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AZKNA ROCK FESTIVAL X ANIVERSARIO

Azkena, excelente ambiente y miles de cómplices

Las puertas del Azkena Rock Festival se abrieron por primera vez hace diez años. El festival nació con el propósito de ofertar una programación diferente a las propuestas que ya existían en la península. La tarea no era sencilla pero, un decenio después, el objetivo de mediar entre esencia, música de raíz y algún que otro artista popular se ha conseguido ampliamente.

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Izena ABIZENA | LEKUA

Backyard Babies, Supersuckers, Mudhoney, Sex Museum, The Bellrays, Five Horse Johnson, The Revolvers, Raging Slab, Diamond Dogs, The Catheters, Federation X y Bonzos fueron las formaciones que en 2002 inauguraron Azkena Rock Festival (ARF). La apuesta no iba más allá de reunir a 5.000 personas, ya que, hasta cierto punto, todas las formaciones pertenecían al lado alternativo de la escena; no obstante, la pureza de sangre dignificaba el proyecto. Con el paso de los años, la enorme competencia de festivales, el ansia de quienes patrocinan porque todo sea más grande y la propia maquinaria intrínseca condujeron al ARF hacia un festival cada año más exigente. De hecho, el año pasado se contó con nombres como Imelda May, Robert Gordon, The Saints, Bob Dylan, The Jim Jones Revue, Slash, Chris Isaak, NRBQ, KISS, The Damned, The Hives, Bad Religion, Gov't Mule, Airbourne... Sin duda, un enorme salto cualitativo.

Algunos pensarán que se ha perdido el romanticismo y que ARF pertenece ya al circuito de los grandes nombres. Es posible, pero también la escena ha cambiado, puesto que ahora las bandas de aquél jueves 12 de setiembre que bautizaron el ARF son ahora formaciones que pasan por Euskal Herria por muchas de sus salas a lo largo del año. Afortunadamente, se ha creado un circuito anual gracias a los numerosos empresarios y aficionados que se han decantado por ofrecer música en directo, por lo que cabe pensar que no quedaba otra que tender hacia la búsqueda de nombres de mayor calado, fondo y presupuesto, cuestiones que, evidentemente, no deben prejuzgar la calidad ni de unos ni de otros. No por ser minoritario se porta pedigrí, ni por ser popular se es hijo de todo el mundo. Se podría hablar del espíritu fundacional, del encanto de lo esotérico, de las sensaciones puras, pero ese es otro debate y para otro día.

Primeros acordes

Comenzar un festival no es sencillo para ninguna de las posibles partes. La mayoría de la gente llega tras haber realizado un viaje, cósmico o real. La adrenalina está en proceso de gestación. Hay que acoplarse al espacio, olerlo, percibirlo, en un proceso similar al que realiza un perro cuando llega a un parque y siente la tentación de hus-mearlo todo. La tarde no se decide, nubes y sol. Unos veinte grados, buena temperatura, pero con el inconveniente de un viento norteño que a la sombra se convierte en un helado puñal.

A Bizardunak le ha correspondido abrir la nueva edición del ARF, por lo tanto, son parte de ese limbo que aún no se palpa y que persiste en encontrar su árbol. No obstante, pocos animales se acoplan al entorno tan rápido como los músicos, así que en unos minutos Mikel ya está «atacando» al sistema, al aire y a los extraterrestres. Su causticidad va animando al millar de aficionados que han apurado el tiempo de entrada. Como es habitual en un concierto de Bizardunak, el escenario es una fiesta, hoy un poco menos, y es que no son horas para grandes bebedores como ellos. Mikel menciona que alguien dijo que los navarros no poseen el poder de abstracción, se pierde en el razonamiento y concluye con un «algo así», ataca de un lado y del otro, como un tiburón, contradice al movimiento 15M mientras el folk-punk-rock de la banda no cesa en sus ritmos de baile y fiesta. Tras un buen concierto, Bizardunak se despide de Azkena con un «se va el pueblo, ahora sigue el averno».

El primer diablo en aparecer es Eels, sobre las 18.20. Curioso. No todos los Bizardunak poseen barba; si embargo, sí todos los Eels, siete, la tienen. La pareja de vientos parecen haber salido de la recepción de un hotel de Las Vegas. El resto luce traje y un aspecto elegante. Eels son los «tapados» de la jornada. Puede que ya haya cerca de 4.000 personas en el recinto. Parte sigue a lo suyo, paseos, tragos y bocatas. Y unos miles pegados al soul y funk que desprende una banda de alma negra y blanca. Es como recoger el espíritu de Sly & the Family Stone, pero llevándolo a un plano más experimental, quizá más atrevido y con mayores recursos estilísticos, más ambición. El sonido es bueno, con unos graves que si te pillan con el estómago vacío te dejan las paredes una en Cádiz y otra en Londres. Eclécticos, raros, con un punto de experimentación concluyen los imaginativos, caudalosos y creadores Eels, quienes convirtieron el escenario en una especie de laboratorio musical de I+D+I al servicio del soul y el rock and roll, que también las guitarras sonaron rudas, sucias y punzantes.

La tarde es agradable, pero el inoportuno viento del norte está obligando a la gente a ponerse atuendos de todo tipo. Entre capuchas, chamarras y otras prendas de abrigo han salido a escena Black Country Communion que inician show como si fueran Led Zeppelin. Sin duda son una de las bandas más esperadas de la tarde, por lo que el público ha crecido de forma exponencial. Es posible que alrededor de 6.000 aficionados se encuentren ya en el recinto. Glenn Hughes luce como es habitual en él: gafas con cristales tintados, chaqueta, collares, anillos, un bajo con decenas de marcas por el trato y una figura sin un gramo de grasa. Glenn toma el papel de líder desde el inicio. Maneja el público, lo alienta, mientras que Bonamassa masca chicle, pasa un poco de todo, se retira de la primera línea, mira en exceso hacia el batería y no se muestra como el gran guitarrista que es. Da la impresión de que no se encuentra muy cómodo en un proyecto de blues-rock cañero. De poses y sugerencias escénicas, cero patatero, que para eso estamos en Araba, muy soso. BCC repasan sus dos discos y se despiden con «Burn», una de las mejores canciones de Deep Purple y cantada en origen por el propio Glenn. La versión es deplorable, sin saber muy bien si se debe a la forzada voz de Glenn o a la inmensa dejadez de funciones de Bonamassa, que de rockero no tiene ni el más mínimo gesto. Además, la garganta del ex Deep Purple y Black Sabbath tampoco es el de antes, los agudos los consiguen con un exceso de afectación próxima al chillido, el Joe pasa de todo y parece un mercenario mal pagado. Con todo, el público se apasiona ante un concierto que, visto fríamente, nos decepcionó.

Tras el avituallamiento entre grupo y grupo, las nubes se esparcen lo suficiente como para que el sol se haga con la caída de la tarde. Con todo, ni con esas aumenta la temperatura. Cabe imaginar que la noche va a ser un poco dura. En escena y ante un público madurillo, más cerca de los treinta que de los veinte, están en escena The Cult. Llama la atención los kilos que ha tomado Ian Astbury, será su nueva espiritualidad, pero la cuestión es que la espesura de tronco no ha podido con su sugerente y atractivo tono vocal. El show comienza con himnos como «Rain». El tiempo de esta crónica nos permite escuchar tres temas, suficiente para comprobar que va a ser un buen concierto, que Astbury posee aún una buena voz y que el rock-blues va a estar de fiesta plena con The Cult. Difícil calcular, pero es posible que en Mendizabala hubiese ya a las 21.00 cerca de 10.000 personas.

Quedan tres horas para que aparezca Ozzy Osbourne, que llegará con las hogueras de San Juan, ¿quemará Osbourne el escenario o no sabrá ni el día de la semana ni dónde está?

Fin de semana

Lo que puede verse este fin de semana crea ansiedad. Es tanto y tan llamativo que uno lamenta no tener dieciocho años. Esa edad en la que el cuerpo se dobla como un joven árbol ante el viento que llega de todas las direcciones, para estar, al día siguiente, tan fresco, y tan vertical como el día anterior. Arriba de estas líneas puede observarse lo que resta por ver en Azkena. Están los nombres evidentes, todos sugerentes, pero también existe una segunda y una tercera línea que no tiene desperdicio. Quizá no digan nada, por ejemplo, The Avett Brothers, pero le ponen tanta elegancia y clase vocal al nuevo folk-rock, que resultan imprescindibles, quizá como el resto de los nombre anónimos o escasamente proyectados.

 

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