Maite SOROA
¡Qué mal lo pasan los nostálgicos!
Los espectaculares resultados electorales del pasado domingo siguen ofreciéndonos jugosas piezas periodísticas, escritas en momentos de shock. Algunas, como Regina Otaola -la okupa de Lizartza que ha sido despachada con alborozo de una alcaldía que ha ostentado con menos legitimidad que la del Duque de Alba cuando clavó una pica en Flandes-, han reconocido que la sentencia de las urnas le provoca arcadas. Lean, lean.
Reconoce Otaola en «Libertad Digital» que «siento una gran repugnancia por los resultados que ha obtenido Bildu. Porque estos resultados no han llovido del cielo -mejor dicho, del infierno-, sino que se deben a la acción de personas de carne y hueso que han depositado su voto conscientes de lo que hacían». O sea, que el pueblo le resulta «repugnante» a esta peculiar demócrata. Le pasa lo que a los alacranes: es de su naturaleza.
Lo que le puede a Otaola es su convicción de que «son los mismos con distinto nombre» y la constatación de que «una gran parte de esta sociedad los apoya». Pues servidora creía -hasta leer a Otaola- que la democracia era algo así como acatar la voluntad de la mayoría y respetar a las minorías. Pero si Otaola nos convence de que su mandato como regidora de Lizartza es la verdadera democracia, me callo.
Y no deja de señalar a los culpables de la hecatombe: «Todos -el PSE, el PNV, Aralar, EB- han defendido la legalización de Bildu, incluso con chantajes al Gobierno en caso de que el Tribunal Constitucional no diera el visto bueno. Todos han querido que la zorra estuviera presente y ahora se escandalizan o hacen que se escandalizan porque se va a comer a las gallinas. También es repugnante». Y es que, a su juicio, «el panorama es desolador se mire por donde se mire».
Lo que realmente le gustaría a Regina Otaola, quien ejerció de alcaldesa menos votada de Europa, es regresar a aquel remanso de extraordinaria placidez en el que tanto disfrutó su admirado Jaime Mayor Oreja, cuando Franco secuestraba a los cisnes de la Plaza de Gipuzkoa para disfrutar de su compañía en el Palacio de Aiete. ¡Pues que se compre una máquina del tiempo!