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Félix Placer Ugarte Profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz

Ética de la independencia

Se ha elegido entre dos modelos radicalmente enfrentados: el modelo neoliberal capitalista vigente, con sus consecuencias de sumisión consumista y dependencia al mercado, o el modelo independentista que, planteado desde opciones socialistas, propugna el paso a formas de libertad compartida y solidaria

Apartir de los análisis y lecturas de los resultados electorales, y ante el éxito global en Euskal Herria de la coalición Bildu, estas elecciones forales y municipales muestran opciones de importante calado para el próximo futuro. Es indudable, en efecto, que en el voto otorgado a partidos estatalistas o a partidos nacionalistas e independentistas subyace no sólo una elección de soluciones sociopolíticas a problemas locales. También, y sobre todo, implican opuestos modelos de sociedad y opciones de largo alcance y consecuencias.

Ante estas alternativas de amplias y decisivas repercusiones y futuro, incluso para los problemas más cercanos y urgentes, se plantean la necesidad de dilucidar el carácter y las motivaciones éticas que las sustentan.

Es evidente que, tanto la opción constitucionalista-españolista -con mayoría del Partido Popular en el Estado-, como la nacionalista-independentista con los significativos y decisivos resultados obtenidos, responden a concepciones diferentes y contrarias, especialmente en tres dimensiones que son claves no sólo en el campo político, sino también en su sentido ético.

En primer lugar, y dada su crítica gravedad, la economía  es una apremiante y decisiva dimensión ética, muy presente en estas elecciones. Se ha elegido entre dos modelos radicalmente enfrentados: el modelo neoliberal capitalista vigente, con sus consecuencias de sumisión consumista y dependencia al mercado, o el modelo independentista que, planteado desde opciones socialistas (también propuestas, aunque sin éxito electoral, por algunos partidos no independentistas), propugna el paso a formas de libertad compartida y solidaria. Como indica Nekane Jurado («Independencia. De reivindicación histórica a necesidad económica». Txalaparta, 2010), los valores de ambos modelos son contrapuestos. «La ideología globalizadora neoliberal obliga a las personas a vivir en el mundo del silencio impuesto en nombre del orden bajo el dominio de cultura que enlata las respuestas...» según su «verdad» única, justificando pobrezas, marginaciones e inseguridades, violación de derechos humanos, impidiendo alternativas liberadoras.

El discurso y opción mayoritariamente votados en el estado se enmarcan en la globalización neoliberal que, desde la perspectiva mundializadora propuesta por F. Javier Caballero («Algunas claves para otra mundialización», Txalaparta, 2010), debe ser sometida a una crítica ética radical puesto que es «implantadora de un darwinismo moral que, con el culto del triunfador, instaura, como norma de todas las prácticas, la lucha contra todos y el cinismo» (P. Bourdieu). «La inseguridad individual y social toma carta de naturaleza, a la vez que se agudizan las desigualdades sociales al socaire de la emergencia de una nueva clase en la cima dominadora, llamada por D. Duclos, hiperburguesía». En definitiva -y, a mi entender, como definitiva crítica  ética- «el neoliberalismo con su totalitarismo del mercado autorregulado niega al hombre la libertad metafísica como ser humano en su calidad personal y consecuentemente la libertad política» y la democracia real.

En la propuesta hacia un «socialismo identitario» -que caracteriza la opción independentista- para «la Euskal Herria de mañana», aboga Nekane Jurado por un modelo político y social al servicio de la colectividad. Donde haya reparto equitativo de riqueza, democracia participativa y calidad de vida definida, no por el tener y consumir, sino por necesitar menos para compartir más.

Donde se logre un desarrollo medido por la calidad medioambiental, por la educación, por la sanidad, por la integración cultural, por el acceso al uso de una vivienda y cobertura de las necesidades psíquico-afectivas; solidaria también con las generaciones futuras y con la indignación de una nueva juventud que, con toda razón ética, reclama una «democracia real».

También F. J. Caballero propone, con razón ética, en sus claves mundializadoras, unas relaciones no condicionadas por el mercado neoliberal, sino por la cultura identitaria contra toda pretensión uniformizadora. Esta ética exige el respeto a la libertad, a la capacidad de decisión individual y autodeterminación desde el reconocimiento de la identidad de cada pueblo, no sometido a otras voluntades dominantes. Por ello su insistencia en «volver a la cultura», al reencuentro con la identidad perdida por la erosión que el mercado está produciendo sobre el individuo; para, a partir de ahí, hacer posible una verdadera reciprocidad entre los seres humanos.

Esta dimensión cultural-identitaria, olvidada o, mejor dicho, negada por los partidos estatalistas mayoritarios es, sin embargo, el fundamento ético de una realización humana personal y colectiva.

Un tercera, y no menos importante dimensión ética de  opción independentista, radica en su capacidad y sentido solidario. El falso y engañoso individualismo neoliberal es competitivo y egoísta. Sin embargo la propuesta y práctica del independentismo vasco son radicalmente opuestas a esa corrupta ética neoliberal. Los hechos lo demuestran y Jesús Valencia lo muestra con claridad histórica en un interesante trabajo donde presenta el recorrido, desde el nacimiento del nacionalismo, de un independentismo solidario en una Euskal Herria internacionalista, caracterizado y titulado como «Ternura de los Pueblos» (Txalaparta, 2011) y que, por mi parte, entiendo como compasión ética internacional.

Es decir capacidad de compartir sufrimientos, esperanzas, luchas liberadoras con los pueblos minorizados por la prepotencia de imperios y estados, pero que siempre han sabido mantener intacta su identidad y dignidad. Desde la lectura de su libro se concluye que el movimiento nacionalista independentista ha generado y cultivado toda una ética solidaria desde esa dignidad reconocida de los pueblos «donde el amor a la propia patria y el interés solidario por las ajenas» se funden en una síntesis de profundo calado ético liberador, en la búsqueda de una meta utópica -definitivamente ética- «de un mundo justo y solidario».

Estos tres trabajos ofrecen, a mi entender, convincentes dimensiones y claves éticas de la independencia de los pueblos y de una mundialización humanizadora.

Precisamente Herria 2000 Eliza, en sus III Jornadas, ofrece la posibilidad de dialogar con estos autores (hoy, miércoles 25, en Gasteiz) sobre sus planteamientos y propuestas que, ya en periodo postelectoral, urgen, como tareas éticas y pedagógicas, para la realización de un independentismo socialista.

Los resultados de estas   elecciones locales están, por tanto, inseparablemente unidos y son un desafío a la reflexión y a la acción, para realizar  un modelo de pueblo, desde una opción por la libertad, por  la justicia y por la paz, buscadas y practicadas en la opción y línea de una ética económica, cultural, internacional y solidaria, responsable.

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