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La catedral de Santa María, crónica de una rehabilitación literaria

Dentro de algo menos de un año los muros de la catedral Santa María de Gasteiz volverán a resonar con los rezos del culto. Durante estos años pasados el magno edificio ha sido asombro de arquitectos, reclamo de turistas, y techo bajo el que numerosos escritores buscaron a una musa inspiradora. De Ken Follet a Vargas Llosa no dejó indiferente a nadie.

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Juanma COSTOYA | GASTEIZ

Desde que Petrarca sentenciara que «necio es quien admira otras ciudades sin haber visto Roma», las grandes urbes han sido fuente de inspiración para músicos, poetas, cineastas, fotógrafos y toda clase de artistas. Particularmente entre los escritores hay ciudades que están asociadas indefectiblemente al conjunto de su obra.

Dublín y Trieste parecen una prolongación de la imaginación de James Joyce, la obra de Paul Auster es inseparable de Nueva York, y las crónicas berlinesas de Joseph Roth y el «Berlín Alexanderplatz» de Alfred Döblin hicieron de la capital alemana un territorio tan definido como literario. Hay también un París particular, de bien definidas fronteras, que se desprende de la lectura de las novelas de Léo Malet, y otro París, mítico, eterno, tenebroso y tierno, al que Jacques Yonnet convirtió en protagonista de su extraordinaria «Calle de los maleficios, crónica secreta de París».

Dentro de unos límites más familiares, Eduardo Mendoza hizo de Barcelona la coprotagonista, junto al arribista Onofre Bouvila, de su novela «La ciudad de los prodigios».

La vasta y contradictoria geografía urbana es el escenario por el que pasean sus temores y anhelos numerosos personajes literarios que contribuyen, con sus avatares, al escarnio, en ocasiones, la glorificación otras veces, y en todo caso, la mitificación de una calle, un edificio o un barrio determinados. En ocasiones, el influjo de una obra literaria sobre el visitante es tan poderoso que no resulta extraño contemplar su estampa en lugares desprovistos, a priori, de cualquier interés.

En el extrarradio de Alejandría, por ejemplo, no es raro toparse, en un terreno allanado por excavadoras y lleno de cascotes y escombro, a un devoto de la obra de Lawrence Durrell que busca en ese erial la huella ya inexistente de la casa que el autor de «El cuarteto de Alejandría» ocupara hace ya más de medio siglo. Y es que los ambientes bendecidos por la literatura sobreviven, casi, a cualquier planificación urbanística.

Catedral literaria

Lo normal es que sean los autores los que escojan a las ciudades en las que desarrollan sus intrigas, al estilo de Muñoz Molina con «Un invierno en Lisboa», aunque en ocasiones se produce el proceso inverso, y es la ciudad, consciente quizás de la inferioridad de condiciones con que se enfrenta a las urbes míticas desperdigadas por la geografía mundial, la que se esfuerza en atraer la atención de los creadores literarios.

Gasteiz apostó en este juego por la baza de la regeneración de la parte vieja, convertida, ahora, en Casco o Almendra (en referencia a su figura ovalada vista desde el aire) Medieval.

Las espectaculares obras de rehabilitación de Santa María se convirtieron en el motor del ambicioso proyecto. Dentro del programa «Abierto por obras» numerosos escritores fueron invitados a comparecer entre las piedras venerables y los vitrales para pronunciar conferencias o palabras de reconocimiento. Entre otros muchos, por allí pasaron Juan Manuel de Prada, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Gala, Arturo Pérez Reverte, Paulo Coelho, Eduardo Mendoza, Ken Follet y hasta los Premios Nobel José Saramago y Mario Vargas Llosa.

En un proceso que tiene poco que ver con la literatura y mucho con la mercadotecnia, Ken Follet se convirtió en uno de los grandes valedores a la hora de situar a Gasteiz en el mapa literario. Su obra «Un mundo sin fin», segunda parte de «Los Pilares de la Tierra», se presentó entre los muros de la catedral de Santa María. La tirada para la Península alcanzó los setecientos mil ejemplares de una obra que supera las mil páginas por volumen. En el capítulo de agradecimientos de la novela unas líneas certificaban la gratitud del autor galés a la Fundación Catedral Santa María por la aportación documental en la preparación de su obra.

Una fotografía de Ken Follet tomada en el coro de la catedral vitoriana completaba el compromiso del autor de best seller. Sin embargo, la ciudad protagonista de «Un mundo sin fin» fue la imaginaria Kingsbridge, una villa medieval que, como el Macondo de García Márquez, surgió de la imaginación de su autor. Ken Follet quedará asociado en la ciudad a un esfuerzo de recuperación de su memoria histórica que mereció el reconocimiento de la Unión Europea a través del Premio Europa Nostra en su edición del 2002.

La figura del autor, esculpida en bronce por Casto Solano, vigila desde su hieratismo los muros exteriores y la vieja plaza que da acceso a la catedral de su inspiración.

«Conversación en La Catedral»

El 1 de marzo del 2004 Paulo Coelho, invitado por la Fundación Catedral Santa María, ofreció una conferencia en la capital alavesa. Su visita a la vieja catedral, con la ciudad sometida por una fuerte nevada, caló en el ánimo del escritor brasileño.

Su novela, «El Zahir» (título tomado de un cuento de Borges incluido en el volumen «El Aleph»), convirtió a la catedral vitoriana en una metáfora de la vida de cualquier ser humano, en un potente simbolismo que busca iluminar la trayectoria vital a través del amor. Para que los paralelismos con su visita no quedaran ahí, el protagonista de esta novela, que fue traducida a 42 idiomas, también llegó a Gasteiz en medio de una tormenta de nieve.

El Premio Nobel de literatura 2010 recayó en Mario Vargas Llosa. Unos años antes, en febrero del 2006, el autor peruano había sido otro de los ilustres huéspedes de la Fundación Catedral Santa María. En ese día, a la hora de su comparecencia ante la prensa, y como era previsible, no faltaron los juegos de palabras aprovechando el título de una de sus obras maestras «Conversación en La Catedral». La novela refleja el asfixiante ambiente que respiró la República de Perú entre los años 1948 y 1956 bajo la bota del dictador Manuel Apolinario Odría.

En esa Lima enrarecida el único vestigio de libertad era, en la novela, la palabra hablada, un ambiente a ras de tierra y las cervezas que trasegaban sus protagonistas en el bar «para pobres» La Catedral. Allí podían hacerse preguntas como la tan citada y que aparece en las primeras líneas de la novela: «¿En qué momento se jodió el Perú?» y muchas otras que tenían que ver con los anhelos y los temores de sus protagonistas, Santiago Zavala y Ambrosio, entre otros.

Quizás la fórmula de la que puede surgir la gran literatura sea ajena al oropel de las grandes recepciones y esté más cerca del ambiente de la catedral de Vargas Llosa. En pocas palabras: existencias de infantería comprometidas con la vida con mayúsculas, palabra libre, derecho a réplica y unas cervezas.

AL IGUAL QUE LA VIDA

La novela de Paulo Coelho «El Zahir» convirtió a la catedral vitoriana en una metáfora de la vida de cualquier ser humano, en un potente simbolismo que busca iluminar la trayectoria vital a través del amor.

Pulgas y mujeres hermosas

Otros escritores y aventureros, a lo largo de los siglos, han dejado escritas sus impresiones acerca de su paso por Gasteiz. Al cruzar la frontera por Irun el ánimo de Víctor Hugo (1802-1885) se confiesa impresionado por «la señal de los proyectiles en todas las casas, las huellas de las tempestades en todas las rocas, el rastro de las pulgas en todas las camisas». Sin embargo en su obra «Notre Dame de París» hace un elogio de Gasteiz, «ciudad gótica, entera y completa» a la que compara con Núremberg y con la localidad bretona de Vitré. Prosper Mérimée (1803-1870) se muestra encantado en su breve paso por la ciudad: «Vitoria me ha maravillado. Es una ciudad encantadora, con una plaza muy hermosa y mujeres aún más hermosas».

El lingüista alemán Kart Wilhem von Humboldt (1767-1835) dedica unas líneas en su recuerdo a la Aduana de Gasteiz, donde su equipaje fue exhaustivamente registrado al descubrirse libros en uno de sus baúles: «Sin embargo, fueron tan ignorantes que tuvieron en sus manos el Emilio de Rouseau y lo dejaron pasar».

El explorador y aventurero Henry Morton Stanley (1841-1904) alabó la belleza de la campiña alavesa y se declaró entusiasmado por las riberas del Zadorra mientras cubría la sublevación carlista para el «New York Herald». En la confluencia de las calles Postas y Fueros de la capital alavesa se reunió con Manuel Iradier inflamando aún más la imaginación africana del explorador vitoriano. J. C.

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