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Fermin Munarriz Periodista

El provocador de Venecia

Venecia acoge una nueva edición de la Bienal de Arte, el más prestigioso escaparate artístico contemporáneo, el moderno mercado de las vanidades. Son ya 116 años haciéndolo, y la Serenissima ha visto mucho, pero según cuentan las crónicas, los más reputados artistas del mundo no desfallecen en su intento de provocar desconcierto. O mejor, de epatar al coleccionista, que es, a fin de cuentas, quien paga la hipoteca.

Dicen los cronistas que en ese afán por superar las últimas fronteras de la creación, los artistas se muestran este año especialmente talentosos. O despendolados. O, simplemente, cínicos. Entre las creaciones se exhiben, por ejemplo, dos mil palomas disecadas, la casa de madera de los padres de un artista chino, un gran cubo de plastilina para que los visitantes hagan muñequitos, una ballena de 17 metros, algunos corazones y varios penes, una piedad con una calavera por rostro, una réplica en cera del Rapto de las Sabinas que se derrite lentamente como vela, una avioneta estrellada, una estancia blanca y vacía que representa la nada, un órgano adaptado como cajero automático, un zulo turco y sospechoso o un tipo dando brincos sobre las butacas de un avión. Una de las obras más celebradas -a juzgar por testigos presenciales- es la perpetrada en el pabellón estadounidense: un tanque volcado. En una de sus orugas, y sobre una cinta sin fin, un atleta corre sin descanso. Es demasiado grande y ruidosa; se necesita un jardín amplio para colocarla. O un país invadible. Otros, más sofisticados, han optado por las performances. El italiano Giorgio Andreotta Calò ha decidido ir andando desde Amsterdam hasta Venecia para entregar en mano una carta a la comisaria de la Bienale. Una obra de arte, dice el campeón.

En ese contexto se comprenderá que lo perturbador, lo desasosegante, lo genuinamente provocador, han resultado ser los tres cuadros del último maestro renacentista ¡Tintoretto! que se exhiben en el pabellón central. Cuatro siglos y medio contemplan al sobrio precursor del Barroco. La eternidad para ser el más grande entre lo efímero. Porque me pregunto a dónde se llega andando sin parar cuatro siglos y medio.

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