GARA > Idatzia > Kultura

LITERATURA

Galitzia, un país literario

El nombre de Galitzia, un reino del antiguo imperio austrohúngaro a caballo entre Ucrania y Polonia, evocó en sus refugiados repartidos por todo el mundo un recuerdo agridulce; de un lado, una tierra agrícola, con una mezcolanza de idiomas, gentes y religiones. De otro, un país políticamente imposible que se disolvió como un azucarillo ante el empuje de sus codiciosos vecinos.históricamente dependiente de la monarquía de los Habsburgo y el imperio austriaco, gozó de una frágil independencia entre junio de 1917 y noviembre de 1918.soma Morgenstern ejemplifica con su vida esta trágica trayectoria colectiva. menor de cinco hermanos de una familia judía, los sobrevivió a todos al dejar Europa atrás

p056_f01.jpg

Juanma COSTOYA | GASTEIZ

A pesar de los años transcurridos, del hundimiento de Galitzia como región imperial, y de lo efímero de su independencia, el nombre de Galitzia sigue de actualidad gracias a que fue la patria común de un alto número de novelistas e intelectuales. Editoriales como Acantilado, Pre Textos o Minúscula nutren su catálogo con numerosos autores oriundos de Galitzia. Libros del Silencio publica ahora «La familia de Máshber», una obra firmada por Der Nister, seudónimo de Pinchus Kahanovich, un autor que resume en su vida y su obra buena parte de las características que han hecho de Galitzia un espacio tan difuso en sus fronteras como concreto y valorado en el terreno literario.

El escudo del Reino de Galitzia y Lodomeria se representa con una corona imperial rematada por una cruz y debajo de ella un cuervo aupado encima de tres coronas menores. El conjunto heráldico solía presentarse rodeado por flores y haces de espigas de trigo, en clara alusión a las fértiles llanuras de tierra negra del oriente de Galitzia, en la actual Ucrania. Al margen de este símbolo, pocas cosas más resultaban estar claras en este país que sólo gozó de una frágil independencia entre el 26 de junio de 1917 y el 14 de noviembre del año siguiente. En realidad, su independencia fue el canto de cisne de un territorio destinado a ser despiezado y dividido entre Polonia y la entonces pujante Unión Soviética.

Históricamente, Galitzia fue un reino dependiente de la monarquía de los Habsburgo, el imperio austriaco y Austria Hungría entre 1772 y 1917. Sus idiomas oficiales eran el alemán, el polaco, el ucraniano y el ruteno. Era también común el yídish, la lengua propia de la importante minoría judía asentada en el país. Semejante mezcolanza de idiomas, gentes, religiones, nacionalidades y costumbres no eran extrañas en aquel entonces en la Europa del este.

Joseph Roth, el autor de «La leyenda del Santo Bebedor» y «La marcha Radetzky» entre otras novelas, vino al mundo en Brody, una pequeña ciudad en el límite oriental del país. Según su propia descripción, su tierra era «una patria paupérrima, fronteriza e inestable cultural, lingüística y políticamente», una apreciación que parece clara si se tiene en cuenta que en torno al año 1900 la capital administrativa del reino de Galitzia era la pequeña ciudad de Lemberg, que contaba con 160.000 habitantes. En 1919, Lemberg se convirtió en una ciudad polaca y se le cambió el nombre por el de Lwów. En 1939, mudó de nuevo su estatus oficial para convertirse en Lvov, capital territorial perteneciente a la República Socialista Soviética de Ucrania. En la actualidad, su nombre es Lviv y es una modesta capital de provincias en la Ucrania occidental.

En Galitzia había incluso minorías, como los rutenos, que escapaban a cualquier clasificación. Por lengua y costumbres los rutenos podían ser catalogados como los ucranianos, que profesaban en su mayoría el cristianismo ortodoxo. Por contra, su religión católica, al igual que la de sus vecinos polacos, y su pasado histórico dentro del Imperio austro húngaro, los empujaba en sentido contrario, hacia el oeste. Las propias comunidades homogéneas en religión, cultura y lengua, estaban divididas entre sí debido a la influencia de la revolución bolchevique y no era en absoluto extraño que los rojos, partidarios de la revolución, y los blancos, defensores del estatus imperial, se enfrentaran entre sí dentro de una misma comunidad.

La mitad occidental de Galitzia estaba sometida a la influencia del sur de Polonia. Cracovia, la ciudad de las universidades y los palacios renacentistas, era su capital más importante. Cuando en 1919 el mariscal polaco Pilsudski trató de recomponer el mapa de su patria y asegurar su independencia tuvo que enfrentarse a nueve sistemas legislativos diferentes y a cinco monedas distintas. El ferrocarril era una pesadilla con 66 tipos de raíles, 165 tipos de locomotoras y un sistema de señales que era un auténtico mosaico. Galitzia, por supuesto, estaba en medio de todo este desbarajuste.

Austria-Hungría y su imperio eran, en realidad, un inmenso puzzle que la dinastía de los Habsburgo había venido montando desde el siglo XIII, adquiriendo piezas mediante guerras de agresión y defensa, trueques y diversos y ventajosos enlaces matrimoniales. Su último representante, Carlos, un joven de carácter dócil y enfermizo, abandonó el trono pacíficamente en 1918. La Primera Guerra Mundial fue la puntilla del imperio. El joven Carlos conservó únicamente sus títulos, que le hacían, únicamente sobre el papel, emperador de Austria, rey de Hungría, Bohemia, Dalmacia, Eslovenia, Croacia, Lodomeria, Galitzia e Iliria; gran duque de Toscana y Cracovia; duque de Lotaringia, de Salzburgo, Estiria, Carintia, Carniola y Bucovina; margrave de Moravia; duque de la Alta y Baja Silesia; conde príncipe de Habsburgo y el Tirol...

El siglo XX, que comenzó políticamente con la Gran Guerra de 1914, fue el siglo de los refugiados. En ninguna parte de Europa ese destino fue tan brutal como en las antiguas tierras del Imperio austro húngaro. De la Galitzia oriental, por ejemplo, y ante el avance de las tropas rusas huyó una verdadera riada humana con dirección a Viena. Con el tiempo, y a partir de marzo de 1938, buena parte de los refugiados galitzianos se vieron obligados a huir de nuevo ante la anexión de Austria por parte de las tropas nazis. Los campesinos que se quedaron en la Galitzia oriental no pudieron prever las terribles hambrunas que costarían la vida a buena parte de la población como consecuencia de la colectivización forzosa de las tierras dictada por Stalin. De los que huyeron, sobre todo clase media y comerciantes, muchos eligieron París y otras ciudades francesas para escapar, y de nuevo, el ciclo volvió a repetirse cuando Francia cedió bajo el empuje alemán. El puerto de Marsella fue para los más audaces y afortunados la salida de la ratonera y Estados Unidos representó para esta generación la orilla salvadora. Por supuesto, la inmensa mayoría no lo consiguió, perdiendo casa y hacienda primero, y después, la vida, en el transcurso de aquellos años. Soma Morgenstern, el autor de «Huida y fin de Joseph Roth» y «En otro tiempo», el libro que recopila sus años de juventud en Galitzia oriental, ejemplifica con su vida esta trágica trayectoria colectiva. Morgenstern, el menor de cinco hermanos de una familia judía, los sobrevivió a todos al conseguir dejar Europa atrás. Su hermano mayor, Samuel, murió en 1915 en un campo ruso de prisioneros en Siberia. En 1939, moriría Moses en el campo de concentración alemán de Buchenwald, tres años más tarde lo haría su hermana Helena, gaseada en Auschwitz Birkenau. En 1942, su madre, de ochenta y dos años, fue deportada al campo de Theresienstadt, donde acabó sus días. Su hermana Klara alcanzó a refugiarse en Palestina y allí, probablemente en 1953, moriría víctima de un accidente de coche.

Paradójicamente, de una tierra campesina diseminada en aldeas y pequeñas ciudades lo que ha sobrevivido hasta nuestros días es su herencia intelectual. En la misma tiene un peso decisivo la Haskalá o Ilustración judía que floreció en ciudades de la Galitzia oriental como Tarnopol, Lemberg y sobre todo Brody. Esta última ciudad, fronteriza en una región de fronteras, contó con un régimen especial de regulación comercial hasta 1875, régimen que permitió una bonanza económica que dio pie al florecimiento del teatro, las librerías y los conciertos. No es de extrañar que Galitzia sea símbolo para numerosos autores de hambre, guerra e inestabilidad y a la vez sus escritos destilen la nostalgia de un tiempo irrecuperable en el que la cultura era un objetivo en sí misma. Ecos de aquel mundo efímero y feliz pueden rastrearse hoy día en las librerías en títulos como «Cuentos de Galitzia» y «El mundo detrás de Dukla», de Andrzej Stasiuk; en «Las tiendas de color canela», de Bruno Schultz, o en «Recreaciones» y «Doce anillos», de Yuri Andrujovich. Otros autores como Andrzej Kusiniewicz, Adam Zagajewski, Paul Celan, Joseph Roth y Soma Morgenstern hicieron de Galitzia un argumento siempre presente en sus obras.

Cuando la bonanza económica se esfumó y llegaron la inestabilidad, la guerra y la hambruna, Galitzia se convirtió en exportadora de carne humana. Cientos de chicas judías fueron captadas por proxenetas disfrazados de agentes suministradores de trabajo en la lejana Argentina, una nación joven formada casi en exclusiva por hombres solos. El negocio creció corrompiendo con sus prebendas a las más poderosas jerarquías argentinas y lavando sus manchas con dinero. Todo aquel imperio del crimen se vino abajo cuando una de las engañadas lo denunció ante un juez imparcial y sostuvo su palabra pese a amenazas e intentos de soborno. Raquel Liberman, «la polaca», llevó consigo desde Galitzia un capital no sólo hecho de juventud sino también de dignidad y orgullo heredados.

El Yídish

Buena parte de los escritores del ámbito cultural galitziano escribieron sus obras en alemán. Es el caso de Joseph Roth o Soma Morgenstern. Otra parte, sobre todo entre los escritores dramáticos, utilizaron el yídish, el idioma hablado por las comunidades judías del centro y del Este de Europa, comúnmente conocidos como askenazíes. La mayor parte de su léxico y sintaxis proviene del alemán, aunque tiene importantes préstamos de las lenguas eslavas y del hebreo. Después de las deportaciones y el holocausto nazi, su número de hablantes descendió dramáticamente y a día de hoy se estima que unos tres millones de personas se comunican en este idioma.

El respaldo internacional a la literatura en lengua yídish llegó en 1978 cuando el escritor Isaac Bashevis Singer («La familia Moskat», RBA editores) obtuvo el Nobel de Literatura. Otro autor en yídish traducido al castellano es Yehuda Elberg («El imperio de Kalman el Lisiado», editorial Losada)

Libros del silencio pone ahora a disposición de los lectores en castellano «La Familia de Máshber», obra maestra de Ponchus Kahanovich y que fue escrita en yídish en tres volúmenes. El primero, publicado en Moscú en 1939; el segundo en Nueva York en 1948 y el tercero, secuestrado por las autoridades soviéticas. El autor murió en 1950 en un gulag estalinista.

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo