Marco Santopadre | Director de Radio Città Aperta, Roma
A pesar de todo, ¡Sí se puede!
El voto de los referendos es un duro golpe, puede que mortal, a un gobierno de Berlusconi en crisis total, no tanto por los escándalos sexuales de su líder, sino por los golpes de la crisis económica más violenta de las conocidas, que la demagogia, el populismo y los chistes no pueden ocultar
Una avalancha del «Sí» sumerge a Berlusconi y a la oposición liberal. Miles de ciudadanos de Nápoles no han podido votar porque los ordenadores del centro electoral no funcionaban... Muchos colegios electorales cerrados o desplazados sin previo aviso... Estas y otras faenas han sido los últimos intentos del gobierno Berlusconi para sabotear los cuatro referendos a los que ha sido sometida la opinión pública. El primero, en contra de la priva- tización del agua; el segundo, en contra de la privatización de los servicios públicos; el tercero, en contra de la vuelta de Italia a la energía nuclear (los italianos ya dijeron «No» en un referéndum en 1987 pero parece que su voz no había sido bien entendida); y el cuarto, en contra de los privilegios judiciales del primer ministro.
Anteriormente, el gobierno ya había aplazado la fecha del voto hasta los días 12 y 13 de junio, tres semanas después de las elecciones locales, esperando que el efecto del cansancio en electores tuviera como consecuencia la no participación de éstos en las cuatro consultas. Llegó incluso a invitar abiertamente a la gente para que esos días fuera a la playa. La cadena más importante de la televisión estatal incluso falsificó las previsiones meteorológicas del domingo, poniendo un cálido sol en todo el mapa y sugiriendo una escapadas fuera de las ciudades... Pero no lo consiguieron.
El lunes a las 4 de la tarde una ola de euforia sacudió el centro de Roma, donde estaban reunidos los comités organizadores de los cuatro referendos. A pesar del abierto y brutal boicot del gobierno y de su maquinaria informativa, el 57% de los italianos quiso decir «no» a la lógica de la privatización de los bienes públicos y a la pesadilla atómica.
Hasta muchos electores de centro-derecha y de la Liga Norte fueron a las urnas (en las ciudades del norte la participación ha sido mucho mas alta de la media estatal) desobedeciendo a sus líderes.
El boicot no ha funcionado porque la gente ha entendido que lo que estaba en juego era el futuro de todos y de las próximas generaciones. En condiciones de políticas democráticas y con acceso real a la información, el porcentaje de participación hubiera sido aún mayor, cerca del 65-70 %, sin duda alguna. Pero conseguir una participación del 57% en condiciones tan duras, es un resultado extraordinario. Sin hablar del 95% de votos a favor de las demandas. Una batalla ganada en cuatro frentes por parte de aquellos que empezaron a trabajar esta victoria hace dos años.
Lo sucedido en las consultas es una señal clara de que la gente quiere participar en la vida política, dar su opinión y decidir sobre cuestiones tan importantes, y todo ello, en un sistema político cada día más elitista y excluyente donde millones de trabajadores, mujeres y jóvenes están, desde hace años, sin poder ser representados en las instituciones.
Los analistas al servicio de los lobbys afirman ahora que el resultado ha sido dictado por el miedo y la demagogia... Si se refieren al miedo generado en Japón por la catástrofe de Fukushima, tienen razón. Los hechos demuestran, a veces, que la imagen idílica de un «nuclear limpio, barato y seguro» no es real. Hasta los sardos, que hace tres semanas ya votaron un rotundo no al nuclear en una consulta regional, volvieron a las urnas para reafirmarse en ello.
El voto del 12 y 13 de junio es un duro golpe, puede que mortal, a un gobierno de Berlusconi en crisis total, no tanto por los escándalos sexuales de su líder, sino por los golpes de la crisis económica más violenta de las conocidas, que la demagogia, el populismo y los chistes no pueden esconder. También es una señal fuerte a los sectores de los partidos de la oposición parlamentaria de centro-izquierda. En primer lugar a aquel Partido Democrático que hace años apoyaba el programa nuclear y que después, impulsado por Berlusconi, ha privatizado todo lo posible en las regiones y ciudades que ha gobernado.
A estos partidos, y a sus instrumentos de propaganda, que tras la victoria del «Sí» en las consultas refrendarias intentan apoderarse mediática y políticamente del resultado, los representantes de los movimientos sociales que impulsaron y defendieron los referendos contra viento y marea, les dicen que «nadie nos representa».
Es la primera vez que una afirmación y reacción tan clara de independencia política respecto del PD y de sus intentos de instrumentalización de batallas populares en contra de los dogmas del liberalismo, es tan masiva y clara. Cuando los comités locales, algunas asociaciones ecologistas y los sindicatos de base empezaron a recoger las firmas para poder ir al voto -¡al final fueron 1.400.000 por cada demanda!- los lideres de los partidos que ayer buscaban cámaras de vídeo, tenían otras prioridades o hasta se pronunciaban en contra de la iniciativa.
La larga aventura comenzó hace años en la «roja» Toscana, cuando el PD y sus aliados privatizaron agua, electricidad y todo lo que pudieron. Y los comités no se lo han perdonado. No quieren ser utilizados en el circo Barnum de la política de palacio. Ahora piden que en las ciudades los gobiernos locales, para empezar, paren todos los procesos de privatización de la gestión del agua y de los servicios públicos: basura, transporte, sanidad...
Es en este frente donde los partidos del centro-izquierda podrán demostrar si de verdad apoyan las revindicaciones de los ciudadanos.
«Sí se puede» es el importante mensaje de optimismo que ha dejado el referéndum: a pesar del boicot, de las trampas y de las pocas fuerzas disponibles, «sí se puede». Es un mensaje que indica al gobierno de derechas la puerta de salida y que también dice un «No» rotundo a la supuesta alternativa representada por los tecnócratas del Partido Democrático, cuyos dirigentes preparan junto con los sindicatos amarillos y las asociaciones empresariales una cura «a la griega».