CRíTICA teatro
Hierro colado
Carlos GIL
A veces unas voces contextualizan sensaciones. Pero se reinicia el circuito de espacio sonoro, luces que coartan, coreografías que no acaban de encontrar un pulso común. Fragmentario. Solapada, sin progresión, buscando el efectismo. Como un hierro colado que se puede romper en cualquier momento. Unas sensaciones de superficialidad, de inanidad, como si cada escena fuera una postal de una supuesta localización férrea, de una cuidad que a lo mejor se puede oler, sentir, intuir a partir del programa de mano, de las supuestas intenciones, pero que jamás se ubica, ni se define sobre el escenario. Se juega con los mismos elementos narrativos, los mismos rasgos identitarios que en otros montajes de esta compañía, pero aquí no hallamos esa cohesión, esa amalgama de esfuerzos y logros, de impulsos e imágenes que nos describan un mundo recreado artísticamente. Hay solvencia, orden, disciplina pero falta ese pellizco de emoción creativa que supere el ejercicio, la caligrafía, los movimientos diseñados, pero no sentidos por los intérpretes. Cada cosa en su sitio, pero sin que lleguen a formar un todo reconocible. El tiempo ayudará a su maduración. O su agostamiento.