Definitivamente, el descanso que los opinadores del nacionalismo español nos dieron hace unos días fue un espejismo. Advertimos de que volverían, y lo han hecho con fuerzas renovadas para darnos la murga.

La que hacía méritos ayer era Consuelo Sánchez-Vicente en «Estrelladigital» donde, en tono de lamento, señalaba que «La democracia es tan exquisita en sus procedimientos que a Otegi ha habido que juzgarle por enaltecer al mismo etarra una segunda vez después de que el Tribunal Supremo anulase el primer juicio porque la jueza no se mostró imparcial al responderle al reo que ya sabía ella que no iba a condenar a ETA». Lo que está claro es que la jueza fue más parcial que un árbitro en el Bernabéu, y lo escandaloso que se mantenga el juicio. La columnista matizaba que no quería dejar en mal lugar a los magistrados del Supremo -ahora les toca a los del Constitucional-, pero luego empezaba una película de buenos y malos: «A mi esta exquisitez no me parece criticable, cosas así son las que avalan la superioridad moral de la democracia sobre cualquier otro sistema de gobierno. Que no se sea igual de exigente con los `malos' cuando burlan la ley es lo irritante». Cuando hablan de superioridad moral de la democracia española a una le entra la risa floja, la verdad.

Pero Sánchez-Vicente no tarda en enseñar dónde le duele: «Lo indignante es que Bildu está quitando impunemente la bandera española de los ayuntamientos que gobierna gracias al Tribunal Constitucional español, y sus votantes, dueños de nuevo de las calles, vuelven a amedrentar impunemente a los concejales y vecinos que no les ríen las gracias proetarras en los plenos consistoriales en los que eluden condenar a ETA». Todavía no han superado el veredicto de las urnas. Por eso amenazan: «Esto es ilegal. Atenta contra la modificación del PP y del PSOE a la `ley de partidos' para que, si se llegaba a comprobar que algún proetarra se había colado en las listas electorales, el Gobierno pudiera pedir de inmediato en los Tribunales a través de la Abogacía y la Fiscalía del Estado la ilegalización y posterior expulsión de las instituciones del `polizón'». Hablan de polizones los capitanes de la democracia... como no soportan lo que ha votado la gente, llaman a la inquisición. Y así llevan siglos.