Una caída en una carrera, como las que han abundado en esta primera semana del Tour, suele dejar secuelas físicas y a veces incluso sicológicas que pueden activar un círculo infernal si no se le presta importancia.

Son numerosos los corredores que han visto como se iba al traste el trabajo de toda una temporada por un despiste de un segundo, como el esloveno Janez Brajkovic, obligado a abandonar con una conmoción cerebral y la fractura de una clavícula el miércoles, tras irse al suelo después de haber rozado la rueda de otro corredor.

Incluso aunque no obligue a abandonar, una caída puede acabar con toda ambición. El año pasado Cadel Evans sufrió una fisura en un codo tras caer en la novena etapa, cuando era líder de la prueba. Aspirante al podio, ya no pudo defender sus opciones, aunque en un alarde de pundonor consiguió terminar la carrera en el puesto 26º.

Más allá de los daños físicos, que pueden ser graves, las caídas perturban el necesario proceso de recuperación que afrontan los corredores al final de cada etapa, fundamental en una carrera por etapas como el Tour. «La mañana suele ser dura. Todo te duele, los gestos más habituales se convierten en complicados: ponerse las zapatillas, coger la maleta...», explica Levi Leipheimer, que también se lastimó la muñeca en la etapa del pasado miércoles.

«Duermes mal, y te despiertas con más agujetas y dolores que los habitual», confirma Laurent Mangel (Saur-Sojasun), que sufrió un fuerte golpe en la cuarta etapa del presente Tour y tuvieron que darle nueve puntos de sutura en una nalga.

«De 24 a 48 horas de sufrimiento»

«Pasé la tarde en el hospital mientras me limpiaban la herida y me ponían los puntos, porque tenía una herida profunda -continúa Mangel-. Luego, toda la recuperación se fue al traste. Además, el organismo reacciona combatiendo estas heridas, y eso te produce aún mayor cansancio», subraya.

Su mánager, el ex corredor Stéphane Heulot, añadía que «en el momento de la caída se produce una gran descarga de adrenalina, lo que provoca posteriormente cansancio y dolores. Pueden ser 24 o 48 horas como mínimo de sufrimiento, que pueden ser muy penosas».

Además, las secuelas físicas pueden acarrear consigo cierto temor a asumir riesgos o a volver a «sumergirse» en los contactos físicos habituales en el seno del pelotón. «Es un círculo vicioso, porque luego te refugias en la parte trasera del pelotón, y es el lugar más peligroso. Ahí también se ven las caídas, y eso no ayuda a tranquilizarte», explica Mange. Heulot apunta que «la moral también se resiente, sobre todo cuando tenías ambiciones en algunas etapas concretas y debes dejarlas pasar, sabiendo que son oportunidades que seguramente no volverás a tener. No es fácil».

Pero todos los corredores aceptan estos gajes del oficio, sobre todo en las primeras etapas del Tour, donde el nerviosismo es extremo. «La parte positiva es que puedas continuar, hace falta que te convenzas de que en un par de días todo irá mejor», filosofa Levi Leipheimer a sus 36 años.

«En la primera etapa hubo una caída entre los 25 primeros del pelotón, que es donde deberías colocarte para evitar problemas -advierte Heulot-. Siempre hay riesgos, forma parte del ciclismo, que es un deporte de equilibrio», concluye.