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La luna del cambio y el dedo de Bildu

La resaca de la constitución de los consistorios vascos deja una doble constatación. Mientras en Euskal Herria los cambios institucionales han sido asumidos con normalidad y tranquilidad generalizada, y con la satisfacción añadida de ver cómo se recompone un mapa municipal antes trampeado y desfigurado, en el conjunto del Estado español predominan las lecturas catastrofistas de quienes siguen sin entender que 320.000 vascos optaran el 22 de mayo por la papeleta de Bildu, que creían ilegal y, en el peor de los casos, marginal.

La incapacidad de asumir la democracia se refleja en palabras como las de Rosa Díez (UPyD) comparando lo ocurrido el sábado con la irrupción del nazismo en las instituciones alemanes a principios de los años 30, o las de Esteban González Pons (PP) defendiendo aún que esos candidatos de Bildu -elegidos para gobernar a nada menos 750.000 vascos- debieron ser vetados. También en las de Alfredo Pérez Rubalcaba insistiendo en que debieron establecerse pactos anti-Bildu para cerrarle el paso a las alcaldías, sin entender que su llamamiento fracasó precisamente porque el PNV, e incluso sus compañeros del PSE, saben perfectamente que desalojar a Bildu sólo habría sido pan para hoy y hambre para mañana. La imposibilidad de entender la realidad se refleja también en ciertos medios que siguen intentado buscar tres pies al gato magnificando incidentes como el del pleno de Elorrio -no muy diferente al de, por ejemplo, Getafe- o exigiendo a Bildu explicaciones por situaciones como la de Lizartza mientras se pasan por alto escándalos como el de Uharte, donde se obvia que el PSN mantiene a un concejal que acaba de ser condenado por golpear a un menor.

Quienes así actúan no han entendido nada, ni el resultado del 22-M ni las decisiones del 11-J. En Euskal Herria quien más quien menos sabe a estas alturas que ha sido precisamente su inmovilismo lo que ha pasado factura en las urnas a PSOE y PP, en la misma medida que ha aupado la opción de Bildu por su compromiso con un futuro diferente. Pero siempre hay quien cuando un dedo apunta a la luna, se queda mirando al dedo.

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