Las elecciones generales de Turquía arrojaron unos resultados que a primera vista parecen impresionantes para el AKP, partido del primer ministro Recep Tayyip Erdogan. Con casi un 50% de los votos certifica, sin duda, una mayoría absoluta estable. El éxito de su política, artífice del «boom» económico turco, del conservadurismo cultural y religioso y de una política exterior muy popular, convierte a Erdogan en la figura política más poderosa de la historia de Turquía desde Kemal Atatturk, padre fundador de la República. Pero, en realidad, la suya es una victoria amarga y pírrica.

Erdogan cumplirá un tercer mandato cómodo como primer ministro, pero no tiene la «super mayoría» de dos tercios necesaria para reformar unilateralmente la Constitución, la gran promesa de su campaña. Además, con 36 diputados, el BDP kurdo avanza espectacularmente, sitúa la cuestión kurda en el centro de la agenda política y jugará un rol decisivo en el futuro debate constitucional. Los números del ultraderechista MHP, con un 13% del electorado, lejos de derrumbarse han impedido a Erdogan conquistar su objetivo. Con todo, Erdogan debe negociar. El tiempo dirá si turcos y kurdos escribirán un futuro de paz.