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Adolfo Muñoz "Txiki" | Secretario General de ELA

Crisis política, democrática y económica

El autor analiza las múltiples implicaciones de una crisis que es económica porque «desde hace años es política y democrática». Denuncia la existencia de una clase gubernamental «subordinada al capital más codicioso» y unos elementos participativos, como el «diálogo social», que son «teatro vacío» para «legitimar el saqueo». Afirma que hay una agenda reivindicativa y alternativas, y subraya la necesidad de traducir la indignación social en fortalecer todos los resortes que sean capaces de disputar el poder con quienes ahora lo ostentan.

ELA afirmaba el 1º de Mayo que padecíamos una crisis «económica, democrática y política». Llevamos tiempo diciéndolo pero los medios del sistema (públicos y privados) no se hacían eco porque molestaba al poder. La crisis es económica precisamente porque, desde hace años, es política y democrática. Sí, la crisis es, por una parte, política. La clase gubernamental está subordinada al capital más codicioso. El documental norteamericano Inside job refleja cómo de manera estructural el capital controla la política, a los republicanos y a los demócratas; cómo estos trabajan para él. Aquí sucede lo mismo: Confusión de personas en intereses público-privados, comités de asesores empresariales, «expertos» del mundo económico... dictan qué es lo que hay que hacer, en su propio beneficio, y se hace.

Es una catástrofe política que las diferencias en política económica y social, entre quienes tienen opción de gobernar, sean inapreciables. El PP es feliz al ver a la «socialdemocracia» que se quema a lo bonzo desarrollando el programa neoliberal, perdiendo sus referencias y sirviéndole en bandeja las elecciones. Es sintomático que más del 75% de la sociedad esté contra la reforma de las pensiones y que, sin embargo, en el Parlamento español vayan a votar a favor el 99% de los diputados.

Esa clase política se relaciona con la sociedad y sus organizaciones a través del Boletín Oficial. Y mientras, para protegerse y adormecer la crítica, gastan millones en propaganda. No hay ningún debate social. La democracia termina en el voto, un voto con el que construyen una nueva aristocracia. Es éste un poder político distante y autoritario en el que, a más mediocridad, se actúa con más autoritarismo.

Como lo esencial es servir al capital, la crisis también es también democrática. Por eso, todos los elementos participativos los convierten en papel mojado. Todos son todos. A los sindicatos se nos ofrece participar en un teatro vacío de contenido (el llamado «diálogo social») para legitimar un saqueo. ELA afirmó hace años que era incompatible una política al servicio exclusivo del poder económico con nuestra presencia en estructuras inútiles que tienen por objeto hacer creer que se hace política «en beneficio de todos». ELA denunció que el «diálogo social» no existe; que las decisiones son unilaterales, y que se utiliza para desmovilizar a la sociedad.

Optamos -con otros- por poner en marcha una agenda social reivindicativa. Había y hay alternativa. Adelantamos que la patronal trataría de sacar provecho de la subordinación del poder político y de la disciplina que impone el desempleo masivo para chantajear las condiciones de trabajo; no nos equivocamos. Había, pues, que trabajar mucho para sujetar conquistas sociales y laborales. Convocamos la huelga general del 21 de mayo, la del 29 de junio contra la reforma laboral y la del 27 de enero contra la de pensiones. Elaboramos un decálogo social, interpelamos a esa clase política que nos despreció, convocamos manifestaciones... En Hego Euskal Herria ha habido una agenda con alternativas y de movilización.

Su contestación fue acusarnos de «antisistema». Lo hicieron el lehendakari, la consejera Zabaleta, el diputado general de Bizkaia... Dicen que somos `antisistema' en foros a los que asisten los representantes más reaccionarios del mundo económico. ¡Esos sí son del sistema! Pues bien, es un honor, ante tal falta de mesura, no formar parte de «su sistema».

Surgen otras movilizaciones sociales. ¡Ya era hora! La gente normal, la que sufre injusticias, concluye que el capital pasa por encima de la política y, al verse desprotegida, se moviliza para exigir más democracia y otras políticas. Cuando esto sucede, es que la democracia funciona. Lo que no es normal es el acatamiento acrítico, la resignación, la indiferencia social, la falta de solidaridad y el dejar hacer. La política -también lo decíamos el 1º de mayo- «es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos».

Ante estos hechos hay una reacción que no tiene desperdicio. Es la del Lehendakari López, que dijo ver en las movilizaciones «una mano oculta», para corregir al día siguiente y pedir a quienes se movilizan que le cuenten «vía Twitter» sus preocupaciones... para contestarles. Si esta cuestión no fuera tan seria, provocaría risa. No hay derecho a que tomen a la gente por idiota; no pueden obligarnos a militar en la imbecilidad ante tanto despropósito.

Pues bien, los efectos de la crisis económica van a continuar porque no quieren cambiar las políticas. Y sólo lo harán si se les obliga. No han tomado ni una sola decisión que perjudique al capital. Ni una. No quieren tocar la fiscalidad (la patronal vasca ha dicho que «hay mucho que recortar, antes que subir los impuestos»); han impuesto límites durísimos al déficit público para reducir el gasto social; los bancos no dan crédito -salvo con intereses de usura- a pesar de que Zapatero justificara las ayudas públicas a la banca «para que fluyera el crédito»; atacan los salarios con chantajes y reformas como la laboral y la de negociación colectiva; y las pensiones públicas para disfrute de Botín; reducen prestaciones sociales a quienes las necesitan; han dejado para después de la elecciones el anuncio de más recortes; quieren convertir todo -privatizando- en objeto de negocio...

Todas estas medidas tienen efectos muy negativos: más desempleo y menos solidaridad. Con estas políticas gana la economía especulativa, y a ésta el empleo y la solidaridad le traen sin cuidado.

Es cierto que hay muchos condicionantes externos que dificultan la acción sindical y social. Nunca ha sido fácil. También es cierto que esta coyuntura ofrece oportunidades para ese trabajo. Depende de cómo trabajemos. El capital y la política que le acompaña, en plena involución social, vuelve al pasado porque le estorban los actuales equilibrios sociales. ¡Vayamos nosotros al pasado y recuperemos la esencia del movimiento sindical! Es ahí donde está nuestra legitimidad y fuerza.

Esa clase política está preocupada. No le gusta que la gente normal sepa que no mandan, que «hablan por boca de ganso». Y es importante ser consciente de eso. Pero cometeríamos un error si menospreciásemos su poder y su habilidad manipuladora.

No es un problema de tener razón; la tenemos. Tampoco de carecer de alternativa; también la tenemos. Es un problema de relación de fuerzas. Y ellos temen que la indignación social refuerce organizaciones de contrapoder. Como sindicato de clase y desde nuestra opción por una construcción nacional que no desprecie lo social, tenemos la obligación de traducir estas experiencias colectivas en fortalecer estructuras organizativas a todos los niveles que sean capaces de disputar poder. Poder sindical, para hacer frente a lo inmediato (la defensa organizada de las condiciones de trabajo); poder social, para desarrollar -con otros- una agenda por la solidaridad y para colaborar, desde la plena autonomía partidaria, en la regeneración ética de la vida política. Sin complejos, desde los valores de una organización sindical de clase y abertzale. En el año de nuestro centenario.

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