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Análisis | Movimiento 15-M

Cómo mantener la indignación fuera de la tienda de campaña

Sol tenía dos almas. Una provenía de los movimientos antisistema, con tablas en organizaciones asamblearias y que buscaban reconstruir el Estado desde los cimientos. Del otro lado se encuentran los más revisionistas.A pesar de todo, el contenido de las demandas evidencian el hecho diferencial catalán: Barcelona no ha adoptado la reforma de la ley electoral como una de sus principales exigencias, tal y como se hizo en Madrid.

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Alberto PRADILLA y Aritz INTXUSTA

El 15 de mayo miles de personas se manifestaron en más de cincuenta ciudades en demanda de un cambio social y político, unas protestas que sirvieron de germen para que muchos ciudadanos acamparan en las plazas. ¿Y ahora, qué?, se preguntan los autores.

En el monte pueden desatarse dos tipos de incendio. Si arden la broza y los hierbajos, el fuego se expande con rapidez pasmosa hacia donde le lleve el viento. Su avance resulta incontrolable, quema lo que quiere y se va, pero es quizá, el menos peligroso. Las llamas pasan demasiado aprisa, por lo bajo, chocarrando tan solo la corteza de los árboles, que enseguida recuperan la hoja. Una nueva corteza sale al año próximo y del incendio no queda ni rastro. El incendio que deja huella es el que avanza lentamente y da tiempo a las llamas a quemar los árboles.

Resulta complicado saber a ciencia cierta si en Madrid ha prendido la broza o ha ardido el madroño. Sí que es cierto que, mientras duró la acampada de Sol, el oso llevaba, a modo de capa, una bandera gay, y daba gusto verlo. El movimiento 15-M prendió como la yesca, aupado por el primer desalojo de los acampados. En la plaza hubo miles de personas de forma permanente, casi un mes, con sus mañanas, sus tardes y sus noches. Es imposible calcular cuántas personas distintas pasaron por ahí en un momento u otro, pero habría que contarlas por cientos de miles. ¿Qué les llevó hasta allí? Más allá del hastío, la esperanza en un movimiento nuevo y fresco o la propia indignación, poco se sabe.

Esta incapacidad de consensuar un manifiesto, de tan siquiera definir la radicalidad de lo que se iba a pedir, permite que muchos coincidan en que la acampada de Sol se cerró en falso. Sin embargo, esta indecisión responde a dos motivos, uno tiene que ver con el método y, el segundo, con la propia composición social de los indignados. Además, las acampadas se levantan porque ellos han querido.

Sol tenía dos almas. Una provenía de los movimientos antisistema, con tablas en organizaciones asamblearias y que buscaban reconstruir el Estado desde los cimientos. Sirva el ejemplo del resultado de la asamblea del barrio de Fuencarral, que llevó a Sol la propuesta de fundar la tercera república. Este sector de los indignados ha salido terriblemente fortalecido. Las asambleas por los barrios están vivas y el 15-M ha servido como chispazo para activarlos y ponerlos a trabajar con un objetivo común, quizá no enteramente definido, pero sí con ganas y con una ilusión que habían perdido. Los primeros efectos de esos foros de debate que han nacido en las plazas de Madrid empiezan a notarse, con nuevas protestas pacíficas, como la que se vivió durante la constitución del ayuntamiento de Madrid.

Del otro lado se encuentran los más revisionistas, aquellos que apuestan por pequeñas modificaciones. Se trata de los que quieren encauzar la indignación a través de los caminos ya establecidos, buscando una interlocución directa con las autoridades y unos resultados a corto plazo. Encabeza este sector Democracia Real Ya, la plataforma que hizo el primer llamamiento. En un primer momento, Democracia Real Ya se vio desbordada por la situación, pero reaccionó pronto. Lanzó un mensaje de apoyo al movimiento 15-M, sin tratar de liderarlo, cediendo la autoridad máxima a la Asamblea de Sol. De esta forma, los impulsores mantienen cierta independencia de las decisiones que la Asamblea pueda tomar y se libran de las primeras críticas que ha podido tener el movimiento: un excesivo alargamiento de la acampada y la indefinición de los objetivos. Así, Democracia Real Ya ha conseguido, en gran medida, conservar el primer espíritu del levantamiento pacífico y gran notoriedad mediática. Quizá eso baste para que, un nuevo llamamiento de Democracia Real Ya tenga un seguimiento similar al que recibió el 15 de mayo.

Lo que sí está llamado a ser el 15-M es la vara de medir del resto de movilizaciones que, a partir de ahora, se produzcan en el Estado. Su espectacularidad, la capacidad de extenderse a las principales ciudades del Estado y a las capitales europeas, su notoriedad mediática estatal e internacional, la ingente cantidad de gente que ha congregado y la ilusión que ha logrado transmitir a un sector de la sociedad, lo convierten en algo nuevo. Las siguientes grandes movilizaciones de izquierda en el Estado español serán más grandes o más pequeñas, parecidas o distintas, pero van a acabar comparándose con lo que se desató hace un mes.

Lo que distingue al 15-M de movilizaciones anteriores es el empleo de las nuevas tecnologías. El precedente de las movilizaciones del 11-M (11 de marzo de 2004), donde los mensajes corrían por los móviles, casi parece del siglo pasado, pues las herramientas que aportan las redes sociales han supuesto un paso de gigante. Pero la verdadera fuerza del 15-M es que su mensaje ha llegado a un sector que antes no se movilizaba. Ha conseguido sumar a un método de protesta radical a personas con bajo nivel de ideologización que, en sí mismas, ya constituyen un sujeto político nuevo y muy a tener en cuenta. Muchos grupos sociales proyectaron sobre el 15-M sus propios deseos y luchas particulares, lo que dio color a Sol. Por ejemplo, una de las jaimas instaladas en la plaza, tenía por lema «Cañada Real no son chabolas» y otra daba información sobre el conflicto en Sahara Occidental.

Al sustentar su poder sobre el conjunto de personas poco duchas a la hora de movilizarse, sin ideario definido, e indignadas por distintos motivos, el 15-M tiene sus sombras. Ideas como la eliminación de imputados de las listas se mezclan con otras como la circunscripción única, que se hacen inasumibles para el nacionalismo y el independentismo. Muchas de estas iniciativas son propuestas que surgen como respuesta al modelo bipartidista que se ha instalado en el conjunto del Estado, pero que no responde a la realidad política que quedó reflejada en los parlamentos de Hegoalde, por lo que el espectro sociológico de las acampadas del 15-M en Araba, Gipuzkoa, Bizkaia y Nafarroa no fue tan plural como el que se vivió en la Puerta del Sol.

Barcelona ha constituido el otro gran referente para el movimiento de los indignados. Comenzaron como una plaza de segunda pero han logrado definir su propio trayecto, como demuestra la falta de entusiasmo que provocaba la coordinación con otras asambleas del Estado español. Además, tras las brutales cargas de los Mossos, la protesta terminó reforzando su presencia cuando ya se debatía sobre cuándo desmontar el campamento. Aunque ahora, dos semanas después del intento de desalojo, la afluencia a Plaça de Catalunya ha descendido notablemente. Sin asambleas diarias, la moda de aplaudir con las manos levantadas ha dejado paso a comisiones más reducidas y manifestaciones diarias pero más residuales.

Como ocurre en la Puerta del Sol, tampoco en la capital del Principat se encuentra el camino hacia la transformación social. Se impone el gran interrogante: qué hacer tras un mes con las tiendas en pie. La duda metafísica es clara: ni sabemos de dónde venimos, porque los orígenes son muy diversos, ni tampoco hacia dónde vamos. Aunque, a diferencia de lo que ocurre Ebro arriba, los indignados catalanes han encontrado objetivos a corto plazo que permiten mantener una continuidad en las movilizaciones. Un elemento muy positivo pero que no oculta el hecho de que la indefinición sigue siendo su principal problema: los debates se eternizan y, sin unos objetivos concretos más allá de las consignas abstractas, existe el peligro de que el cansancio y los antagonismos, cada vez más evidentes, terminen agotando la experiencia. El hecho de carecer de una base cohesionada ha provocado que las discusiones técnicas (el cómo continuar) terminen reflejando los choques ideológicos.

«Estamos agotados. Pero todavía no se ha acordado qué se va a hacer para levantar el campamento», reconocía el jueves una de las jóvenes que atendía la caseta de información en la Plaça de Catalunya. Se supone que la asamblea ya ha decidido que es necesario marcharse. Pero ahora toca decidir el cómo. Y ahí no existe unanimidad. El miércoles, los indignados tratarán de bloquear el acceso al Parlament, donde los diputados votarán los presupuestos más neoliberales de los últimos años. La acampada que acompañará a las protestas podría ser una opción para marcharse con sensación de victoria. Esta fórmula ya se está ensayando en otros puntos del Estado, como en el País Valencià. «Hay gente que ha convertido el estar en la plaza en su razón de vida. Y no están dispuestos a moverse», se lamentaba un joven en uno de los recientes debates. No todos comparten la idea de desalojar. De hecho, las tiendas se recogerán para las protestas, pero no se desmontará el campamento, que comienza a extenderse también hacia lo alto. Incluso en los árboles, donde se han instalado minihabitáculos que recuerdan a las casas de Nunca Jamás de la película «Hook».

Al margen del debate cronificado sobre el futuro, las movilizaciones contra los recortes sociales podrían marcar el futuro del movimiento. A la acampada frente al Parlament se le une la manifestación convocada para el sábado para protestar contra la tijera de CiU. Por eso, conseguir objetivos tangibles es una necesidad en un momento de crisis de identidad. El primer paso, mostrar el hartazgo, ya está conseguido. Un hecho especialmente relevante en esa Catalunya que los medios trataban de dibujar como desafecta a la política. No se puede obviar que, al menos en la capital del Principat, la acampada ha constituido un elemento de indudable valor político. Se ha perdido el miedo y se ha recuperado el espacio público. Y eso ya es mucho. En la Barcelona-escaparate, miles de personas se han reunido diariamente para mostrar su rechazo al sistema. Donde antes no había nada, ahora hay carteles reivindicativos y ciudadanía que exige ser escuchada. Es cierto que no se han aportado alternativas, pero quizás ése no era su papel. Además, la heterogeneidad de la masa, que aglutina a un espectro que va desde la izquierda independentista, pasando por marginalilandia, hasta a sectores que podrían identificarse con los españolistas de Ciutadans, pone difícil el consenso. El ejemplo más claro es el debate sobre el derecho de autodeterminación de Catalunya, que terminó aceptándose después de un intento de bloqueo por parte de ciudadanos del mundo que trataron de imponer su defensa del estatus quo bajo la excusa de que las reivindicaciones nacionales «dividen» a los indignados. A pesar de todo, el contenido de las demandas evidencian el hecho diferencial catalán: Barcelona no ha adoptado la reforma de la ley electoral como una de sus principales exigencias, tal y como se hizo en Madrid.

Como ha ocurrido en otras acampadas en el Estado, en Plaça de Catalunya se ha escenificado lo complejo de generar sinergias entre culturas políticas muy diversas. Ciertas personas con una dilatada trayectoria militante han percibido a estos nuevos indignados como advenedizos en el mundo de las movilizaciones. «Llevamos años indignados», es uno de los reproches que más se ha escuchado. Eso, teniendo en cuenta que, al menos en la capital del Principat, el movimiento no ha cometido el error de hacer borrón y cuenta nueva respecto a la historia reivindicativa, tal y como ha ocurrido en lugares de Euskal Herria.

En este momento de impasse y crisis existencial, es momento de hacer un primer balance. A pesar de las sombras, que existen, es necesario reivindicar que algo está ocurriendo. Y solo por el hecho de que miles de personas hayan perdido el miedo de salir a la calle, tanto en Madrid como en Barcelona, merece la pena que no se extinga. Para que dentro de unos meses, la Plaça de Catalunya o la Puerta del Sol no se queden en nostálgicas consignas de camisetas que recuerden un «yo estuve allí».

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