«Betty Anne Waters», contra el sistema judicial yanqui
Desde que fue elegida para protagonizar la película, la actriz Hilary Swank se implicó en el proyecto también como productora. Por sus orígenes marginales se identificó con la mujer del título, quien completó sus estudios y se licenció como abogada para sacar a su hermano de la cárcel, tras ser falsamente acusado de un crimen que no había cometido.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Tony Goldwin se las arregla para simultanear con solvencia sus carreras paralelas de actor y realizador. En la dirección va por su cuarto largometraje, siendo el anterior a «Betty Anne Waters» un muy logrado remake de la película italiana de Gabriele Muccino, «El último beso», adaptado por el oscarizado guionista Paul Haggis. Desde sus inicios supo distinguirse como un buen director de actrices, contando con Diane Lane y Anna Paquin en su ópera prima «La tentación», y con Ashley Judd, Marisa Tomei y Ellen Barkin en «Siempre a tu lado».
La preparación de «Betty Anne Waters» le ha llevado casi diez largos años, por lo que ha dispuesto de tiempo más que suficiente para elegir a la actriz encargada de interpretar al personaje real. Fue su padre quien, a raíz del estreno de «Million Dollar Baby», le dijo que había encontrado a la protagonista perfecta. Así lo sintió la propia Hilary Swank, quien se implicó en el proyecto también como productora. El haberse centrado mucho en esta película puede que sea una de las causas de la no consecución de otro éxito desde que ganara el Óscar a las órdenes de Clint Eastwood. Por su origen marginal, la actriz entiende mejor a Betty y su hermano Kenny, pertenecientes a una familia desestructurada y con problemas de integración, único motivo por el que se vieron envueltos en una causa judicial totalmente injusta. Todo por pertenecer a la White Trash, la clase baja que en Estados Unidos se conoce despectivamente como «basura blanca».
Hermanados
A Betty resolver el error judicial que llevó a su hermano Kenny a la cárcel en 1982 le costó prácticamente veinte años. La inculpación se basó en los testimonios parciales e interesados de dos exparejas del chico, y finalmente se demostró que nunca estuvo en el lugar del crimen gracias a la prueba del ADN. Su único delito había sido el provenir de ambientes marginales y tener pequeños antecedentes delictivos.
La madre de los hermanos perdió su custodia, lo que hizo que Betty pasara a un régimen de acogida y Kenny a un correccional para menores. La chica dejó los estudios en secundaria y prefirió casarse y formar una familia. Pero la condena de su hermano, víctima del clasista sistema judicial estadounidense, le hizo ser consciente de la total indefensión en la que se encontraba Kenny. Como nadie estaba dispuesto a defender su causa, ella misma tuvo que prepararse para hacerlo. Primero terminó los estudios básicos, después sacó el bachillerato y, por último, se licenció en Derecho.
El hecho de dedicarse por entero a la defensa de su hermano provocó el divorcio de su marido, quien se quedó con la custodia de los hijos. Fue el precio a pagar por convertirse en el David que iba a tumbar al gigantesco Goliat del sistema judicial. En la recta final del proceso fue crucial, no obstante, la participación de una ONG dedicada a presentar pruebas de ADN en casos de falsos culpables. El abogado de esta organización está encarnado en la ficción por Peter Gallagher, mientras que el papel del inocente en prisión lo desempeña Sam Rockwell, actor que establece una especial química con Hilary Swank.
En esta historia confluye, junto con la necesidad de combatir una injusticia, el fuerte lazo emocional que une a los hermanos. Nada podrá con estos dos seres inseparables, a los que ni la privación de libertad conseguirá separar. En consecuencia, «Betty Anne Waters» no es un tópico melodrama judicial, gracias a que posee un registro intimista muy bien transmitido por los dos intérpretes principales de principio a fin.
Título Original: «Conviction».
Dirección: Tony Goldwyn.
Guión: Pamela Gray.
Producción: Hilary Swank.
Intérpretes: Hilary Swank, Sam Rockwell, Minnie Driver, Peter Gallagher, Juliette Lewis.
Fotografía: Adriano Goldman.
Música: Paul Cantelon.
País: EE.UU., 2010.
Duración: 96 minutos.