ÁNGEL ILLARRAMENDI COMPOSITOR
«Siempre he escrito a mano y lo sigo haciendo. No hecho de menos los ordenadores»
Con más de una veintena de creaciones para diferentes películas, además de diversos trabajos para concierto o teatro, Ángel Illarramendi conseguía recientemente el Premio de la Música 2011 al Mejor Autor Clásico con su disco «3ª sinfonía». Un respaldo a sus muchos años de carrera.
Pablo CABEZA | BILBO
La historia de Ángel Illarramendi (Zarautz, 1958) se inicia gateando en la casa de sus padres, situada en el número 3 de la Plaza de los Fueros en Zarautz. ¿Lloraba, berreaba? Seguramente, pero, si con seis años ya está probando sus habilidades de micrófono en micrófono (diversos festivales a los que accede gracias a Manolo Urbieta), cabe pensar que su llanto tuviese alguna cadencia especial, más armónica de lo habitual.
Con once compone sus primeras canciones gracias a una guitarra acústica que aprende a tocar de forma autodidacta. Su pasión por la música es tan decidida que compagina sus estudios de bachillerato con clases de solfeo y piano impartidas por María Bárbara Aranguren, también de Zarautz. A partir de ese momento, los estudios musicales se expanden, su preparación no cesa, al tiempo que llegan los discos, el trabajo, las ilusiones y el reconocimiento, en especial como compositor de bandas sonoras, en las que el prolífico músico aúna con talento tensión, en paralelo con las imágenes, sensualidad y descripción sonora.
Illarramendi vive en Hondarribia, en el monte Jaizkibel, desde hace ocho años. No tiene hijos, pero habla con esperanza de dos sobrinos que tocan la guitarra y el piano. «Ya veremos», sentencia.
¿Cree que el mar con todos sus espejos está en su música?
Seguro. Uno nace donde nace y se impregna de todo cuanto le rodea. Nosotros también somos naturaleza. El mar tiene una gran atracción para mí, es como un imán, no creo que pudiese vivir mucho tiempo lejos del mar. Para cualquier zarauztarra la playa está muy presente a lo largo de su vida. Yo crecí jugando en ella, bañándome, viviendo la playa intensamente.
En los sesenta y primeros setenta esto no era muy sencillo, ya que los padres no veían la música como una solución de vida. ¿Cómo consigue salirse con la suya?
Desde que tengo conciencia de mí mismo he querido ser músico. He tenido la suerte de nacer en una familia de melómanos. En nuestra casa se escuchaba música constantemente, nuestras sobremesas siempre han sido largas y cantadas. Se escuchaba música clásica, a cantantes como Lertxundi, Dylan, Laboa, Lete, Leonard Cohen, Joan Baez, los Beatles, Jethro Tull... Es cierto que en aquellos tiempos no te podías plantear vivir de la música, era algo muy inseguro para los padres. Ellos me animaban a estudiar música, pero siempre como afición, contando con la base de otra profesión. El caso es que yo me empeñé de tal manera que, bueno, a mis padres no les quedó más remedio que aceptarlo, y una vez que lo hicieron, su apoyo fue incondicional.
Sin cumplir los 20 años Novola/Zafiro, la discográfica de Mocedades, le publica su primer disco. Obviamente en vinilo.
Así fue, cuando tenía 19 años grabé mi primer disco a propuesta de Juan Pedro Calvo, que trabajaba en la Cadena Ser y también para el sello Zafiro. Eran mis tiempos de cantautor y fue una experiencia maravillosa. En aquel tiempo estudiaba con Francisco Escudero y yo mismo hice los arreglos para el disco y también dirigí a los músicos; toda una experiencia. Era la primera vez que me metía en un estudio de grabación. Dada mi poca experiencia, a discográfica Zafiro quería contratar a un arreglista, y yo me negué. Entonces tuve una entrevista con la directora artística del sello, Carmen Grau, y le convencí para grabar el disco como yo quería. Le dije que, como no me dejasen hacer los arreglos y dirigir la grabación, no grababa... Y me quedé tan ancho. Luego, al salir de la entrevista, fue cuando me di cuenta de mi audacia insensata.
Después del álbum hay una laguna discográfica, no sé si cierto recogimiento por su parte, ya que, para que llegue su segundo disco, «Espacio sonriente», hay que esperar diecinueve años. Salió en mayo de 1997.
No, de recogimiento nada. Es cierto que después de ese mi primer disco, tuvieron que pasar todos esos años hasta grabar el segundo. Pero durante ese tiempo no paré de hacer cosas. Terminé mis estudios, compuse música para teatro, compuse mis primeras bandas sonoras y mis primeras sinfonías. Luego, en 1997, salieron casi a la vez dos discos, el poema sinfónico «Espacio sonriente» y la banda sonora de «El último viaje de Robert Rylands», incluida en el disco «Ángel Illarramendi compone para Elías Querejeta».
Cabe interpretar que éste es el punto de inflexión en su carrera, llegan las bandas sonoras y el apoyo de la discográfica Karonte.
Es cierto, desde entonces las ofertas para cine han sido continuas y he ido publicando discos ininterrumpidamente. Ahí va mi agradecimiento a Karonte, que, desde el primer momento, me mostró un apoyo incondicional.
Con todo, mientras concibe bandas sonoras, también contempla otros planos: obras para conciertos, música contemporánea, piezas para obras de teatro...
Claro, ten en cuenta que la primera banda sonora que compuse fue «Tasio», en 1984. Pero para entonces, yo ya tenía escrita mi primera sinfonía. Nunca he dejado de componer música para concierto.
A lo largo de su carrera acumula bastantes nominaciones y ya había conseguido alguna distinción. ¿El pasado premio a Mejor Autor de Música Clásica le ha sorprendido? ¿Le duele que no haya sido por una banda sonora?
En absoluto. Es más, me alegro, porque mucha gente me conoce más por mi faceta cinematográfica. Este premio me viene muy bien, ya que pertenece al ámbito sinfónico. Pero tampoco hay que volverse loco con los premios. No es cuestión de entristecerte si no te los dan, ni tampoco vamos a sacar globos si te los conceden. No obstante, siempre es una alegría que se acuerden de uno y que te mimen un poco.
En su espacio de trabajo no se observan ordenadores ni sintetizadores...
Siempre he escrito a mano y lo sigo haciendo. No hecho de menos los ordenadores para escribir. Oigo la música que escribo, la oigo por dentro, no me hacen falta los sonidos sintéticos del ordenador, tan fríos y desnaturalizados. Lo que oigo por dentro es más hermoso y real. Otra cosa es buscar a la máquina sus propios sonidos, su universo particular. No me interesa una máquina que imite sonidos acústicos, para eso están los músicos. Ahora bien, me parece muy interesante enredar y experimentar en la búsqueda de nuevos sonidos propios del mundo de las máquinas. En el documental de Gracia Querejeta, «El viaje del agua», compuse combinando instrumentos acústicos con sintetizadores y fue una experiencia estupenda.
¿Le gustaría ser exclusivamente director de orquesta?
A mí me gusta componer. Me ha tocado dirigir bastante, sobre todo a la hora de grabar mi música para cine, ya que, a menudo, no hay presupuesto para contratar a un director; pero no es lo mío, aun reconociendo que es un trabajo apasionante, nunca me ha interesado dirigir.
En el interior de la contraportada de «3ª sinfonía» hay una foto en la que se le ve alzando la mirada mientras que el resto de la orquesta mira al frente...
Sí, fue en el estreno de mi «3º Sinfonía harri zuria» en Musikaste. Mi padre murió unos días antes y trataba de conectar con él, ya que sin duda estaba presente en el concierto.
«El mar tiene una gran atracción para mí, es como un imán, no creo que pudiese vivir mucho tiempo lejos del mar»
«He tenido la suerte de nacer en una familia de melómanos. En nuestra casa se escuchaba música constantemente»
«La primera banda sonora que compuse fue «Tasio», en 1984. Pero, para entonces, yo ya tenía escrita mi primera sinfonía»
«Este premio me viene muy bien, ya que pertenece al ámbito sinfónico. Pero tampoco hay que volverse loco con los premios»