Mikel INSAUSTI

Es difícil encontrar críticas cinematográficas sobre la secuela de “Diario de Greg” por la sencilla razón de que apenas las hubo de la primera entrega, así que menos aún se van a publicar de esta inferior continuación. Se perdió una de las mejores comedias del pasado año y, como la siguen ignorando, ya no tiene sentido que se suban al carro tarde y mal. Los cinéfilos sin prejuicios que no desdeñan el cine infantil saben de qué hablo, porque el público sí respondió bien a una película que inicialmente costó quince millones de dólares y multiplicó por cuatro esa cantidad en taquilla, cifras que seguramente superará “La ley de Rodrick”. El nuevo título sale beneficiado gracias a que su precedente generó adicción hacia unos personajes entrañables y es que todos ellos repiten bajo la tutela de su creador Jeff Kinney, cuyos dibujos a modo de garabatos sobre las hojas de un cuaderno escolar siguen siendo intercalados con la imagen real, esta vez por cuenta del realizador David Bowers, procedente del mundo de la animación.

En el pasado capítulo Greg luchó para integrarse en la escuela, superando duras pruebas de iniciación en conflicto con los alumnos que no le aceptaban, entre otras cuestiones porque consideraban que escribir un diario personal era cosa de niñas. El pequeño protagonista cree que durante el curso que empieza todo va a ser diferente, ya sin problemas de adaptación, pero se encuentra con que el enemigo lo tiene en casa. Como bien indica el título, ahora tendrá que enfrentarse a su propio hermano Rodrick, que, por ser mayor se cree con derecho a tratar a Greg como a un novato, mientras ensaya con su grupo de rock Löded Diper para triunfar en la fiesta de fin de curso. Las preocupaciones del hermano menor son otras, pues sólo le interesaría lucirse sobre el escenario para impresionar a la chica de sus sueños, ya que se acaba de enamorar por primera vez. Su minuto de gloria llegará de forma accidental, por culpa, cómo no, de su torpe y divertido amigo Rowley.