Koldo CAMPOS Escritor
Miedo
Puedo entender que el miedo paralice, que nos retenga en el anonimato, a salvo de amenazas. El miedo que, de golpe, nos vuelve precavidos, que nos niega y recuerda los riesgos que corremos si exponemos las manos o la voz.
Puedo entender que vacilemos, que la intimidación nos mude el juicio y acabemos, presos de sensatez, encontrando acomodo en el silencio.
¡Mejor no hablar del muerto, no mencionar su nombre, no descubrir su rastro!
Es el olvido lo que nos da la vida y hay que olvidarlo todo, el ruido de las botas, las firmas ilegibles, los besos miserables, las fábulas pagadas.
Hay que olvidarlo todo, hasta que nada ni nadie nos alarme, hasta que ningún recuerdo duela, hasta que no haya memoria que pueda cuestionar la propia indiferencia.
Hay que volverse sordo, mudo, ciego, disimular que fuimos y seremos, no atreverse a preguntar quién está al lado, no querer averiguar quien queda al frente y quién en la nostalgia, porque sólo el silencio garantiza la vida y únicamente el miedo nos hace libres.
Pero puedo entenderlo porque cualquiera tiene miedo, cualquiera pasa por el lado sin girar la cabeza, sin querer salpicarse de atropello, no vaya a ser que aprenda nuestro nombre, no vaya a ser que llame a nuestra puerta, no vaya a ser que vuelva y nos encare.
Puedo entender el miedo, esa enorme losa de silencios que todos sostenemos desde nuestra prudente connivencia, para que no se sepa quien, para que no se sepa cómo, para que no se sepa. Lo que no puedo entender es que, además de callarnos, el miedo nos convenza, porque entonces no es el miedo? póngale usted el nombre.