también nos beneficiamos de formas de ver de los hombres, de cómo a través de su socialización han percibido cosas que una mujer no ha percibido. Y ellos, lo mismo.

Según mi experiencia, cuando en una reunión estamos hombres y mujeres más o menos en igualdad, todo funciona mejor porque aportamos aspectos que, si no, se quedan en compartimentos estancos. Tienen que ver con capacidades que hemos ido desarrollando las mujeres; por ejemplo, mayor capacidad de escucha que los hombres, más capacidad de compatibilizar los contrarios, de llegar a consensos, pero todo ello no por biología sino por socialización.

En los hombres he visto capacidad de centrarse en cosas, de hacerlas muy operativas, de trabajar en equipo... Las mujeres también tenemos capacidad de eso, pero hay formas distintas de trabajar en equipo, formas distintas también de vivir la amistad, de tomar decisiones... Las mujeres aportamos otra forma práctica de decir que si esto es lo importante, vamos a por ello; también de cómo economizar tiempo.

Las mujeres tenemos más agudizado el concepto de tiempo porque nos hemos visto obligadas a compatibilizar mucho más lo de la conciliación y lo de armonizar contrarios. La capacidad de negociación de las mujeres en este país es mucho mayor que la capacidad de negociación de los hombres. Y la expresión de las emociones es también un aporte.

¿El hombre es consciente de que también gana con la igualdad?

Depende. He visto hombres que son muy conscientes de esto; quizás no lo verbalizan, pero se sienten bien. Lo mismo que las mujeres, tal vez no lo verbalizamos, pero nos sentimos bien.

A mí me ha tocado experimentar bienestar en muchas situaciones en las que estamos más o menos de manera equilibrada. Para mí es un bienestar: ha fluido, hemos llegado a acuerdos sin poner énfasis.

Yo he escrito de eso cuando surgió el movimiento de mujeres Ahotsak, que me pareció modélico, y una gran pérdida cuando se terminó, porque me parece que si ellas hubieran seguido, habrían ido muy lejos. Es así, las mujeres en este país tenemos ya una tradición de conciliación y, sobre todo, de ir al consenso.

¿El hombre ha quedado desconcertado ante el avance de la mujer en la sociedad?

Sí, creo que le ha cogido como de sorpresa. A los hombres que han tenido una conciencia feminista -porque muchos hombres la han tenido- no les ha desconcertado, pero al hombre que ha vivido ajeno y que consideraba que esas cosas eran de mujeres radicales... claro que le ha desconcertado enfrentarse con mujeres que han hecho recorridos semejantes a los suyos y, al mismo tiempo, han reflexionado y tienen argumentaciones nuevas y efectivas para salir adelante. Les desconcierta.

Los procesos de cambio los protagoniza principalmente la gente que está en una situación de desventaja. Al estar en esa situación tienes que poner interés, entusiasmo, convencimiento, argumentación, un empeño, ese excedente... Eso es fuerza. Las personas que no reflexionan sobre ello lo ven como una amenaza. Yo entiendo que para muchos hombres ha sido una amenaza y lo viven como tal. A veces nos dicen que insistimos mucho, que continuamente estamos sobre ello, pero ¡claro!, porque estamos en situación de desventaja. La paridad nunca se puede dar en una relación si no se hacen cambios.

Cuando empieza a reflexionar, piensa qué le aportaría dejarse incidir por todo eso que parece una novedad y descubre que tiene elementos positivos. Cerrarse es privarse de muchísimas cosas que luego van a ser importantes en la vida. De hecho, los hombres que lo descubren tienen una vida más atareada, más diferenciada respecto al colectivo, pero también una vida mucho más plena.

¿A qué se debe el nivel tan alto de violencia de género en nuestra sociedad? ¿Cuál es la raíz del problema?

Si lo supiéramos... No hay una sola raíz como para decir es esto. Es un cúmulo de raíces o de circunstancias que abarcan la socialización desde niños y niñas de manera distinta respecto a las obligaciones, a los sentimientos, a la identidad, a los valores, a las aficiones...

Luego está la escuela y la socialización en la familia y en el grupo de pares. En nuestro contexto nos socializamos con otros niños y niñas, empezamos a jugar, a compartir, a diferenciarnos siempre en relación al grupo. Eso es importantísimo. También influyen el contexto familiar, sus figuras parentales, las referencias, lo que se considera óptimo, lo negativo, lo positivo...

En cuanto a los contenidos educativos, desde que empiezas a leer un cuento en el que el niño es el que explora el bosque, el que tiene la libertad, se crean referentes. Eso ya está diciendo cosas. También son muy importante los medios de comunicación y las relaciones en el trabajo, cómo se potencia a la mujer o no, cómo se establecen categorías. Y especialmente, el trato y el respeto hacia la mujer cuando pone una denuncia y cuando tiene que declarar.

¿Existen soluciones? ¿Cómo debe abordarse este problema?

La violencia es un sistema de dominación y de poder. Luego habrá razones diversas según los tipos de violencia, pero las acciones presentan un sustrato de referentes que tienen que ver con los ideales de mujer y de hombre.

También me parece importante el tema del amor: los conceptos y las prácticas, y cuáles son las relaciones de dominación en las relaciones amorosas, que es muy básico: «La maté porque era mía». ¿Qué hay ahí? La mujer como posesión, o el varón que considera que él es el poseedor de la virtud de su mujer y, por lo tanto, tiene que controlar la sexualidad de la mujer. El caso contrario no se concebiría.

¿El diseño de las ciudades y de los espacios privados son un reflejo de las relaciones de poder entre géneros? ¿Nos diferenciamos también por los espacios que ocupamos o que nos son reservados?

Sí. Cuando vas, por ejemplo, a una escuela y te enseñan los campos de juego, ya puedes hacer una reflexión sobre hacia qué deportes se orientan. Los espacios se estructuran en relación a la importancia que se les atribuye en las mismas ciudades. Quién y cómo se ocupan esos espacios dan también una idea del peso que puede tener la diferenciación.

Yo trabajé mucho desde el principio en cómo se distribuían en una ciudad los espacios y quiénes los ocupaban, también sobre el peso que tienen los sistemas de representación como la monumentalidad y el callejero. Este último expresa la importancia que se le da a la memoria, y se ha visto que la preponderancia de los referentes masculinos es alarmante. Lo mismo ocurre con los monumentos.

También he tratado la representación de la expresión artística; es decir, cuando se toman las obras de arte como elementos importantes en una ciudad y ver quién produce esas obras de arte. A mí me emocionó mucho ver que en el malecón de Zarautz -como resultado de un concurso- se ponían obras escultóricas de mujeres como Dora Salazar y Elena Asins. Eso es importantísimo porque son un referente, aunque la gente no lo sepa en un momento dado.

¿Qué otros espacios públicos nos diferencian? ¿Dentro de la ciudad existen espacios más pensados para los hombres y otros más pensados para las mujeres?

Sí. Por ejemplo, en lo privado, todo lo que ha tenido que ver con las sociedades gastronómicas ha sido un ejemplo. Hay que ver también la importancia que se le da en la ciudad al campo de fútbol; es prominente. La mujer en este momento tiene unas responsabilidades mayores que el hombre en cuanto a la socialización de los niños y de las niñas, y encuentran una serie de obstáculos. He investigado ejemplos de países nórdicos a la hora de proyectar una zona de viviendas y tener en cuenta a los niños y niñas, porque todavía esa responsabilidad recae sobre la mujer.

Otro tema importantísimo tiene que ver con el derecho a la movilidad libre y segura y el miedo. He estudiado con gente joven cómo los chicos perciben su seguridad cuando salen de marcha o cuando atraviesan un lugar desierto, y cómo lo viven las mujeres jóvenes y los padres y las madres de unos y de otros. He encontrado padres varones que nunca habían pensado en eso. Les preguntaba quién le preocupaba más y me respondía que su hija, pero además por unas razones distintas a las de la preocupación por el hijo.

En la mayor parte de varones, era miedo a la navaja y a la agresión física; el de las mujeres era a la agresión sexual. Por eso he hablado también del tema de la violación, que siempre sobrevuela, y que incide en la creación de miedos. Y lo transmitimos a nuestros hijos y nuestras hijas de una manera diferente.

Parafraseando el título de uno de sus libros, ¿qué andamios son precisos para construir una ciudad basada en la igualdad?

Las relaciones de igualdad tienen que ver de una forma muy directa con la paz. Los nuevos andamios serían pensar que si queremos ciudades amables, receptivas, ciudades donde la gente experiemente el bienestar -no hablo del bienestar económico- y en el que las necesidades de las personas sean tenidas en cuenta, pienso que la igualdad es básica para la paz y es básica para conjuntar diferencias y diversidades. La igualdad y la fluidez aportan bienestar y convivencia pacífica.

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